Un año después:
Me encontraba sumergida en mis libros cuando mi madre, Emma, entró en la sala con una expresión seria. Algo en el ambiente cambió de inmediato, y mi corazón empezó a latir con fuerza, presintiendo que se avecinaba una conversación difícil.
Al levantar la mirada, vi en sus ojos una mezcla de determinación y pesar. Lo sabía, algo importante estaba por suceder.
"Ada, necesitamos hablar. Hay algo importante que quiero discutir contigo", dijo, tomando un sorbo de su café antes de enfrentar la conversación que estaba por desplegarse.
Mis cejas se fruncieron ante su tono, y la inquietud creció en mi pecho. "¿Qué pasa, mamá? Pareces preocupada", pregunté, intentando mantener la calma.
Entonces, vino la noticia. Una noticia que resonaría en mi vida de una manera que no estaba preparada para aceptar. "He estado pensando mucho en mi vida, en nuestro futuro. Y he decidido que es tiempo de hacer algunos cambios", anunció, y mi estómago se contrajo en anticipación.La bomba explotó: "Voy a mudarme a Nueva York para estar con alguien, alguien a quien he llegado a apreciar mucho. Es una decisión importante para mí".
Mis ojos se abrieron con incredulidad mientras absorbía la magnitud de sus palabras. ¿Volverás a Nueva York? ¿Y qué pasa con migo?
Mis emociones estallaron cuando continuó, informándome que también me con ella después de terminar las clases. La rabia burbujeó dentro de mí, y la sensación de traición se apoderó de mis pensamientos.
"¡No puedes hacer esto! ¡Prometiste que no volveríamos a ir allí después de lo que pasó con papá! ¿Olvidaste esa promesa?" exclamé, incapaz de contener mi indignación y decepción.
Sus ojos bajaron, y en ese momento, supe que algo había cambiado irreversiblemente. Pero yo no podía dejarlo así. "¡Pero qué hay de mi felicidad! ¿Y qué hay de tu promesa?" continué, desesperada por que comprendiera el peso de sus decisiones en nuestra vida.
La sala se llenó con nuestras voces entrelazadas en una discusión llena de emociones crudas y palabras que se clavaban como dagas en el corazón. La promesa rota, el dolor del pasado y la incertidumbre del futuro crearon una grieta profunda entre mi madre y yo, una grieta que no sabía cómo cerrar.La atmósfera en la habitación se volvió aún más tensa mientras la discusión alcanzaba su punto álgido. Mis palabras llenas de dolor y desesperación resonaban en la sala, pero mi madre, en lugar de suavizar la situación, dejó escapar un suspiro exasperado.
"¡Basta, Ada! Esto es lo que he decidido, y no hay marcha atrás. Nos vamos a mudar a Nueva York, quieras o no. Necesito seguir adelante con mi vida, y tú también lo harás", exclamó con un tono más alto, un grito cargado de frustración.
Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras la realidad de sus palabras se apoderaba de mí. La sensación de impotencia me envolvía, y la promesa rota resonaba en mis oídos como un eco doloroso. "No puedes forzarme a esto, mamá. No es justo", respondí, luchando por contener el temblor en mi voz.
Emma, mi madre, se mantuvo firme en su posición. "La vida no siempre es justa, Ada. A veces, debemos hacer cosas difíciles para encontrar la felicidad. Ya he tomado la decisión, y así será", declaró con un tono de determinación, pero sus ojos reflejaban un atisbo de tristeza.
La resignación se apoderó de mí mientras las lágrimas caían por mis mejillas. Me sentía atrapada entre la realidad que se imponía y la promesa quebrada que había sido el fundamento de nuestra vida después de la partida de papá.
"Entiendo que esto sea difícil para ti, pero necesitas aceptarlo, Ada. Es lo mejor para ambos", insistió Emma, aunque su voz se suavizó ligeramente, revelando la lucha interna que también estaba experimentando.
La discusión llegó a su fin, pero la brecha entre nosotros parecía insuperable. Mientras mi madre se retiraba de la sala, dejándome sola con mis pensamientos tumultuosos, me quedé allí, sintiendo el peso de una decisión que cambiaría por completo nuestra vida, queramos o no.
