—¿Qué dijiste Kayes? —Pregunto.
Mi respiración se empieza a entrecortar. No le prestó atención al dolor de cabeza y la pongo totalmente en ella.
—Aquí dice: «Se le diagnostica un tumor cerebral a...» —no termina de leer ya que mi papá le quita los papeles de las manos, se coloca más nervioso.
—¿A quién? —Musito.
—No alcance a leer completo —ve a papá y frunce el ceño—, ¡papá déjame terminar de leerlo! —Se cruza de brazos, se parece tanto a él, de tal palo a tal astilla.
Me siento en la camilla que es un poco incómoda, pero no soy nadie para poder quejarme; espero paciente a que hablen de una buena vez. Después de la muerte de mi abuelo, no me gusta asistir a un hospital y mucho menos público. Es por eso que prefiero estar encerrado en mi cuarto leyendo un libro como «El Tren De Los Huérfanos de Christina Baker Kline.» O simplemente estar escuchando música con mis audífonos puestos.
¡Como ellos esperan a que me entere a última hora de las cosas!
—¿Tengo... un tumor cerebral? —Inhalo y exhalo. Mi vista esta posada en ellos, los miro acusadoramente. Siempre soy el ultimo de enterarme de todo, porque sea el más pequeño no quiere decir que sea estúpido. Me miran desolado. La ira es mi método de defensa para bloquear el dolor que siento en este momento, el miedo me atenaza la garganta, las lágrimas pinchan mis ojos— ¡¿Cuándo pensaban decírmelo?! ¡¿Cuándo muriera?! —Dan un respingo y sus ojos se vuelven oscuros.
—¡No te atrevas hablarme de esa manera! —Alza la voz mi padre— ¡No dejare que te suceda nada malo!... Pensábamos decírtelo cuando todo esté listo para tu operación
—¿Operación? —Abro los ojos como platos.
—Para extirparlo —aclara esta vez mi madre—, quiero a los mejores especialistas atendiéndote. Damián... —suspira—... se ha extendido... es... grave —sus palabras son cada vez más inaudibles—. ¡Podríamos perderte! —Un sollozo rompe el silencio sepulcral, por un momento pienso que es mío, pero no, mi hermana está llorando, ¡Nunca la he visto llorar!, camina y me abraza fuerte.
—¿Por qué no lo dijeron antes? —Habla mi hermana entrecortadamente.
—No queríamos que estuvieran preocupados, Damián necesita estar relajado y descansar —habla mi padre, que estaba en silencio dejando que mi madre explicara esta situación.
Mi argumentación básica con mis padres era de hola a adiós en los últimos meses, no quise entablar una conversación con ellos, me haría mal, ya que últimamente están más pendientes de un proyecto que estaban haciendo que dudo mucho que les interesa que hagamos mi hermana y yo. Pero que equivocado estaba. El proyecto en que estaban realizando era yo. Siempre fui yo.
—¿Qué tan malo es? —La densa atmosfera que se había formado se vuelve a incorporar, mi hermana ahora está sentada en los sillones que tiene la clínica, no me imagino cuanto debe costar el hospedaje—. Por favor no me oculten más.
—Es muy grave, Damián —habla esta vez una cuarta voz, que ingresa a la habitación—. Buenas tardes señores Palinchi, señorita... Damián me llamo Ronald Marck, fui encargado de tu... bueno enfermedad. La cirugía seria todo un éxito —sonríe muy paternal.
—Tengo muchas cosas que hacer, encontrar mi propósito es uno —sonrió.
—Tú ya lo encontraste desde el día que naciste hijo —exclama mi madre con una sonrisa que no le llega a los ojos.
—Usted siempre tan recia —se burla mi hermana, le guiño un ojo por la ironía de sus palabras.
Después de que el doctor Marck indicara que es lo que debo hacer antes de la cirugía; tengo que venir en unos días para ponernos de acuerdo y tener un control. El pasillo está vacío, las paredes cambia a uno más alegre y positivo, ya no están tan deterioradas como otras veces que había asistido en mi infancia. Una vez que salgo el hospital y entro al auto. Noto muchos flases, los periodistas están afuera tomándonos fotos, escucho el ruido hasta subirme al auto. El sol baña las calles de la ciudad, ahora tengo miedo, mucho diría yo, le temo a todo lo que no conozca.
