—¿Y Nicci? —pregunta ella en un matiz vocal tan suave y melodioso que me obliga a ahogar risitas, mientras me escabullo entre los arbustos donde estoy escondida. —Jugando. —le responden con calma—. Será mejor que vaya a buscarla —sugiere y, ésta vez no consigo reprimir las carcajadas—. ¡Pastelito! —me llama fingiendo preocupación—, ¡pastelito, te quedarás sin sándwiches de queso, tomate y albahaca! —advierte. Estiro mis manos hacia las ramas repletas de hojas verdes y las corro a un lado para observar lo que ambos progenitores hacen. Mamá está allí, arrodillada sobre un mantel cuadriculado rojo y blanco. Abre una cesta de mimbre y, con una sonrisa estampada en su bellísimo rostro decora la mesa provisoria, que es la tela encima del césped húmedo. Un pastizal podado y cuidado, al ig

