CAPÍTULO 16.

1535 Words
—¿A dónde me llevas? — inquiero, mientras soy guiada por irlandés. Tengo los ojos vendados. De hecho, todo el camino lo he hecho con una venda que me roba la visión, pero no el control. Mis manos descansan sobre mi regazo, y cada tanto, mi cuerpo se sacude por el movimiento del auto. No puedo ver, pero puedo olerlo: el cuero, el aire con perfume a lluvia reciente y el toque tenue de su loción, mezcla de madera y menta. —Te dije que era una sorpresa — dice por enésima vez Killian a mi lado. —Soy muy curiosa —replicó. Lo escucho resoplar, divertido, aunque puedo imaginar su sonrisa ladeada. —Gracias por la advertencia — cuchichea en tono divertido —la próxima vez, te cubro la boca. Sonrió, dejando escapar una carcajada baja. —Créeme cuando te digo que, Morris no estaba de acuerdo con que te trajera a este lugar. —Conociendo al hombre como lo conozco, tenemos compañía no muy lejos — comento. —Así es. De hecho, dado los últimos acontecimientos, me dejó claro que no te podía secuestrar porque sí. Su tono suena relajado, pero debajo hay tensión. Lo sé. La prensa está husmeando, los buitres de siempre revolotean sobre el cadáver aún tibio del cerdo de Máximo. Adrien, con su mirada inquisitiva, no tardará en unir los cabos sueltos y darse cuenta de que fui yo quien se encargó del alcalde. Pero no me preocupa. Si el fiscal decide levantar la voz, tendrá que recordar lo fácil que es desaparecer en esta ciudad cuando uno molesta a la persona equivocada. Nos detenemos. El motor se apaga, y por un momento, el silencio se impone entre ambos. Luego, siento cómo el irlandés se mueve detrás de mí, su respiración se mezcla con la mía, tibia y contenida. Me rodea la cintura y sus labios rozan mi oído. —Espero que te guste —dice, y su tono me deja claro que está algo nervioso. Me saco el antifaz con cuidado. La luz me ciega por un segundo, y cuando mis ojos se acostumbran, me quedo sin aliento. Frente a mí hay una mesa bajo una glorieta decorada con flores silvestres como margaritas, dalias, y rosas pequeñas entrelazadas con hiedra. La escena parece sacada de un sueño: guirnaldas de luces blancas rodean el lugar y cuelgan de los árboles, moviéndose suavemente con la brisa de la tarde. El aire huele a tierra húmeda y a lavanda. El sonido del agua de una fuente cercana rompe el silencio con un murmullo hipnótico. — ¿Estamos en…? —El jardín botánico. — Me corta. —¿Cómo lograste que te dejaran hacer esto? —Morris me ayudó. Lo miro sorprendida, arqueando una ceja. —Le recordé que había ganado mucho con mi pelea. —Eso es tener una mente rápida. Él sonríe con una modestia fingida y me ofrece su mano. —Ven —me toma de la mano y nos lleva hasta la pérgola. Mis zapatos de tacón se hunden en la grama, arruinándose con la humedad, pero no me importa. En este momento, nada más existe que el sonido de nuestras pisadas sobre la hierba y la sensación de su mano firme en la mía. Nadie antes ha hecho algo así por mí. Sí, Ciaran era un hombre detallista, de gestos grandiosos y desbordantes. Pero su amor siempre fue una demostración de poder. Para nuestro primer aniversario, me llevó de sorpresa a Egipto. Para mi cumpleaños, me obsequió un Porsche. Y así fue durante todo nuestro matrimonio. Regalos caros y promesas envueltas en lazos de oro. Sin embargo, esto… esto es distinto. Killian ha hecho algo simple, pero profundamente humano. No busca impresionarme, sino tocar algo que creí que había muerto dentro de mí. Lo miro con una sonrisa ladeada al tiempo que tomo asiento frente a la mesa que está puesta de manera impecable con el mantel blanco, cubertería de plata, velas encendidas dentro de frascos de cristal. El viento las hace titilar como si danzaran para nosotros. —Todo esto es hermoso. Se sienta frente a mí. Puedo ver en sus ojos el alivio de quien se arriesgó y ganó. Hay una ternura casi infantil en su expresión. Aprovecho el momento para mirarlo sin disimulo. Los vaqueros gastados, la camiseta ajustada que deja ver los músculos de sus brazos, las trenzas recogidas que le dan ese aire de guerrero