El viernes por la tarde, después de despedir a la familia, y comprobar por mensaje que le enviaron, que habían llegado su destino su padre y su hermana, porque claro, cuando los despidió se hizo el pariente sufridor, pidiéndoles que le avisaran cuando llegaran. No sabía nada el cabroncete de Carlitos, pensaba Catalina, mientras se tomaban un zumo de naranja los dos en la terraza, sentados en unos buenos sillones.
—¿Dónde lo haremos?— Preguntaba impaciente Carlos.
—En tu cama, que es más grande ¿Tienes prisa?
—No… bueno… no, o ¿Tengo que tenerla?
—¡Ay Carlitos! ¿Qué haremos contigo?— Se reía Catalina.
—A mí se me ocurren unas cuantas cosas.
—Anda ven conmigo desvergonzado, que eres un sinvergüenza.
Le decía Catalina riendo, mientras le agarraba de una mano y caminaban los dos hasta la habitación de Carlos. Una vez allí.
—Bueno ¿Me piensas desnudar? ¿O me vas a follar vestida? Sin quitarme ni las bragas.
—No me pongas más nervioso coño, que ya lo estoy bastante.— Se defendía Carlos.
Catalina se quitó los zapatos, él le deshizo el nudo de la bata, tal como veía que lo hacía ella en su habitación, le fue desabrochando los botones, aquel sujetador y braga blanco transparente lo volvían loco.
—¿A qué esperas? Sigue con el sostén.— Le animaba Catalina.
Carlos le puso las manos en la espalda, se estuvo peleando con el sujetador un rato, sin conseguir abrirlo. Ella se reía, lo miró y se giró, para que él pudiera ver cómo funcionaba el maldito cierre del sostén, una vez estudiado el complejo mecanismo, que parece que lo hagan expresamente para que se nos atasque cuando más necesitamos abrirlo coño, Carlos ya pudo quitárselo. Después le hizo desnudarse a él, lo arrodilló delante de ella, y con una señal con la cabeza, le hizo entender que le bajase las bragas. Carlos se las bajó mirándole el coño y las bragas, la vista se le iba de un lado al otro. Cuando las tuvo a la altura de los tobillos, ella levantó un pie y después el otro para que se las quitara. Él le miró a los ojos desde abajo.
—Bésamelo.
—¿Qué?
—Que me beses el coño Carlitos, que te lo tengo que decir todo hostia.
Carlos acercó los labios y le dio un beso en medio de la rajita del chichi.
—¡Joder Carlitos! ¿No te he enseñado yo a sacar la lengua cuando besas?
Carlos le sonrió, ahora sí que la entendía. Volvió a acercar los labios, esta vez sacó la lengua hurgando dentro del coño de Catalina, ella le agarró la cabeza, apretándosela contra su chocho, él, medio ahogándose le pasaba la lengua moviéndola por dentro, de un lado para el otro. Catalina se separó y se estiró en la cama abriendo mucho las piernas.
—Ven aquí, sigue tú trabajo, que lo estás haciendo muy bien malandrín.— Le animaba ella.
Y tanto que el chaval le hizo caso, se tiró de cabeza a la cama como si fuera la piscina. Ella se reía, hasta que le dio el primer lametazo y le dio un calambrazo de gusto, Catalina le pegó un cogotazo que se escuchó por toda la casa.
—No te dije que tenías que empezar despacio y con cuidado c*****o ¿Qué estás haciendo? Desde luego eres duro de mollera.
—Perdona, perdona.— Se disculpaba Carlos.
Sin levantar la vista, siguiendo más suave con lo que estaba haciendo, comiéndose su primer coño, le interesaba experimentarlo todo, su textura, su sabor, su olor ¡Ay su olor! Como lo estaba poniendo. Se dejó guiar por Catalina, consiguió que ella gimiera, que moviera el cuerpo de gusto, que le apretara la cabeza con su mano. Cuando ella se cansó, le apartó la cabeza, lo estiró a él boca arriba en la cama, le agarró la polla y le miró a los ojos, haciéndole entender que algo importante se acercaba. Bajó la cabeza y se metió el c*****o en la boca, se lo chupó y lamió un ratito, Carlos suspiraba, sin perderse detalle de la boca de Catalina con su polla dentro. Empezó a meterse polla en la boca, primero hasta la mitad, volviendo a la punta chupando y succionando suavemente, tenía miedo de que se le corriera allí mismo. Después se la tragó entera, Carlos vio desaparecer su polla en la boca de Catalina, aquello era demasiado, cuando ella repitió la operación dos o tres veces, se le corrió en la garganta, ella, agarrándole firmemente la polla, siguió sacándosela y metiéndosela entera en la boca, mientras sentía los disparos de semen de Carlos, tragó todo lo que pudo, pero algún reguero de semen le cayó por la comisura de los labios, ver aquello hacía que Carlos gritara más corriéndose. Catalina soltó la polla, se limpió la boca con la mano, y la mano con la sabana.
