Capítulo 01. Un ángel perfecto
¿Cómo se puede curar un corazón herido?
Esa es la pregunta que me ha atormentado durante las siguientes horas y a la que no le he podido encontrar respuesta.
No cuando mi relación “perfecta” se ha ido a la miera en un abrir y cerrar de ojos, debido a mi “perfecto” novio, que resultó siendo un infiel empedernido. Un canalla que es muy capaz de acostarse con todo lo que tenga falda y con lo que no también.
Aún no puedo creer que he sido engañada por un año. ¡Un jodido año! Y no me haya dado cuenta. He sido la tonta que nunca se enteró, hasta que los cuernos se me doblaron de la frente hacia atrás como un jodido impala.
Ni siquiera lo vi venir, nunca se me hubiera pasado por la cabeza que Raúl me engañaba y no lo habría creído si no lo hubiese visto con mis propios ojos. Estos ojos que se ha de comer la tierra.
El recuerdo de Raúl enredado entre las piernas de otra mujer, empujando en su interior mientras gemía y le murmuraba al oído lo buena que se sentía debajo de él, aún me revuelve el estómago y hace hervir mi sangre de ira.
No debí dejarme llevar por su bonita cara. Sobre todo, debí desconfiar de lo bueno que era. Demasiado perfecto, la clase de hombre que ya no existe en estos tiempos.
Resoplo perdiendo el glamour, mientras me siento frente a la barra para pedir una botella de ron, el más fuerte para olvidar el desastre de mi vida amorosa.
Menos mal, mis vacaciones de verano llegaron en el momento perfecto. El destino parecía estar a mi favor y había hecho coincidir mis vacaciones de la universidad con las de mi trabajo.
Soy una chica de veintiún años, de un pueblo remoto en la provincia que se marchó a probar suerte lejos de su tierra, pero que regresa para lamerse las heridas hasta borrar las cicatrices de esta mala experiencia.
Pues no tengo ninguna intención de darle el gusto al idiota de Raúl, de verme sufrir y menos por él, que no vale nada.
—¿Puedo ofrecerle algo más, señorita? —me pregunta el hombre de la barra.
Clava su mirada en mí, como si intentara reconocerme. Tal vez… me haya visto en alguna revista o en alguna foto de las redes de la empresa de modelaje para la que trabajo, realmente no lo sé y no me interesa.
En este momento no soy una top model, solo una estudiante que quiere divertirse y olvidar.
—Usted no es de aquí, ¿verdad?
Niego con un movimiento de cabeza, todo lo que quiero es beber hasta olvidarme del cucaracho de Raúl. Esto es todo, es todo lo que necesito antes de volver a la ciudad y fingir que todo está bien.
—Cualquier cosa que necesite, solo tiene que pedirlo —ofrece.
No le respondo, tomo la botella y me traslado a una de las mesas vacías, alejadas del humo del tabaco y de las mesas llenas de hombres que buscan ganar la partida de póker mientras gritan escandalosamente, beben y fuman como chimeneas.
No presto atención a la gente a mi alrededor, me sirvo el primer vaso y bebo a fondo. El líquido ambarino me quema la garganta y hago un esfuerzo titánico para no toser. Pero luego del tercero, ya no siento ni cosquilla. Baja como si bebiera agua.
No sé cuánto tiempo paso sentada en la silla, de igual manera no tengo ninguna maldita prisa por volver a mi casa, mi pequeña y casi destartalada choza al pie de la montaña. Es una suerte que estemos en verano, mi techo tiene más coladeras que mi corazón.
No puedo creer que diga eso. ¡Solo tengo veintiún años! Tengo una vida brillante por delante, nuevos horizontes y amores por conocer.
¡No es el fin del mundo!
Tengo trabajo, estudio una carrera que me gusta. ¿Qué más puedo pedir?
Resoplo otra vez, al no ser capaz de apartar de mi cabeza a Raúl, pero el idiota realmente me gustaba, me hacía sentir especial con sus atenciones y detalles.
Pero como otros, también me rompió el corazón.
—Estúpido, ni siquiera eras bueno en la cama —murmuro, supongo que producto de mi borrachera y mi enojo.
No puede ser tan malo si me tiene aquí, lamentándome delante de una botella de ron casi vacía, en un pueblo remoto, en medio de la nada y metida en un bar exclusivo para hombres.
—¿Has dicho algo, preciosa?
