La ciudad despertaba con su mugre habitual: calles rajadas, fachadas caídas y un aire pesado de abandono mezclado con sueños rotos. Damián bajó del auto con la mandíbula apretada, como si el peso de la historia le escupiera en la cara cada vez que pisaba aquel barrio. El asfalto agrietado, los puentes oxidados y las casas de lata y ladrillo a medio caer eran un puto espejo del infierno que arrastraba en la cabeza. No había nada bonito acá, ni un puto lugar donde esconderse, solo recuerdos en ruinas y fantasmas con sus caras de siempre. Había vuelto. Y no por nostalgia ni ganas de recordar, sino porque la mierda que venía era demasiado jodida como para ignorar de dónde había salido. Tenía que enfrentar ese pasado podrido antes de la batalla final, limpiar la mierda de debajo de las uñas