Quiero despejarme por el momento, olvidarme de que solo me quedaría una semana de vida, pienso disfrutarla al máximo. Al cabo de unos veinte minutos estamos en nuestro hogar, todos están muy callados. Bajo del coche para aligerar el poco ambiente que queda dentro del auto. Quiero llegar a mi cuarto y dormir, estoy cansado y eso que no he hecho nada. No llego ni a la puerta cuando ella se abre mostrando mi abuela. Se abren para darme espacio de entrar, entro al vestíbulo sentándome en el cómodo sofá, la sala es demasiado espaciosa, en muchas ocasiones hacen las fiestas o reuniones aquí, muchas de las veces que casi termino perdido en un lugar que es mi casa, bueno porque tanta gente hace que uno mismo se equivoque hacían donde se está dirigiendo. La diferencia es ir a mi habitación que está en la segunda planta, podría solo subir por la escalera en forma de caracol, hecha de mármol y madera refinada.
—Abuela —abrazo fuerte, un sollozo se escapa de mis labios, la quiero demasiado y no quiero dejarla, no ahora que estoy empezando a «vivir la vida.»
—Eres muy valiente hijo, tu abuelo estaría muy orgulloso de ti, te quiero mucho.
Siento otros pares de brazos sobre nosotros; esto es lo que necesitaba de hace un tiempo, el abrazo familiar que me llena de vida. Lo más triste es que no obtengo los mejores recuerdos de nosotros. Tendría que hacerle caso al doctor: despejar mi mente. Quiero estar preparado para la operación.
—Tranquilo —oigo la suave voz de mi madre—, estamos contigo —sonrió escondiendo mi cuello en el pecho de mi abuela. Ojala esto durara para siempre.
El abrazo se empieza a aflojar, miro a las personas que me observan tristes, desvió mi mirada, me levanto del sillón, camino a la escalera que me guía a mi habitación, tomando el pomo en mis manos, entro en ella. La habitación es muy grande para una sola persona, muchas veces duermo con mi hermana en ella o con mi abuela, constantemente tengo pesadillas de los chicos que unas tres veces me mandaron al hospital por el bullying que recibía. En ella tengo un escritorio con un MacBook blanca, una silla junto a él; hay unos sofás grises llegando a plateado, la habitación está ambientada con dos posters de Taylor Swift, una biblioteca que hace una pared, me encanta la lectura, es mi pasión. El color es azul nutro, el techo es pintado con dibujos de nubes blancas y azules, no miento pero esta es mi habitación desde que era un infante y me gusta conservarla así, lo único es que se ha arreglado y remodelado son pocos detalles. Pero sigue conservando ese tono infantil e inocente. Me acuesto en la gran cama; no quiero levantarme hasta mañana, he tenido mucho por hoy, cierro los ojos dejándome llevar por los brazos de la oscuridad requerida.
***
Me despierta un incesable dolor de cabeza, nuevamente. Recuerdo vagamente que ayer en el hospital, me golpee la cabeza con la escalera y eso ocasiono que me desmayara, posiblemente sucediera, pero como mencionaron que me sentiría como si mi cráneo estuviera a punto de explotar. Busco mi celular en la mesa de noche, está cargando, de seguro fue mi hermana quien lo puso a cargar; veo la hora y son las... ¡¿10:30am?! Debe ser una jodida broma, una de mal gusto, tengo que ir al colegio o bueno tenía que ir, ¡y ya casi estamos en finales!, necesito aprobar todas las materias, tampoco es que sea un vago sin hacer nada, al contrario me encanta estudiar. Más que todo, la historia y la física, me levanto pero me devuelvo a la cama enseguida por el dolor que se incrementó.
Observo a mí alrededor, la puerta se abre mostrando a una doméstica, con el desayuno, seguro de que todos deben estar enterados, y no me sorprendería que la prensa ya lo supiera. Van a estar todos alrededor de mi familia con los estúpidos acosos.
—Buenos días, joven Palinchi —me sonríe Dora, unas de las mucamas más jóvenes que hay. Me cae muy bien—, sus padres me dijeron que se despertaría tarde, y que no va asistir a su colegio por un largo tiempo...
—Gracias Dora, eres muy, incondicional. Me imagino que ya todos están enterados de la situación ¿cierto? —asiente triste.
—Si —murmura—... la prensa también, pero tus padres están arreglando eso, de verdad quiero que te recuperes rápido y que todo esté bien.
—Muchas gracias —me dispongo a comer. Mi desayuno lo conforma, huevos revueltos, dos tostadas, fruta picada, zumo de naranja y un vaso de agua con dos pastillas al lado de este.
