Aquella noche, mientras Vértice respiraba una calma tensa y llena de mentiras, los jugadores principales estaban preparando sus movimientos finales. Nadie quería perder, pero esta puta partida prometía acabar con más de uno despedazado.
La conferencia había terminado, pero en Vértice nadie respiraba tranquilo. El puto ruido generado por la oferta hostil de Damián se había esparcido como pólvora. La empresa era un polvorín a punto de explotar y cada quien jugaba su propia estrategia en esta partida a muerte.
En la sala de juntas, Clara apretó el puño contra la mesa, mirando fijamente los documentos ya impresos que detallaban la propuesta de Damián. Sus ojos brillaban con esa furia que no perdonaba ni una palabra más.
—Este cabrón no tiene madre —dijo con la voz cargada de veneno—. Se cre
