El inicio de todo
Capítulo 1. El inicio de todo.
— Don José, por favor deme un par de días más para ponerme al día con el pago de la habitación.
— Señorita Laura, ¿Cuánto más quiere que la espere? Ya he sido bastante paciente con usted. — Contestó con un poco de rabia, bajé la cabeza avergonzada, don José tenía razón, debía pagarle hace más de una semana, pero de verdad mi situación económica es precaria en este momento.
— Lo sé, y se lo agradezco, usted sabe que desde que murió mi padre todo ha sido bastante difícil para mí.
Y era verdad, mi hermoso padre falleció hace 3 meses debido a un infarto causado por estrés laboral, él y yo vivíamos en una casa pequeña a unas cuadras de aquí, cuando falleció el poco dinero que teníamos se esfumó por completo, la empresa para la que trabajaba mi padre se ofreció a pagar los gastos fúnebres, y con el poco dinero que me dieron como “liquidación” por su trabajo durante los últimos 15 años pagué todas las deudas, el poco dinero que sobró me ayudó a cubrir mis gastos de arriendo y alimentación estos últimos meses.
Para ser sincera, nunca trabajé en mi vida. Mi padre se hizo cargo de mi totalmente desde que murió mi madre, él se encargaba de cubrir todos los gastos mientras yo me dedicaba completamente al estudio, nunca fui la mejor estudiante, pero tampoco la peor, al menos mi padre nunca tuvo alguna queja sobre mi comportamiento o sobre mis notas.
Luego de graduarme llegó la hora de ir a la universidad, mi padre se esforzaba mucho para lograr pagarme cada semestre, así logré estudiar los 6 semestres de la carrera de Derecho. Lamentablemente tuve que dejar la universidad, ya no tengo como seguir estudiando.
Ni siquiera tengo para pagar la ridícula habitación en la que vivo.
— Se lo prometo, a más tardar mañana le pagaré. — Dije con las manos frente a mi rostro en señal de súplica.
— Mira, ya he sido bastante paciente de verdad… Pero — Comenzó a decir y su mirada lujuriosa recorrió todo mi cuerpo. — Creo que hay otra forma con la que me puedes pagar… — Se acercó peligrosamente a mí mientras me miraba con esos ojos que tanto asco me causaron.
— ¿Qu… Que está ha..haciendo? — Dije con nervios mientras veía con terror como su cuerpo ya estaba prácticamente pegado al mío.
— Ya te lo dije preciosa, hay otra forma en la que puedes pagarme… Con tu precioso cuerpecito… — Sentí sus manos sobre mis caderas y creció el pánico en mí.
— ¡Aléjese! — Grité en vano, sabía que nadie me escucharía, vivo en la habitación de una casa cuya ubicación se encuentra en el más recóndito callejón.
— Oh no, no, es la tercera vez que te lo digo… Ya te he sido bastante paciente contigo, cobraré la deuda como sea.
— ¡No! ¡Le juro que voy a pagarle! — Exclamé al borde de las lágrimas.
— Ya no me interesa el dinero… — Dijo mientras pasaba su nariz por mi cuello. Ahora mis lagrimas caían como cascadas por mi rostro.
Comencé a forcejear con fuerza, debía liberarme antes de que pudieran hacerme algo, no podía seguir aquí, debo irme de aquí lo más rápido que pueda.
— Deja de esforzarte tanto, no habrá forma de que te libres de mí. No sé como no hice esto antes, siempre te veía, tan tranquila, tan amable… — Don José continuó luchando contra mi cuerpo hasta que los dos estuvimos completamente dentro de la habitación, puso el seguro de la puerta y volvió a mirarme con tanta intensidad que me hizo sentir desnuda.
Él avanzó un paso más pegado a mi cuerpo, de repente sentí como las paredes de la habitación se hacían cada vez más pequeñas. Él no tenía prisa, sus movimientos eran deliberados, medidos, como si ya tuviese todo bajo control, incluido mi tembloroso cuerpo bajo sus manos.
Di un paso atrás. Podía sentir cómo la adrenalina empezaba a correr por mi cuerpo, haciendo que mis piernas temblaran. Mi corazón latía tan fuerte que casi no podía oír nada más.
—Don José por favor, no me haga esto… Prometo que le pagaré.
Él sonrió, su sonrisa era como la sonrisa de alguien que disfruta al tener el control.
—No seas grosera, Laura, Solo intento ser amable contigo, solo quiero que quedemos libres de deudas, deberías estar feliz. — Dimos otro paso más hacia atrás, sentí cómo mi espalda chocaba contra el borde de una mesa.
La habitación parecía más oscura ahora, como si las lámparas hubieran perdido fuerza. Intenté mantener la calma, pero las palabras se atoraban en mi garganta. Mi mente iba a mil por hora, buscando una forma de salir de esta situación.
—No... no, prometo que en un par de horas tendrá todo su dinero.
Extendió una mano, áspera y callosa, hacia mi rostro, y mi cuerpo tembló mucho más de lo que ya lo hacía.
—Por favor, no haga esto — Rogué nuevamente, mi voz era apenas un susurro.
—Laurita, no tiene que ser difícil. — Su tono era suave, casi susurrante, pero sus ojos decían otra cosa: una mezcla de autoridad y algo más oscuro, algo que me hizo querer gritar.
En un segundo de lucha logré zafarme por un milisegundo, pero él me sujetó del brazo con fuerza. El miedo me paralizó por un instante, pero luego comencé a luchar de nuevo, empujándolo con todas mis fuerzas.
—¡Déjeme ir! — grité, aunque sabía que nadie me oiría.
Don José no respondió. Solo me apretó más fuerte, haciendo que el dolor se extendiera desde mi brazo hasta mi pecho. Pataleé, lo golpeé, intenté zafarme, pero él era demasiado fuerte.
En algún momento, me rendí. No porque quisiera, sino porque mi cuerpo no me respondía más. Era como si toda mi energía se hubiera desvanecido, como si el miedo me hubiera drenado por completo. Lo único que podía hacer era cerrar los ojos y esperar que terminara.
Todo pasó demasiado rápido y demasiado lento al mismo tiempo: el eco de mi lucha resonando en las paredes, el frío del suelo raspando mi piel, y el peso que me aplastaba, robándome el aliento, robándome la vida.
Cerré los ojos, tratando de desconectarme de la realidad, pero las imágenes seguían viniendo: la sonrisa cruel, el olor agrio a cigarro que emanaba de su aliento, el dolor...
Cuando por fin me soltó, caí al suelo. Mi cuerpo temblaba incontrolablemente, y mi mente estaba en blanco. José se levantó, se sacudió la camisa como si no hubiera pasado nada y se dirigió a la puerta.
—Ya estamos a paz y salvo muñeca. — dijo antes de salir. Su tono era frío, casi aburrido.
No respondí, No podía. Me quedé allí, en el suelo, abrazando mis rodillas mientras trataba de controlar mi respiración. Pero el aire parecía no llegar a mis pulmones, y el temblor de mis manos no cesaba. La sensación de vacío me consumía, quise seguir llorando, pero ya no pude, solo el silencio respondió al eco de mi respiración entrecortada.
No sé cuanto tiempo duré sentada en el mismo sitio, en la misma posición, sintiéndome vacía, sintiendo el dolor en algunas partes de mi cuerpo.
Me levanté con cuidado del suelo, recogí mi pantalón y caminé como pude hasta el baño, me deshice de toda la ropa y la tiré al suelo, entre en la ducha y comencé a lavar mi cuerpo, me sentía tan sucia…
Mis lagrimas volvieron a salir, caían al mismo ritmo que el agua de la ducha, restregué mi cuerpo con jabón tantas veces pude para limpiar cualquier rastro de todo lo que había sucedido, aunque sabía que, desde ese día, aquel suceso nunca saldría de mi mente.