Encuentro 2

2712 Words
En plena noche y bajo el platinado brillo de la luna, una hermosa mujer, vestida de seda y con una gargantilla ocultando su cuello en su totalidad, observa el horizonte a la espera de alguien en específico desde el balcón.  Es la reina, el collar de terciopelo n***o que oculta su garganta por completo, del que cuelga una camarilla de plata, con tres rubíes en forma de gota en las tres puntas y un diamante circular n***o en el centro, y un anillo de plata con forma de garras de dragón, en el cual luce un enorme rubí cuadrado sostenido por ellas en su dedo anular, indican claramente su estatus como cónyuge del rey y mandataria sobre todo vampiro existente. Una pesada carga quizás, para una criatura que parece tan delicada, pero que esconde una gran fuerza interior de la que pocos han sido testigos. El terciopelo n***o oculta una de las zonas más íntimas para un vampiro, el sitio predilecto para morder, el cual pertenece (en éste caso) al esposo de la vampiresa, al cual espera con ansias de que vuelva de la batalla que se habría desatado esa noche.  No faltaba demasiado para el amanecer y su preocupación iba en aumento con forme pasaba el tiempo, pues no quería que él se expusiera a tal "arma mortal" que representaba para su especie. ¿En dónde estaba? El miedo de que le hubiera pasado algo la ponía cada vez más ansiosa y no podía siquiera considerar la idea de irse a la cama, no hasta que lo tuviera frente a ella. De repente, algo llama su atención, pues sus sentidos se ponen en alerta: primero su olfato le indica que él está cerca, ya que siente su aroma particular llegando hasta ella y luego, con su agudeza visual, consigue ver cómo, por la pared del castillo, la niebla en la que él era capaz de transformarse, trepaba hacia su ubicación.  Al fin había vuelto.  Dando un par de pasos hacia atrás para dejarle espacio, contempla fijamente cómo ésta sube por el borde del balcón y se acerca a donde se encuentra, rodeándola como si de una caricia se tratara, antes de acumularse frente a la vampiresa y adoptar la forma del hombre que ama. La pelinegra no era baja en absoluto, medía más de metro setenta, y aún así, él la pasaba en altura y debía llevar tacos altos para no tener que observarlo hacia arriba con el cuello completamente doblado. Era un maldito árbol de alto, y a ella le encantaba, la hacía sentir protegida al estar a su lado.  En cuanto el cuerpo del vampiro se define por completo frente a sus ojos, la pelinegra sonríe, apreciando su atractiva y masculina figura: cabello largo y blanco como la nieve, piel pálida, ojos de color índigo intenso que contrastaban a la perfección con su blancura, cuerpo trabajado bajo unos ropajes obscuros de estilo gótico y ese tatuaje que recubría dese su muñeca derecha, pasando por su musculado brazo, hasta alcanzar parte de su espalda y abarcar su pectoral derecho, el cual mostraba quién era él, si es que los rasgos previamente nombrados, no lo dejaban en claro y ahora permanecía oculto bajo la tela.  Las heridas como cortes y golpes poblaban en ese momento su persona, dándole más color del que ella estaba acostumbrada a ver en su marido, mas eso no le quitaba su masculina belleza ni su atractivo magnetismo, ese que hacía que, siempre que lo tuviera cerca, lo deseara aún más cerca... La mano del vampiro se alza y acaricia delicadamente la mejilla de la reina, haciendo notar las afiladas puntas de sus uñas como un cosquilleo sobre la piel.  -¿Qué haces despierta, mi reina? -Te esperaba, no podía irme a dormir si sabía que tú no estabas a mi lado en la cama. -Pues ya estoy aquí, y tú deberías haberte acostado hace rato, el sol está por salir y no quiero ni pensar siquiera en que te roce. No soporto ver cuando resultas herida, no concibo siquiera la idea de una mancha arruinando la perfección de tu piel.  -Yo opino igual de ti, y ver tus heridas me molesta, así que ven conmigo que voy a curarte y no quiero escuchar siquiera una queja, ¿está claro? -Eres la única que puede decirme algo así u ordenarme como lo haces y no sufrir por ello. -Y tú amas que lo haga, por más que no lo admitas. -Puede que tengas razón. Con una sonrisa ladeada, atrae a su amada con delicadeza, la acomoda contra su cuerpo para poder sentirla y la besa con lentitud y profundidad, saboreando hasta el último dulce punto de su cálida boca. No sabía cuánto la necesitaba hasta ese momento... y era mucho.  Sonriendo a su vez, la vampiresa se separa de su esposo y tira de su mano, llevándolo hacia el interior del cuarto, acomodándolo sobre la enorme cama de cuatro postes que adornaba el centro de la estancia y, a su vez, a ella misma sobre su regazo. Haciendo a un lado su larga melena del color de la noche, pasa un dedo por el cierre de su gargantilla y la suelta, dejando solo para la vista de esos intensos ojos, la delicada columna que oculta su fuente de alimento primaria.  En cuanto la ve, puede notar enseguida el punto exacto donde debía morderla, el lugar justo para saciarse y, a su vez, desplegar un inmenso placer para ella, y no tarda en hacerlo, pues casi al instante, toma a su esposa nuevamente por la nuca con suavidad y la atrae hacia él, dejando que sus largos y filosos colmillos se desplieguen antes de clavarlos en la tierna carne frente a su boca. Un gemido es soltado por la pelinegra, la cual no puede contenerlo, al sentir cómo su esposo inicia a alimentarse de ella, a saborear el plasma de sus venas. Era una sensación tan erótica... Por algo, el acto de morder entre parejas era algo tan privado y, en otros casos, se utilizaba como castigo de vergüenza, pues dejaba al que era mordido de forma indefensa y con el cuerpo y los sentidos nublados por las sensaciones que producía. Lo colocaba en un estado en el que no podía defenderse o ser dueño de sus actos, soltaba los más bajos instintos y exhibía la falta de control del individuo, lo que era algo absolutamente bochornoso para los vampiros. Algo muy contradictorio en verdad... Con las hormonas revolucionadas, las uñas de ella se hunden en el cuero cabelludo de su esposo, intentando controlar su creciente desesperación y con el cuerpo calentándose cada vez más a medida que él sorbe de su vena. Una vez que el vampiro la suelta, entre jadeos, los ojos de la pelinegra lo recorren, verificando que su piel haya vuelto a la normalidad y que ya no presente ninguna marca de lo que ocurrió hacía unas horas.  -Ahora sí has vuelto a ser mi rey. -Pues ahora, vamos a satisfacer esa hambre que he provocado en ti. -Eso suena perfecto. Con la velocidad que caracteriza a los de su especie, el peliblanco los voltea, dejándola debajo de él y ataca su cuello nuevamente, solo que ésta vez, con su boca y no sus dientes, haciendo que los gemidos de su esposa aumenten y que ella se frote contra él buscando mayor contacto.  Con presteza, el ojiazul hace desaparecer sus ropajes, dejando a la vista el hermoso y sensual cuerpo de la mujer que ama, adorando cada centímetro con sus manos y boca, causando que la sangre fluyera como lava por sus venas y que cada vez, ansíe más su contacto, aunque uno más íntimo que el que recibe. Los dedos de largas y puntiagudas uñas masculinas, se desliza más y más abajo hasta alcanzar ese punto húmedo y cálido que oculta la pelinegra, dejándole en claro cuánto lo desea, cuánto ha provocado en su persona con su mordida.  -Tu aroma es embriagante, cariño, casi tanto como el de tu sangre y causa las mismas ansias de alimentarme de ti.  -Entonces adelante, sabes que soy toda tuya.  -Eso es lo que me encanta, sin embargo, primero quiero una probada de otra cosa. Sin una palabra más, el vampiro desciende por el frente de su cuerpo repasando las curvas que están expuestas a él, saboreando cada centímetro, inundando sus sentidos con el aroma de la piel de su compañera. Era un suertudo y él lo sabía: tenía a la mujer perfecta para él, una completa diosa, absolutamente salvaje y, a la vez, tan dulce... Una fiera indiscutible, una criatura con fuego en sus venas, una que solo lo amaba a él y que no permitiría que nadie le pusiera un dedo encima, ni a él ni a ella y, por supuesto, él tampoco dejaría que pasara. Jamás dejaría que NADIE tocara a su otra mitad, solo era suya.  Pasando por su vientre, no pudo evitar imaginárselo hinchado con una cría de su pertenencia. Era verdad que la mayoría de los vampiros no pueden tener hijos, pero no se trataba de algo imposible, solo era difícil de conseguir y él, al ser de pura sangre (su linaje no poseía nada de humano, jamás había pasado uno por alguna generación de su familia) tenía una posibilidad mucho mayor al resto de la población de su especie. Podía tener un hijo, sin importar que su reina no fuera una "purasangre". Ella tenía un linaje del noventa y cinco porciento, a pesar de no haberla elegido por eso, mas aumentaba las posibilidades de que pasara. La realidad era que, simplemente la vio, y supo que era y sería suya, sin importar nada. Bajando aún más, el aroma se vuelve tan intenso que, casi se podría decir, se ha vuelto asfixiante (en el buen sentido) y le nubla el juicio, solo puede pensar en hacerla suya. En cuanto sus labios tocan su punto dulce, los gemidos de la reina se escuchan con intensidad y él se divierte con ellos, aumentando la apretada erección que aún permanece aprisionada dentro de sus pantalones. Su sabor le explota en la boca, haciendo que gruña de puro gusto y profundiza sus ataques, pasando su lengua una y otra vez por su clítoris y esa cálida y apretada entrada, recogiendo cada gota que escapa de ella con hambre casi famélica. La sangre no era "su único alimento". -Vladimir... -Shhh... Solo disfruta, Zafiro, porque ésta noche voy a hacer que veas el sol.  -Ardiente y mortal, qué apropiado.  -Solo que no morirás, salvo de placer. -Buena forma de morir, no voy a quejarme. Una risa gutural escapa del rey ante la sonrisa pícara de su esposa y vuelve a hundir su boca en ese cálido punto, retomando su jugueteo con su lengua y sus colmillos para estimularla y hacerla delirar. Las manos de ella juegan con su cabello en tanto él masajea suavemente sus muslos, bebiéndosela como si no hubiera un mañana. -Por el mismísimo infierno, eso se siente tan bien... La única respuesta que obtiene es un gruñido, el cual (las vibraciones que produce) reverberan por el cuerpo femenino, una sensación parecida a la de un vibrador contra su hinchado clítoris, el cual la hace arquearse de puro gozo y querer aún más, ansiar el sentirse llena, colmada hasta el último milímetro de su interior por él y solo por él. -Por favor, ya no juegues conmigo, te necesito ahora mismo. Escuchar la súplica de su compañera es lo único que el peliblanco necesita para desatarse, provocando que dejara una picada de sus colmillos en ese punto dulce, haciendo que ella salte por el latigazo de placer que esto le produce y luego trepa como depredador por su cuerpo, ubicándose entre sus piernas para que sus sexos se alineen. De una sola estocada, en tanto que sus bocas se encuentran en el cuello del otro, el peliblanco se hunde en su mujer, haciendo que ambos giman de puro placer.  