La mañana comenzó con un silencio raro, pesado, como el calmón antes de la tormenta. En esa oficina donde la tensión ya era una puta constante, de repente todo se fue a n***o. Las pantallas, los teléfonos, los sistemas de seguridad y los correos dejaron de funcionar al mismo puto tiempo, como si alguien hubiera tirado un maldito interruptor gigante sobre la empresa. Y ese alguien estaba jugando a fuego. —¿Qué mierda acaba de pasar? —preguntó Martín, pateando la mesa con frustración mientras Fenster apretaba uno tras otro los botones del teclado sin resultado alguno. Las alarmas internas se activaron al mismo tiempo que las miradas buscaban un culpable. Pero esta vez no había error técnico, ni un golpe accidentado a un servidor. Era algo orquestado, sucio, pensado para meterlos en un aguj