—¿Ya está? ¿Has acabado sin llegar a follar?— Le preguntaba sabiendo la respuesta.
—Sabes que no, mira, mira, lo dura que la tengo todavía.— Contestaba Carlos señalándose la polla con un dedo.
Catalina se puso a reír, le besó los labios con cariño, le pasó una pierna por encima y se colocó encima de él, le agarró la polla, comprobando que Carlos tenía razón, la seguía teniendo durísima, se la apuntó en el agujerito del coño, y se dejó caer, metiéndosela hasta el fondo, se quedó quieta, mirando la cara de alucinado que tenía Carlos.
—Ya te he estrenado chavalote, ya no eres virgen Carlitos.— Le anunciaba cachondeándose Catalina.
Carlos la escuchaba, pero estaba callado como un puta. Solo podía mirarle a ella la parte del coño con su polla dentro. Catalina empezó a moverse, suavemente, no quería que el chaval se volviera a correr a la primera de cambio, lo hacía adelante y atrás. Se fue animando ella moviéndose más rápido, Carlos alargó un brazo agarrándole una teta, acariciándosela y amasándosela como ella le dijo. Catalina empezó a gemir, notaba como el orgasmo le estaba subiendo, entre el meneo de caderas follándose a Carlos, y aquella mano que le acariciaba una teta, se estaba calentando por momentos.
—Carlitos aguanta, por Dios aguanta un poco.— Le pedía, casi le imploraba.
El chaval aguantó, hasta que se empezó a correr Catalina, a partir de ahí, inició la descarga de lechazos, uno detrás de otro dentro del coño de la mujer que lo había desvirgado.
Esto fue el inicio, se pasaron el fin de semana follando a destajo. Le enseñó a comerle el coño, como le comía la polla ella, a follar en todas las posiciones posibles, y a hacer el asador de pollos, follar dándole la vuelta a la chica, empezar boca arriba, luego de lado y acabar a cuatro patas. Ese fin de semana Carlos hizo un máster, mucho más interesante que el que le faltaba para ser arquitecto actualmente.
Eso duró unos meses, cada vez que podía, Carlos se deshacía de la familia el fin de semana para follar con Catalina, y como follaban, se destrozaban mutuamente, se comían el uno al otro, se devoraban. Qué gran experiencia de sexo y vida fueron aquellos meses para Carlos. Hasta que ella conoció a un chico y se hizo novio de él, eso le tocó los cojones a Carlos totalmente, no podía ni ver a aquel tipo, cada vez que la venía a buscar cuando Catalina acababa su horario, lo maldecía y deseaba que un rayo lo partiera por la mitad. Durante ese tiempo consiguió que su padre y su hermana desaparecieran un fin de semana, parecía que todo iba en consonancia, ese fin de semana hizo un tiempo infernal, solo tronaba y llovía a cantaros.
Carlos se decidió y fue a hablar con Catalina, ella estaba en la cocina, intentaba no acercarse mucho a él, sabía que no lo estaba pasando bien. Entró Carlos, fuera diluviaba, agarró una manzana y le dio un mordisco.
—¿No piensas decirme nada? Últimamente parece que me evitas.— Le preguntaba Carlos.
—Ya sabes la situación que hay…
—¿Cómo la situación que hay? Eso quiere decir que a mí me den por culo.— Se enfadaba Carlos.
Catalina dejó lo que estaba haciendo, se limpió las manos con un trapo.
—No puede ser Carlitos, no puede ser.
Tiró el trapo encima de la encimera y salió corriendo por la puerta que daba a la terraza, al ver que él tiraba la manzana y la seguía, continuó caminando, casi corriendo hasta la piscina, el aguacero que estaba cayendo la estaba empapando, cruzó los brazos por delante de su pecho, mirando el agua de la piscina, como las gotas de lluvia rebotaban. Llegó Carlos a su altura, ella le miró a los ojos con tristeza, él se acercó y la abrazó, como si pudiera cubrirla del manto de agua que les caía a los dos encima. Catalina separó los brazos que le cubrían el pecho, abrazándolo a él también, no decían nada, en silencio los dos, en medio del césped de la piscina, dejándose empapar por el agua de la lluvia, estuvieron un buen rato así, los dos sabían que lo suyo, estaba acabado.