Con ansiedad, como si estuviera muriéndose por la necesidad, el vampiro se hunde una y otra vez en la pelinegra, haciendo que ella gima y jadee sin importarle nada más que lo que está sintiendo con su esposo. Sus manos se mueven sin control sobre el cuerpo de él, empujándolo hacia ella en un silencioso pedido de más. -Aliméntate cariño, quiero que recobres tu fuerza porque voy a agotar toda la que posees. Esas palabras penetran en su cerebro ahogado en placer, haciendo que abra su boca y deje que sus dientes se alarguen para luego, clavarlos con suavidad en el hombro de su marido, aumentando las sensaciones que la inundan con el shock de adrenalina de su trago de sangre. El poder que reside en ese líquido escarlata, pasa a las venas de ella y potencia sus sentidos, haciendo que lo que su compañero le está haciendo, sea mucho más intenso.  En cuanto sus colmillos se desprenden de la piel, un quejido escapa de su boca al notar que su esposo se retiró de ella, mas queda silenciado en cuanto él la voltea sobre su estómago y la alza un poco de su cadera, dejándola en la posición perfecta para entrar en ella. Nuevamente se hunde en su cuerpo y los gemidos resuenan en el amplio espacio del cuarto, rebotando contra las paredes enloqueciendo a su marido en cuanto llegan a sus oídos y aumenta sus empujes, moviéndose casi como un pistón contra ella. Los gritos de puro placer de la pelinegra son solo un motivador más para el vampiro de seguir adelante, de buscar el placer mutuo y ansía ver cómo ella llega al tan ansiado orgasmo, adora ver su rostro al alcanzar la cúspide de su corrida. Con eso en su mente, se deja caer hacia adelante, apoyando las manos sobre la cama, a ambos lados del cuerpo de su esposa, y empuja con más fuerza y velocidad, produciendo mayor choque entre ambos, y hasta que la cama rebote contra la pared. -Vladimir yo... Los gemidos la interrumpen, el orgasmo se acerca y él lo sabe, porque lo mismo le sucede a él. Para que no haya riesgo de que culmine antes que su amada, sus dedos serpentean por la silueta de ella en una caricia enloquecedora para su mujer y los mete bajo su cuerpo, encontrando su clítoris nuevamente y atacándolo con las yemas de estos, estimulándola al punto de que siente cómo su cuerpo lo apresa dentro de su ser, dificultándole el movimiento y aumentando la fricción y el placer.  -¡YA NO PUEDO MÁS! -No te resistas, déjalo salir, dámelo mi reina. Una presión se forma desde lo más profundo de ambos y, casi como una explosión, se vienen juntos de forma arrolladora, él soltando un rugido que casi parece como si hubiera sido un león en lugar de una persona. Hasta el cristal había temblado con la amenaza de quebrarse con semejante sonido.  A su mujer no dejaba de sorprenderla con la poderosa bestia que se ocultaba dentro del interior del amor de su "no vida", se podría decir que hasta la ponía cachonda de vez en cuando.  Con suavidad, una vez que su respiración se ha recobrado a la normalidad, el rey sale de su compañera y se acomoda junto a ella, colocando a la pelinegra sobre su pecho y cubriéndolos con las mantas de la cama, dejando que la vampiresa dormite sobre él, sintiendo su cálida respiración contra la piel de su pectoral.  -¿Estás más tranquila ahora que estoy aquí?   -Después de esto, dudo mucho que alguien no lo esté. -¿Y dormirás?  -Quizás luego, el sol apenas está saliendo y el día recién comienza, tenemos mucho tiempo por delante para disfrutar, ¿no te parece? Con esas palabras, la vampiresa se acomoda rápidamente sobre él y comienza a frotarse sobre la erección del vampiro que ya vuelve a notarse bajo ella. Su sonrisa pícara le dice que el día será largo y no estaba en absoluto en contra: no se le ocurría una mejor forma de perder horas de sueño, que disfrutando una y otra vez de la fiera sensual que tenía por esposa.  Lo había dicho y lo repetía, era un tipo con suerte. -Entonces, es hora del round dos... 
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