Dora me sonríe nuevamente, dirigiéndose a la puerta y saliendo por ella. Me como todo a gusto, por eso estoy regordete, pero en realidad no mucho. Los nutricionistas dicen que es por la pubertad, pero que solo estoy regordete más no obeso. Luego de comer agarro la bandeja y la pongo en la mesa de noche. Camino al baño, despojo mi ropa lentamente, no tengo apuros. Cuando estoy totalmente desnudo entro a la ducha, dejando caer el agua artificial por mi cuerpo, suavizando mis tensos músculos, el agua está fresca. Agarro el jabón con mi mano derecha pasándolo por todo mi cuerpo, dejándolo lleno de espuma. El agua lo quita rápidamente. Luego tomo el champú, lo extiendo por mi sedoso cabello castaño. Cuando termino de bañarme, enrollo una toalla en mi cintura, me dirijo hacia lavamanos, sacando mi cepillo de dientes de la despensa (la crema dental ya estaba afuera). Le coloco una cantidad considerable, llevo el cepillo de dientes a mi boca. Ya aseado, voy al armario, busco la ropa que quiero colocarme hoy. Escojo una bermuda de color salmón, una franela blanca que tiene un bolsillo en el lado derecho, el estampado es de pizzas alrededor de ella. En la zapatera busco mi queridísimo tenis. Ubico todo sobre la cama, y los zapatos en el suelo. Me dirijo al espejo y agarro el cepillo y lo paso por mi cabello. Busco el desodorante pasándolo por mis axilas; empiezo a secar el abdomen, paso a mis piernas y luego mis brazos. Me coloco un bóxer. Luego la bermuda, siguiendo los tenis y por último la franela. Salpicó un poco de colonia en mi abdomen y listo. Me vuelvo al espejo y me contemplo, me veo bien, y si no me equivoco he perdido peso.
Agarro mi teléfono, y empiezo a llamar a mis padres. Uno, dos y tres, nada. Deberían contestarme, llamo a Stuart mi fiel y leal chofer y guardaespaldas.
—Stuart... ¿Mis padres? —escucho las sirenas de los autos de policía.
—Joven Palinchi, sus padres y yo tuvimos un pequeño...—escucho como se aclara la garganta—... percance con un conductor ebrio al salir de la conferencia de prensa.
—¿Pero están bien?
¿Ese murmuro ahogado salió de mí?
—No se preocupe, joven Palinchi. En unas horas estaremos allá.
—Está bien —cuelgo.
Veo la pantalla del celular que está bloqueada, ¿ahora esto? ¿Qué más falta?, me dirijo al jardín, hoy no tengo nada que hacer. Debería ir al parque o, quedarme aquí. Mejor voy al parque, llamo a Ryan que también es uno de mis guardaespaldas. Seguro todos se fueron y me dejaron con él.
—Ryan, voy a salir al parque, si quieres venir está bien.
—Como diga, joven Palinchi.
El portón eléctrico se abre, salgo por él. Ryan viene detrás de mí, a una distancia prudente. El parque no queda tan lejos después de todo. Cuando llego está casi vacío. «Claro ¿no ves que es temprano?» que agraciada mi conciencia. Sale cuando se le da la gana. Me siento en una banca de madera, visualizo el cultivo, es verde, está a una medida exacta y precisa; hay una que otra hoja en suelo, el otoño se está acercando, el frio es uno de los que más me lo demuestra. Parece que traer bermudas en esta época del año no es muy bueno.
Luego de unas horas observando la nada y pensando en nada me pongo en marcha de nuevo a mi hogar.
Cuando el portón se abre muestra cuatro camionetas, mis padres ya están aquí al igual que mi hermana. Camino hasta llegar a la puerta principal, la abro y se escucha gritos por detrás de esta.
—¡Si le hubiera sucedido algo a Damián o a Kayes...! —Se detiene abruptamente cuando notan mi presencia. Miro a mi padre que tiene, el brazo vendado, mi madre tiene la pierna vendada. Mi padre se acerca a mí, haciendo muecas de dolor, creo que se lastimo la pierna. Cuando llega a mí me da un bezo en mi cabello, mi madre hace lo mismo.
—¿Qué sucedió? ¿Por qué le gritas a Stuart? ¿Están bien? —Con cuidado toco su vendaje y su mueca de dolor me informa que no está todo bien.
—Un estúpido conductor borracho chocó nuestro auto. Tengo una costilla magullada y un pequeño corte en el brazo.
—¿Y la pierna?
—¿Lo notaste? —Asiento—. Solo son magulladas, hijo, no es nada.
—Papá.
—¿Nunca te rindes, Damián? —Suspira, se sienta en el sillón y yo imito su acción—, intentaron entrar a la mansión, Stuart no se percató ya que no estaba prestando atención a las cámaras de seguridad —su voz resuma llena de amargura—. El hombre logró llegar hasta las escaleras, dónde unas la de las domésticas lo noto y comenzó a gritar —me estremezco—. Stuart y Ryan llegaron y lo capturaron, al hacerlo se cayó una nota...—se detiene. Lo miro, animándolo a continuar—... Damián...—se pasa las manos por el cabello—... venían a secuestrar a Kayes para luego pedir un rescate multimillonario.
No es la primera vez que intentan secuestrarnos a algunos de nosotros, pero si la primera en llegar tan lejos.