El silencio se hizo más pesado que una tonelada de mierda. Ambos respiraban agitadamente, como dos bestias a punto de romperse en pedazos. —¿Sabes qué? —dijo Lucas con tono bajo pero cortante—. A veces hay que ser el hijo de puta para sobrevivir en este puto mundo. Y tú ni la mitad sabes de la mierda en la que estamos metidos. —Claro que la sé. Y la puta que me dio miedo fue enterarme de que eso lo llevas corriendo en la sangre y que no tenías ni huevos para decírmelo —Sofía no podía callar, porque cada palabra era la mierda que necesitaba soltar para no explotar. Lucas la miró unos segundos, y luego bajó la cabeza con un suspiro. —No esperaba que me perdonaras. Ni siquiera que me entendieras. Pero teníamos que estar juntos en esto o nos moríamos solos. La confesión cayó como un vaso