Levanto la mirada para encontrarme con un tipo bastante desagradable a mi vista y para mi gusto. Lo miro como si se tratara de un insecto, no suelo ser pedante, nunca he olvidado el lugar de donde salí, pero los hombres atrevidos y los borrachos no son lo mío.
—Sigue tu camino —me las arreglo a decir, tengo la lengua dormida y la siento pesada, como si una roca la aplastara.
Una risa tonta escapa de mis labios e imagino que el tipo delante de mí se lo toma como burla. La sonrisa de su rostro se borra y sus facciones cambian drásticamente.
—Tienes que tener cuidado con lo que dices, bonita, eres una mujer en un bar lleno de hombres —dice.
—Dime algo que no sepa —refuto. Por supuesto, que me di cuenta desde el principio del lugar donde estaba y que soy la única mujer en el sitio, pero no estoy buscando la compañía de ningún hombre. Como ellos, solo quiero ahogar mis penas.
¡¿Cuál es el maldito problema?!
—¿Estás burlándote de mí? —Se nota furioso, pero yo simplemente me encojo de hombros.
—Eres una citadina.
—¿Tienes algún problema con eso? —Lo reto.
Bien, dicen que el borracho no es capaz de medir el peligro cuando la excitación del alcohol lo vuelve valiente y le nubla la mente. Yo no soy consciente del problema en el que me he metido hasta que las manos del hombre se aferran a mis brazos.
—Si tu padre no te enseñó a respetar a un hombre. Yo voy a enseñarte cómo hacerlo —gruñe con su rostro muy pegado al mío.
Una arcada sube por mi garganta al sentir el aroma del tabaco mezclado con su aliento. ¡Es asqueroso! No puedo contenerme y termino vaciando el estómago sobre él.
El tipo se aparta con rapidez, pero el vómito salpica sus botas vaqueras y su rostro se transforma.
—¡Maldita mujer! ¡Haré que limpies mis botas de rodillas y con la maldita lengua! —grita, rojo por el enojo.
Cierro los ojos cuando su mano sale disparada en mi dirección. Respiro profundo y me preparo para recibirlo; sin embargo, nada sucede.
El sitio se convierte en un silencio sepulcral, la curiosidad me gana y abro los ojos para encontrarme con el puño del tipo muy, muy cerca de mi rostro y con un hombre sacado de una película texana, deteniendo su puño.
—¿Nadie te enseñó que a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa? —pregunta con una voz ronca y profunda que me hace sentir un nudo en la garganta—. Pero no tengo ningún jodido problema en enseñártelo yo.
—No te metas, no es tu maldito asunto —gruñe el hombre. Intenta liberar su puño, pero el vaquero sexi no tiene ninguna intención de dejarlo ir, por el contrario. Él sonríe de medio lado y por un momento creó que he muerto y estoy viendo a un ángel perfecto.
Una nueva risita escapa de mis labios, el alcohol sí que me hace pensar estupideces.
—Pues resulta que este es mi bar, por lo tanto, todo lo que sucede dentro, es mi puto problema —le riñe.
—¡Una mierda! Estoy pagando lo que consumo —refuta el hombre indignado.
—Es todo lo que tienes que hacer. Pagar lo que consumes en este lugar, no te da derecho de acosar a nadie y menos a una mujer —dice, llevándoselo lejos de mí.
Con mucha dificultad me dirijo a los servicios al sentir la protesta de mi estómago. ¡No vuelvo a tomar en mi vida! ¡Jamás! ¡Jamás! Repito una y otra vez, mientras vomito hasta los intestinos.
La sensación que queda en mi garganta es atroz, el alcohol me ha dejado más penas que alivio. Con resignación salgo del cubículo y me dirijo al lavamanos; el reflejo de mi rostro me espanta. El rímel se me ha corrido por el llanto al vomitar, el labial es un desastre total. ¡Dios, me veo horrible!
Bajo la cabeza y me lavo el rostro, el agua no es fría como lo sería en invierno, más bien sale tibia, lo que me ayuda con el maquillaje. Una vez que tengo el rostro limpio, salgo del baño mientras me tambaleo.
La pregunta del millón es: ¿Cómo diablos regreso a casa?
—¿Está usted bien, señorita?
Me giro tan rápido que mis pies se enredan entre sí y termino en los brazos del hombre que recientemente me ha salvado.
—La tengo —dice. Y su voz envía un escalofrío por todo mi cuerpo.