Los días que siguieron fueron difíciles. La casa se llenó de cajas y un constante ir y venir de emociones tensas. Cada encuentro con mi madre era un recordatorio constante de la inevitable separación que se avecinaba. La despedida final se acercaba más rápido de lo que estaba preparada para enfrentar.
La mañana en que mi madre partió hacia Nueva York, el silencio se instaló en la casa, interrumpido solo por el sonido de las maletas siendo arrastradas y las palabras de despedida susurradas con pesar. Nos abrazamos, y mientras sentía el abrazo de mi madre, traté de aferrarme a ese momento, como si pudiera detener el reloj y evitar que todo cambiara.
"Te prometo que esto será lo mejor para ambos, Ada. Trata de entenderlo", murmuró mi madre, sus ojos mostrando una mezcla de tristeza y anhelo.
Asentí con la cabeza, incapaz de decir una palabra. Mis emociones estaban enredadas en un torbellino, y mi garganta estaba apretada por el nudo de la despedida.
Esa noche, la casa se sintió extrañamente vacía, como si una parte de ella se hubiera ido con mi madre. Las paredes resonaban con el eco de nuestras risas pasadas, y los recuerdos de una familia unida se desvanecían con cada caja sellada.
El tiempo pasó lentamente hasta que finalmente terminaron mis clases. Llegó el momento de enfrentar la realidad de mi propia mudanza. Al empacar mis pertenencias, el peso de la soledad se hizo más evidente. Cada objeto que guardaba tenía una historia, y ahora esas historias quedaban atrás, enterradas bajo capas de nostalgia.El día de mi despedida llegó, y aunque me sentía abrumada por la tristeza, sabía que tenía que decir adiós a mis amigos. Nos reunimos en el parque, el lugar donde tantas risas y secretos habían sido compartidos a lo largo de los años.El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos cálidos que reflejaban la mezcla de emociones dentro de mí. Mis amigos, al notar mi estado de ánimo, se acercaron con expresiones de comprensión en sus rostros.
"Chicos, tengo algo que contarles", comencé, luchando por mantener la voz firme. "Mi madre y yo nos estamos mudando a Nueva York. Es... es algo que no esperaba, pero así es como las cosas están sucediendo".
Hubo un momento de sorpresa seguido de un silencio incómodo. Entonces, las expresiones de mis amigos se transformaron en comprensión y apoyo. Sarah fue la primera en romper el silencio.
"Ada, esto es sorprendente. ¿Cómo estás lidiando con todo esto?"
Asentí, agradecida por su empatía. "Es difícil, pero sé que necesito seguir adelante. Mi madre ya se fue, y yo me iré después de terminar las clases".
Mis amigos intercambiaron miradas comprensivas, y Jake puso una mano en mi hombro. "Lo siento, Ada. Pero sabes que siempre seremos amigos, ¿verdad? no pienses que te libraras tan fácilmente de mi" dijo lo ultimo con una sonrisa intentando hacerme sentir mejor.
Sonreí a medias, sintiendo un nudo en la garganta. "Lo sé, chicos. Y siempre los llevaré conmigo, sin importar dónde esté".
La tarde continuó con risas mezcladas con lágrimas, mientras compartíamos anécdotas y promesas de mantenernos en contacto. Intercambiamos abrazos, conscientes de que estos momentos marcarían el final de una era.
Cuando el sol finalmente se ocultó, despedirme de mis amigos se volvió inevitable. Nos abrazamos con fuerza, conscientes de que la distancia física no debía traducirse en una distancia emocional. Prometimos llamadas, mensajes y visitas siempre que fuera posible.
Caminé hacia mi nueva vida con la certeza de que, aunque las circunstancias nos separaban, la amistad que compartíamos permanecería intacta. La despedida fue difícil, pero sabía que cada uno de ellos siempre sería una parte esencial de mi historia, independientemente de la distancia.
La última noche en la casa que solíamos llamar hogar fue silenciosa y cargada de emociones no expresadas. Miré a mí alrededor, tratando de memorizar cada rincón, cada detalle, antes de cerrar la puerta detrás de mí. La promesa rota de no ir a ningún lado resonaba en mi mente, pero sabía que, de alguna manera, tendría que encontrar una forma de seguir adelante.
La ciudad de Nueva York me recibió con un torbellino de luces y sonidos, pero mi corazón seguía anclado en el lugar que una vez llamé hogar.