La noche no traía nada bueno. El puto silencio en la sede de Vértice seguía siendo una condena, como una puta tumba tecnológica donde la empresa se ahogaba. Pero nada era tan peligroso como tener enemigos adentro y afuera, y más cuando uno de ellos había decidido apretar otro tipo de gatillo: el chantaje. Lucas, el tipo que hasta hace poco parecía sólo un espectador fingiendo paciencia, puso su voz en la mesa con un peso que nadie esperaba. —Si quieren que esta mierda no explote en sus caras de una puta vez, van a tener que aflojar más billete —dijo sin titubear, con esa mezcla de seguridad y amenaza que sólo alguien acostumbrado a jugar con fuego tenía. Fernando lo escuchaba al otro lado de la línea satelital, la mandíbula apretada, sin saber si quería matarlo o agradecerle por ser el

