La maldita noche en Vértice no daba tregua. Cada rincón de la ciudad parecía una trampa, cada sombra un enemigo al acecho, y la traición olía en el aire con la fuerza de un puto incendio. Fernando y su banda estaban hundidos hasta el cuello en la mierda, y acababan de recibir la noticia que todos temían: uno de los bancos aliados de Damián, un pilar fundamental para su resistencia, había sido infiltrado hasta la última puta bala. —¿Quién carajos lo permitió? —bufó Fernando, pateando una silla con rabia mientras los ojos le brillaban con furia contenida—. Vamos a joder todo si ese traidor sigue suelto. Luis, siempre la voz de la puta razón en medio del caos, negó con la cabeza. —No fue 'permitido', fue una invasión silenciosa, una enfermedad que se extendió sin que nadie se diera cuent

