La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas de seda de la lujosa habitación de Anna, quien estaba elegantemente vestida con una bata de seda color marfil, sentada frente a su tocador de caoba, aplicando meticulosamente sus cremas matutinas. Sus ojos, atentos y astutos, no perdían detalle del reflejo de la puerta en el espejo. Esperaba, con una mezcla de ansiedad y diversión apenas contenida, a que su hijo Reinaldo Alejandro apareciera para despedirse. Ella sabía que su hijo estuvo anoche en la habitación de Charlotte y que se estaban dando cariño. De repente, unos suaves golpes en la puerta interrumpieron el silencio. —Madre, ¿estás despierta? —la voz de Reinaldo, ligeramente ronca, llegó desde el otro lado. Anna no pudo evitar que una sonrisa triunfante se dibu

