Damián nunca fue de los que juegan limpio ni siguen reglas.
Para él, la guerra era un tablero de mierda, un juego retorcido donde los ideales no valían ni un puto centavo y cada movimiento debía ser calculado con la precisión sucia de un asesino a sueldo.
Lo que sucedía en Vértice Global no era más que una batalla de ninjas en la oscuridad, con trampas invisibles y cuchillos bien afilados apuntando a quienes menos lo esperaban.
Desde que la sombra de quiebra empezó a crecer como un cáncer, Damián se convirtió en la pieza clave para atacar y desestabilizar a los enemigos; no con balas ni con ostentosas represalias, sino con tácticas poco convencionales que hacían que el caos se instalara sin que nadie supiera cómo ni por qué.
—¿Seguridad? —musitó Damián al observar un mapa digital de la
