El edificio de Vértice Global estaba tan frío que parecía una maldita tumba, y esa puta mañana no prometía nada bueno. Los jefazos del consejo directivo habían convocado a todos, culiados y putos peces gordos, para una junta de emergencia. La mierda se había salido de madre y no iban a tolerar ni una pizca más de desmadre, menos aún si el puto Lucas seguía metiendo las narices en líos que podían hundir la empresa más rápido que un maldito cohete cagado.
El salón era un infierno de caras tensas, miradas que escupían fuego y susurros que eran cuchilladas con mucho veneno. La mesa de caoba negra, gigantesca y brillante, reflejaba la luz dura de las lámparas; parecía el altar donde iban a sacrificar a alguno que moviera con no poca fuerza el puto tablero. El aire estaba cargado de mala leche