nórdico. Es un hombre peligroso, pero no por sus puños, sino por la calma con la que me desarma. Alarga la mano y saca una botella de vino tinto. —Vaya, veo que tienes todo para aprovecharte de mí —me burló. Él ríe entre dientes. —¿Necesito embriagarte para tenerte a mi merced? —cuestiona en el mismo tono. Me tiende una copa, y el cristal suena como una promesa cuando la tomo. —No. —Le doy un sorbo a mi copa antes de dejarla frente a mí—. Me satisface estar a tu merced. Y, tenerte a la mía. —Buena perspectiva —murmura antes de sorber de su propia copa—, espero que te guste la comida. Y lo hace. El Jambalaya y el étouffé de camarones están deliciosos, preparados con el equilibrio perfecto de picante y sabor ahumado. La acidez del cabernet corta lo especiado de la comida y me deja un sabor profundo y elegante. Para el postre, el budín de pan con arándanos y chispas de chocolate es, literalmente, de muerte. Me sorprendo comiendo dos trozos bajo la mirada divertida de irlandés, que parece disfrutar más de verme comer que de su propio plato. —Vas a mal acostumbrarme. —Eso espero —murmura. Sonrío y me limpio los labios con la servilleta. —Gracias por esto —digo con sinceridad. — No hay que darlas. Se levanta y me tiende la mano. —¿Qué? —lo miro extrañada. —¿Confías en mí? Miro de su mano a sus ojos antes de asentir. Confío en irlandés. De eso no tengo dudas. No porque crea que no pueda lastimarme, sino porque sé que, si lo hace, lo lamentará más que yo. Me pongo de pie y de su bolsillo saca un pequeño control. Aprieta un botón y una suave melodía comienza a escucharse, una canción antigua, de esas que suenan a nostalgia y amor eterno. Paso mis manos sobre sus hombros y me dejo llevar. Por primera vez en mucho tiempo, me olvido de todo. El poder, de los enemigos y de las traiciones. Me olvido de la sangre que pesa sobre mis manos y del nombre que aterra a medio Nueva Orleans. Solo existimos él y yo. Su cuerpo firme sosteniendo el mío, su respiración contra mi cuello y su calor traspasando mi piel. El hombre que se ha ganado mi corazón. Bueno, lo que queda de él. Esa parte que aún late, que no está ennegrecida por el poder ni por las decisiones que tomé para sobrevivir. —Aurelia. —¿Sí? —¿Qué dirías si te dijera que siento cosas por ti? — Sus ojos azules me miran con atención. —Te diría que no valgo la pena. Sus ojos se encienden con ira, una furia dulce y protectora. —Lo vales. Más de lo que podrías imaginar —espeta, mientras nos movemos al ritmo de la música—. Tanto así que, nunca había sentido esto por alguien más. —Killian —lo llamó por su nombre, en un susurro que suena más íntimo de lo que quisiera. —Te amo, mujer —susurra y sus palabras se sienten como una caricia—. Nunca antes me había sentido de la manera en que me haces sentir. Su confesión cae como un golpe y mi respiración se interrumpe. Hace años que nadie me dice algo así. Me he acostumbrado a que los hombres me teman, me admiren y me usen. Pero no a que me amen. —Tú también me haces sentir cómo no creí poder sentir nuevamente —confieso—. Pero, mi vida es complicada. —Perfecto. Porque amo las complicaciones. Una risa nerviosa brota de mis labios. Es una risa real, no ensayada. —Hablo en serio. —Yo también, Yizmal —refuta con tono solemne. Suspiro. Esa palabra, Yizmal, su forma de llamarme, me atraviesa. No es solo un apodo, es un reconocimiento. Él ve lo que soy. Y, aun así, me quiere. —Yo también siento cosas por ti —me mira arqueando una ceja. —Dilo. —Ordena. Ruedo los ojos, pero mi sonrisa me delata. —Te amo —digo al fin. —Has entrado a mi vida como un huracán y has hecho que vea más allá de mi vida perfectamente planificada. —Eso está mejor —dice, antes de cubrir mis labios con los suyos, en un beso suave y demoledor al que me entrego. Entonces el mundo desaparece. Me empuja con suavidad hacia atrás, y sin soltar mis labios, me sube a la mesa. El sonido de platos cayendo no nos inmuta. Las luces parpadean, el aire se espesa, y, por primera vez en años, no pienso solo siento.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD