—Damián, si no nos recuerdas... ¿no nos quieres? —No me mira a los ojos y una lágrima se desliza a través de su rostro. Me tomo alrededor de diez minutos que mi madre comprendiera lo que sucede, o al menos aparenta entender.
La miro fijamente, ya que estuvo todo el tiempo en silencio.
—Mis recuerdos no están, pero mis sentimientos si —ella se levanta y me envuelve con sus delgados brazos y sonrío—. Te quiero como siempre te he querido.
—¿No mientes? —Susurra—. Si no nos recuerdas no nos puedes querer —comenta pensativa. Parece una niña pequeña.
—Mi corazón no los ha olvidado —mi padre entra y sonríe al vernos fundidos en el abrazo—, ¿vienes señor Palinchi? —se nos queda mirando y se recompone cuando mi madre extiende los brazos, esperando a que se una nosotros.
—¡Yo también quiero! —se escucha el agudo gritico de la misma chica que me recibió cuando abrí los ojos. Ambos se acercan y lo hacen.
¿Es normal quererlos sin recordar?
—¿Cuándo iremos a casa papá? —pregunta Kayes, o creo que así se llama. Un hombre alto pelirrojo entra en la habitación seguida de una enfermera. Por su bata sé que se trata de un doctor. Debe ser el que mi padre había mencionado que iría a buscar—, doctor... mi hermano ¿puede recuperar la memoria?
No responde, solo se digna caminar hacia mí con una sonrisa. Mis padres y mi hermana se alejan y se sientan en el sofá que está al lado de la camilla. La enfermera no le quita la mirada a mi papá, y eso me pone nervioso. Mi padre es demasiado atractivo de la misma manera lo son mi madre y mi hermana.
Todos mis signos vitales son normales, al igual que los resultados de los estudios que me realizaron cuando estaba en coma. El doctor nos hace saber a una muy nerviosa familia. Y claro a mí también no hay forma de saber si recuperare o no la memoria. Extiendo la mano en dirección a mi padre y el, la toma a gusto, me dirige una mirada de adoración, a pesar de la notica que acaban de darnos, me siento feliz por tener a esta preciosa familia aquí, conmigo.
—Ya que su incisión ha cicatrizado y su cerebro no presta anomalías, ni síntomas de hinchazón, puede ir a casa Joven Palinchi, y como les mencione antes de operarlo...—le dirijo una mirada perplejo y él se pone nervioso—... discúlpeme. Lo que quiero decir es que deberá estar en reposo dos semanas más. Anteriormente le había dicho que sería más tiempo, pero dada a la buena respuesta de su cerebro no será necesario —me sonríe cálidamente—. No duden en venir si se presenta algún inconveniente. Iré a firmar el alta. Pamela, retira las vías intravenosas del joven Palinchi.
—Sí, doctor Marck, enseguida —se acerca y aprovecha la cercanía de mi padre para mirarlo. Emito un chillido cuando sin nada de cuidado retira en catéter de mi mano—. Disculpe..., joven Palinchi —su voz se vuelve amarga cuando nombra mi apellido.
—Tenga cuidado —veo como se tensa ante la voz severa de mi hermana, ella abre los ojos como platos.
—No se preocupe, señorita Palinchi, no ha sido nada, su hermano ha sido muy dramático, tal parecer.
¿Qué? ¿Quién se ha creído esta mujer para hablarme así?
—No pienso permitir que hable así de mi hijo. Termine de hacer su trabajo y si escucho una queja más por parte de él, hablare con el director de la clínica sobre el mal servicio prestado por usted —me quedo con la boca abierta, por lo que dijo mí madre, ella rápidamente termina de quitarme el resto de las vías intravenosas que tenía con mucho cuidado y camina hacia la puerta, no sin antes dar una mirada a mi padre
—¡Ya deja de mirar a mi padre! —Kayes pone mala cara, notando que la enfermera se ha quedado observando a nuestro padre más tiempo de lo normal—. Sí, el solo tiene ojos para mi mamá. Siempre lo dice —ante las palabras de mi hermana sale a toda prisa de la habitación.
Mi padre y yo soltamos carcajadas, y las chicas se ríen bajamente.
¡Necesito recuperar la memoria!
Mi familia es maravillosa y quiero recordar nuestros momentos juntos. Me siento en la cama, intento ponerme de pie, pero mi padre enseguida toma mi mano y me agarra.
—Permíteme ayudarte hijo.
***
Mi madre va al lado en el asiento de atrás, en el asiento de piloto va mi padre y el copiloto Kayes. Atravesamos una verja y me encuentro en un lugar alucinante, el prado se extiende a lo largo de todo el terreno y puede observar una casa hermosa. Mi padre estaciona y luego de bajar del auto corre para abrirme la puerta.
—Bienvenido a casa hijo —me abraza con fuerza, volteamos al escuchar un carraspeo, veo tres hombres de trajes a unos pasos de nosotros— Stuart ayuda a Lizeth con el bolso de Damián, por favor.
—Muy bien Sr. Palinchi.
—Ryan y Michael pueden retirarse.
—Estaré en el cuarto de seguridad.
—Yo iré a inspeccionar a los alrededores.
Mi padre solo asiente y yo lo miro sorprendido, ¿quiénes son esos hombres? ¿Trabajan para nosotros?, Stuart creo que se llama, se adentra la mansión con los tres bolsos en sus brazos.
—¿Quiénes son ellos, papá?
—Nuestro personal de seguridad —abro los ojos como plato. ¿Por qué necesitamos seguridad? El parece leer mis pensamientos, y responde a mi pregunta no formulada—. Dam, soy dueño de diversas empresas. Unas de las más grandes e importantes del mundo —me sonríe y, puedo notar que hay orgullo en su voz.
Somos personas importantes y multimillonarias, no estoy seguro que me agrade tener seguridad.
—¿Tenemos servicios domésticos también?
—Sí, Dora y otras más. Se encargan de cocinar, limpiar... Ya sabes, esas cosas.
—Oh, entiendo —sonrío. Stuart reaparece nuevamente y se encamina donde camino hace rato Ryan.
—Vamos hijo, nuestra familia nos espera.
Camino observando todo con detenimiento, al poner un pie cerca de la puerta, mi cuerpo agarra un sentimiento familiar, de descanso, de unión.
Dentro de ella esta una señora de avanzada edad, que me observa feliz, al lado de ella, esta Kayes, mi madre, otra señora de avanzada edad junto al que puedo intuir que es su esposo, que también es de avanzada edad. Del otro lado puedo ver a unos niños no más de siete años, jugando con unos coches de juguetes, son dos. Un niño de cabello castaño, ojos marrones y piel morena clara. La niña es de cabello azabache, ojos negros y piel blanca, hablan un idioma diferente. Caigo en cuenta que deben ser mis primos y ellos mis abuelos maternos, y son latinos. En el coche mi madre me había mencionado que sus padres viajaron de Colombia junto a mis primos ya que la hermana de ella no pudo venir. Apenas entramos todos se acercan con grandes sonrisas a saludarme, conscientes de mi pérdida de memoria, uno a uno se presentan antes de envolverme entre sus brazos.
Están aquí, Ray (abuelo materno), Teresa (esposa de Ray, y abuela materna), Chloe y Brian (son hermanos la pequeña tiene siete años y el pequeño tiene ocho años), mis padres, Kayes y mi abuela paterna Clarissa. Pregunte por mi abuelo, (el esposo de Clarissa y padre de mi padre). En ese momento hubo un silencio al tenso. Hasta que mi abuela Clarissa me dijo que murió hace varios años. Pero que siempre me quiso y me querrá donde este. Nos sentamos en el sofá en forma de ele, que por alguna razón me siento a gusto en él. Me encanta esta casa, está llena de lujos pero a la vez se siente cálida.
Es un hogar, mi hogar.
Observo una gran foto que adorna el lugar, están mis padres, mi hermana y yo. Mis padres están detrás de nosotros, mi hermana y yo nos vemos riendo. Es una hermosa fotografía.
—Los quiero —le susurro a mi padre, sobresaltándolo. Estaba enfrascado en una conversación con el abuelo acerca de una fiesta que harán el diez de noviembre, si no me equivoco.
—Nosotros también te queremos...
Luego de pasar una agradable tarde en familia y cenar todos. Luego de darme un relajante baño de espuma, me pongo unos bóxer, me coloco una camisa que me queda grande para mi gusto. Me recuesto en la cama y cierro los ojos. No hago más que sonreír al pensar en la maravillosa familia que tengo. Luego la puerta se abre mostrando a Kayes, con un pijama de seda. Se recuesta a mi lado y me abraza de la cintura.
—Duerme hermanito, yo matare los monstros debajo de tu cama.