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Matrimonio a la fuerza con un Ranchero.

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Blurb

- No, papá no me puedo casar con ese ranchero vulgar - Le grité con todas mis fuerzas. Es increíble que me someta a esta humilakc.

- O te casas con él o te quedas en la calle. Tú elijes, Amaya- Sentencia mi cruel padre.

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Monte Carlo
En el monte, la vida es mucho más tranquila que en la ruidosa ciudad. Miguel Serrano nació y creció allí, al igual que sus padres, abuelos y toda su familia. Aún recuerda con orgullo las historias que le contaban de pequeño sobre el origen de la hacienda Serrano. La hacienda Serrano ha pasado de generación en generación. Su bisabuelo la obtuvo trabajando de sol a sol, con un pequeño golpe de suerte: su patrón se la vendió, decidido a no heredar la propiedad a su hijo, con quien tenía una enemistad. El hijo era un joven ambicioso y cruel, que solo esperaba la muerte de su padre para quedarse con todo. Desde entonces, los Serrano y los Valencia se han disputado las tierras. Los Serrano han crecido con trabajo y esfuerzo, mientras que los Valencia han logrado prosperar a base de engaños, estafas y explotación de campesinos y pequeños ganaderos. Ambas familias poseen las haciendas más productivas de la región de Monte Carlo, por lo que son rivales naturales. La familia Valencia está compuesta por el jefe de familia, César Valencia, y su esposa Gabriela, quienes tienen tres hijos, Arturo, Saúl y Mía. Ambos heredaron la personalidad fría y arrogante de sus padres. El único Valencia con un carácter dulce, empático y sensible es Samuel, quien en lugar de estudiar finanzas, decidió dedicarse a la medicina, encontrando felicidad al ayudar a quienes más lo necesitan. La familia Serrano, por su parte, está compuesta por Miguel Serrano, jefe de la familia. Tiene dos hijos: Mariano y Amaya. Al nacer ella, su madre falleció, logrando verla solo una vez. Mariano tiene una personalidad arrogante; es el tipo de persona que cree que por tener un apellido importante merece el cielo. Sin embargo, no tiene maldad, solo es perezoso y detesta trabajar. Amaya, cuando era pequeña, tenía un carácter amoroso y tranquilo. Pero cuando la alejaron de la hacienda que tanto adoraba, una gran soledad la invadió, y la luz que la caracterizaba se ensombreció. Su vida entera era el campo, sus caballos, su hermano y su mejor amigo, Sebastián. Al irse a la ciudad, perdió todo eso, y no le fue fácil adaptarse, sobre todo debido a las burlas de su prima Berenice, quien siempre la ha envidiado y odiado. Hoy es un día habitual en la hacienda Serrano. Se escuchan los gritos de Don Miguel hacia su hijo Mariano, quien ha olvidado por décima vez sus responsabilidades en la hacienda. A Miguel le decepciona la actitud ociosa de su hijo, la cual es contraria a la de él, que, pese a tener dinero, nunca ha dejado de trabajar. —No dramatices, viejo —Mariano intenta bromear, pero al ver la expresión de su padre, se da cuenta de su error. —¡Eres un irresponsable! —le recrimina Don Miguel, con evidente molestia. —Sabes, me estoy quedando sin dinero —dice Mariano con cinismo. —¿Me estás pidiendo dinero? —Don Miguel se sorprende ante el descaro de su hijo. —Sí, papá, de verdad lo necesito. Te prometo que haré el trabajo después. Miguel suelta una risa amarga, conteniendo su frustración para no estallar y golpearlo. Tal vez eso debió hacer desde el principio, pero nunca le ha puesto una mano encima a ninguno de sus hijos. Quizás la falta de una figura materna influye en la conducta de Mariano, pero justificarlo sería demasiado. Amaya, a pesar de la misma pérdida, es su mayor orgullo. Además, está el ejemplo de Sebastián, su ahijado consentido. Don Miguel lo recogió de las calles cuando tenía diez años, y, a pesar de no tener padres ni familia, Sebastián se ha convertido en un hombre honorable y trabajador, que ha ganado el respeto y el cariño de Miguel. —Papá, llamando a tierra —Mariano intenta sacarlo de sus pensamientos. —¡No te daré un peso, Mariano! ¡Si no fuera por el trabajo de Sebastián, esta hacienda se iría abajo! —le reprende, con severidad. —¡Ese pobretón! —Mariano rueda los ojos, con desdén. Mariano nunca ha soportado a Sebastián. No entiende por qué su padre y hermana le tienen tanto cariño a un simple empleado. Desde pequeño, siempre se ha sentido desplazado por el joven, a quien todos parecen adorar. —A ese “pobretón” le dejaría la hacienda —Don Miguel enfatiza con firmeza. —No estarás hablando en serio. Yo soy tu único hijo —Mariano, incrédulo, lo mira fijamente. —Pero no eres responsable, eres un parásito, Mariano.

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