La noche había caído sobre Vértice, pero no traía consigo la calma que algunos esperaban. Más bien, parecía un manto oscuro que ocultaba algo peor, algo que olía a traición y pólvora lista para explotar. En un bar de mala muerte a las afueras, donde el puto olor a alcohol barato y sudor era la decoración principal, se gestaba un movimiento que nadie veía venir. Un movimiento que podría cambiar el tablero para siempre. Sofía, cabello alborotado y ojos llenos de fuego, estaba sentada en una mesa apartada, mirando con atención a Fernando, que jugaba nerviosa con un vaso casi vacío. La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de miedo, rabia y la espantosa urgencia de no cagarla. —Tenemos que hacer esto, Fernando —dijo Sofía, clavándole la mirada—. No podemos seguir tambaleándonos como

