La noche había caído como una puta losa sobre la ciudad. En un departamento oscuro, lejos del bunker y de la sala de juntas, Clara se movía con la sombra de una tormenta en la mirada. Tenía la jodida obligación de frenar a Damián, y sabía que no podía juegues tuyo ni confiar en nadie sin piel dura y mente fría. La guerra que creían ganar por fuera ahora se cocía en secretos y pactos sucios en habitaciones cerradas con llave. —No puedo dejar que ese cabrón se salga con la suya —musitó Clara, apretando los puños mientras miraba la pantalla donde el plan de Damián y su consejo incipiente se desmoronaba por dosis de traición y filtraciones. Su mente no daba tregua; sabía que los movimientos de Damián para unir a los consejeros, para jugar de sombra, estaban creciendo peligrosamente y que si

