La calma era sólo una puta ilusión, un respiro breve antes de que la tormenta jodida volviera a golpear con toda su furia. Clara sabía que no podían confiar ni en el puto aire que respiraban. La batalla se estaba mudando al terreno invisible, al ciberespacio oscuro donde una sola tecla podía mandar a la mierda meses de lucha.
Desde hacía días, veía señales en sus pantallas, pequeñas anomalías que alguien había dejado como marca. Y no era cualquier hijo de puta; era un ataque planeado para desmoronar la puta estructura de Damián desde adentro.
—La puta mierda empezó —gruñó Clara mientras escaneaba la red con los ojos clavados—. Nos están quemando el camino y lo están haciendo bien, cabrones.
Llamó a su equipo con urgencia. Fernando, Roberto y los demás llegaron al bunker sin perder un se
