El amanecer se colaba de nuevo, pero esta vez la luz no calmaba, ni siquiera mitigaba la tensión que hacía estragos en la oficina de Sofía. El reloj marcaba las 6 de la mañana y el silencio era pesado, como el aire denso antes de una tormenta. Ella estaba sentada, encorvada sobre la mesa, con los ojos enrojecidos y una mezcla de rabia contenida que no encontraba salida. El teléfono volvió a vibrar. Sin mirar, supo que era Damián. Esa llamada que esperaba y temía a la vez. Tomó el celular y deslizó el dedo para contestar con un "¿Qué quieres?". —Sofía, tenemos que hablar de nuevo —dijo Damián, y se notaba que había cambiado su tono, más calculador, menos explosivo. Algo había en sus palabras que no terminaba de encajar. —¿Otra locura? —Escupió ella sin levantar la cabeza—. ¿O vas a poner

