La bolsa era un puto caos. No había día ni minuto en que no explotara un rumor, no ya anunciado como noticia, sino como una bomba de humo para esconder algo peor. Y Clara Romero lo sabía mejor que nadie. La mierda que estaba pasando con Vértice Global ya no olía a simple guerra de negocios; era una hecatombe movida por hilos invisibles y respaldos corruptos. Si querían sobrevivir, necesitaban entender ese puto ruido que retumbaba en cada transacción, en cada movimiento que parecía al filo de la locura. Clara estaba sentada frente a varias pantallas que vomitaban números en cascada, gráficos que se disparaban y caían, alertas parpadeando, y una lista interminable de operaciones sospechosas que nadie más parecía inquietarse en mirar a fondo. Tenía una puta misión: rastrear qué mierda es

