La noche en Vértice tenía ese sabor a derrota que se mete en el cuerpo y no te suelta. El puto cansancio se pegaba en la piel de Fernando igual que la mugre de las calles. La última semana había sido un agujero n***o de problemas, traiciones y golpes bajos que casi le partían el alma. Lucas había explotado en sus manos como una bomba que nunca supo desactivar, dejando el tablero al borde del caos total. Pero Fernando no era de los que se rendían. Ni de cerca. Por más que la mierda le pegara fuerte, tenía esa maldita fortaleza de los que han caminado por el infierno una vez y aprendieron a bailar con el demonio sin perder el paso. Aquella madrugada, en el sótano oxidado de una vieja fábrica que hacían pasar por su bunker, Fernando se movía entre papeles, planos y un café n***o que sabía a

