El día amaneció con la jodida tensión apretando el cuello como una soga que se tensa y no afloja. En Vértice, nadie podía respirar tranquilo, ni siquiera los que llevaban años peleando en la mierda y las traiciones. La sospecha se había convertido en un virus, y Fernando no era el único que sentía ese puto frío interno, esa sensación de que en cualquier momento alguien les iba a meter un puñal por la espalda. Pero lo que nadie esperaba era que el primer golpe viniera de donde menos lo imaginaban. Martín estaba en su oficina viendo unos reportes cuando recibió un mensaje que le heló la sangre: un correo cifrado, sin remitente, que contenía pruebas irrefutables de que un trabajador clave de la red digital de Vértice estaba pasando información delicada a Damián y sus hombres. El tipo se ll

