Luego, Reinaldo se fue de la cocina, subió las escaleras y al entrar a la habitación, encontró a Charlotte exactamente como la había dejado, con su mirada ahora fija en sus manos entrelazadas, como si en ellas pudiera encontrar las respuestas que buscaba. Reinaldo se sentó a su lado, ofreciéndole el vaso de agua fría con una gentileza que contrastaba con la tormenta interior que lo consumía.
―Venga, bebe un poco―murmuró, observando con preocupación cómo las manos de Charlotte temblaban al tomar el vaso.
Mientras ella bebía pequeños sorbos, Reinaldo pasó un brazo protector alrededor de sus hombros, acercándola a él como si pudiera escudarla del mundo entero con ese gesto.
―Se nota que estás muy nerviosa―dijo, con su voz en una mezcla de comprensión y preocupación―Te ha afectado mucho es
