La noche se había tragado a Vértice entera, y las calles parecían un maldito tablero de ajedrez que se desmoronaba de a poco, con piezas moviéndose a tientas entre la oscuridad. Fernando estaba en su despacho improvisado, un cuarto lleno de humo, mapas regados por todos lados y una cerveza tibia a mitad de beber. Sabía que la jodida traición del banco había destapado una caja de Pandora y que no tardaría en pasar algo mucho peor. Entonces, la puerta se abrió sin aviso y allí estaba Lucas, arrastrando los pies con esa cara de mierda que podía helar la sangre. Tenía un brillo extraño en los ojos, mezcla de miedo y algo de desesperación asesina. —Tenemos que hablar, viejo —dijo en un gruñido—. Tengo una puta oferta que puede joder o salvarnos. Fernando le lanzó una mirada fulminante, cas

