Capítulo 7: Lucha sin descanso

1253 Words
Su despacho se convirtió en un refugio y campo de batalla. El humo, el café, y las noches sin dormir eran la nueva normalidad. No había lugar para el descanso ni la calma. Una madrugada, mientras revisaba un dossier, la puerta de su oficina se abrió con suavidad. Era Andrés, con una mezcla de agotamiento y miedo que casi la partió en dos. —No sé cuánto más aguante esta mierda —confesó sin rodeos—. Me están rompiendo, Sofía. Siento que me están hundiendo. Sofía dejó el papel y se acercó para apoyarlo con un brazo fuerte sobre el hombro. —Estamos en esto juntos. Y juro que no te voy a dejar caer sin una pelea de puta madre —le dijo firme—. Pero tienes que estar listo para lo que venga. Esto no es un camino para cobardes ni excusas. Andrés asintió, con la mirada cansada, pero con algo de la vieja determinación que aún ardía. Esa noche, en la penumbra del despacho, mientras la ciudad callada dormía, Sofía y Andrés sellaron un pacto silencioso: no dejarse devorar por el infierno legal y personal que Salazar y sus perros habían desatado. Las sombras los envolvieron, pero el fuego de la lealtad brillaba como una llama indomable. Los días que siguieron a esa conversación fueron una descarga brutal e imparable de información, llamados clandestinos y movimientos en la sombra. Sofía sabía que cada pequeña victoria se estaba pagando con sangre fría y infinitas dosis de estrés. Las primeras audiencias judiciales fueron un infierno. Salazar había armado un equipo de abogados tan implacable como sin escrúpulos, y la fiscalía parecía tener órdenes claras: hundir a Andrés y, por extensión, quebrar la resistencia de Sofía. La sala estaba plagada de miradas cargadas de desdén y voces que olían a corrupción. —¿Quién jode a quién en esta mierda? —se preguntaba Sofía, apretando los dientes cada vez que una palabra injusta le golpeaba los oídos—. Esto no es justicia, es una puta extorsión legal. Pero la abogada no se dejó arrastrar. Como una leona defendiendo su terreno, respondió con argumentos que desarmaban las acusaciones más horrendas, con testimonios que oscillaban entre la verdad y la defensa calculada, con documentos certificados que desmontaban la narrativa de Salazar. Su presencia en la sala no era solo la de una defensora legal, sino la de un fuego abrasador dispuesto a no dejar piedra sin mover. Por las noches, Sofía hacía llamadas a contactos que otros preferían no mencionar: periodistas valientes, antiguos aliados que aún dudaban en qué lado pararse, e incluso fuentes dentro del mismo sistema judicial que susurraban información vital sin importar el riesgo. —Esto es una reducto de mierda, Sofi —un informante le dijo una noche—. Salazar mueve hilos que ni te imaginas, y ahora tienen a policías y jueces jodiendo a todo el que se acerque a tus patas. —Pues más les vale tener cuidado —respondió ella con un filo en la voz—. Porque no pienso dejar que sigan destruyendo vidas sin pagar. Cada paso era una danza complicada con un enemigo que parecía siempre un paso adelante. Pero la paciencia y la estrategia de Sofía eran armas poco comunes y efectivas. Mientras tanto, Andrés intentaba mantener la cabeza afuera del agua. Cada notificación, cada sospecha de traición, lo hundía un poco más en el miedo y la desesperación. Se levantaba cada día sabiendo que a la vuelta de cualquier esquina podía estar la emboscada definitiva y que su hermana era la única que le daba un hilo de esperanza. Sin embargo, la presión empezaba a manifestarse también en su comportamiento. Se volvió más silencioso, errático, perdido en pensamientos que parecían arrastrarlo sin remedio. Una noche, cuando llegó a la oficina de Sofía todavía con el traje arrugado y la mirada vidriosa, ella supo que algo estaba a punto de romperse. —Tengo miedo, Sofia —confesó, dejando caer la corbata sobre la mesa—. Este puto caso me está comiendo vivo. Sofía se acercó, dejando a un lado los expedientes. Lo miró fijamente, con la fuerza de quien ha pisado el infierno y aún respira. —Yo no puedo desaparecer porque tengas miedo —le dijo—. Esto es un jodido ring, Andrés. Y si te caes, tienes que levantarte. Porque esa mierda que llaman justicia puede ser un disfraz, pero no tiene que ser el final. —No sé si pueda —respondió él, quebrado—. Salazar no solo me quiere preso, quiere destrozarme. —Entonces le vamos a demostrar que no somos fáciles de joder —sentenció Sofía, mientras encendía otro cigarro—. Porque si nos caemos, ella y su mierda ganan. Y ahora que estamos tan cerca, eso no puede pasar. Por su parte, la presión sobre el equipo de Damián se hacía cada vez más insoportable. La alianza con Clara y Lisandro era fundamental, pero las filtraciones y traiciones continuaban fracturando la confianza interna. Roberto seguía siendo el pilar que sostenía al líder, evitando que la obsesión devorara lo que quedaba de su alma. Sofía mantenía contacto constante con Clara, compartiendo información, analizando cada jugada de Salazar para anticipar movimientos. —Esto es un puto infierno, Sofi —la comunicó Clara durante una llamada rápida—. Hay más traiciones de las que pensábamos. Nos están dejando expuestos. —Entonces hay que tapar esas grietas rápido. No podemos darnos el lujo de quemar a nadie más —replicó Sofía—. Cada aliado cuenta, aunque parezca que traicionan. —¿Cómo confías aún en este desastre? —preguntó Clara con cierto sarcasmo. —Porque si no, no queda nada —respondió Sofía, con el peso de una guerra que no se rendía ante la indiferencia. Una madrugada, mientras revisaba documentos en el despacho, Sofía recibió una visita inesperada. Andrés entró sin llamar, con los ojos inflamados por las pocas horas de sueño, llevando en la mano un sobre grueso. —Esto me llegó hoy —dijo, dejando el paquete sobre el escritorio—. Es peor de lo que imaginábamos. Nuevas acusaciones, pruebas falsas y un intento de chantaje brutal. Sofía abrió el sobre con dedos firmes y lee detenidamente cada hoja. La mierda estaba más profunda, mucho más enredada. Pero ya no había marcha atrás. —Parece que Salazar está apostando todo a acabar con nosotros —dijo, el ceño fruncido—. Pero mientras yo respire, no va a ser tan fácil. Andrés asintió, todavía vulnerable pero con una esperanza renovada. —¿Y ahora qué? —preguntó con voz temblorosa. Sofía se estiró en la silla, mirando al techo con la mente a mil revoluciones. —Ahora preparamos la puta contraofensiva. Esto va a ser una batalla no solo de leyes, sino de paciencia, resistencia y, sobre todo, mierda que aún no vemos venir. No hay más opciones. El reloj apretaba su paso y la ciudad seguía dormida, inconsciente de la guerra que se libraba en las oficinas oscuras y los rincones olvidados. En la penumbra, Sofía permanecía firme, decidida a no dejar que las sombras la tragaran. El enemigo era enorme, pero la batalla tenía que ser ganada, no solo por su hermano, sino por todo lo que ese infierno representaba. Y mientras la noche se hacía día, y el día se hundía en la noche, la abogada en la penumbra se preparaba para lo que sería la mayor y más oscura pelea de su vida.
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