
Azrael ha encontrado a su nueva presa. En las oscuras calles de la ciudad, ha estado observándola, una mujer cuya inocencia es tan atractiva como el secreto que la consume. Él es un monstruo, un depredador que se alimenta del dolor ajeno, y el de ella es el más dulce que ha encontrado.
Cuando la arrastra a su guarida, la lluvia lava la sangre de un hombre, pero no suplicas. Porque ella, a diferencia de todas las demás, no huye. No grita. Lo mira a los ojos, con una mezcla de miedo y una curiosidad que desafía toda lógica.
Él no busca el amor. Él no busca la redención. Busca su secreto. La confesión que la ha estado consumiendo, la razón de su dolor, el pecado que la hizo llorar en la oscuridad. Y ella, su pequeña presa, está a punto de dárselo.
En el silencio de su hogar, con solo el crepitar del fuego como testigo, ella le revela la verdad que la ha estado persiguiendo. Y a cambio, Azrael le promete su propia historia. Un secreto tan oscuro, tan retorcido, que la atará a él para siempre. Y ella, al borde del abismo, se dará cuenta de que el verdadero infierno no es del que ha estado huyendo, sino el que acaba de encontrar.

