La sala de juntas tenía el aire viciado, impregnado del olor a cigarro barato y café recalentado que solía acompañar a las reuniones de mierda donde todo se decidía sin respeto alguno. Las paredes parecía que sudaban la puta gravedad del momento. Damián estaba sentado al frente, con la mandíbula tan apretada que parecía estar a punto de romperse, mirándolos a todos con una furia contenida que quemaba. Sus socios se sentaban en silencio, las miradas esquivando la suya, oscilando entre la duda y el miedo, ese puto miedo que carcomía cada jodido hueso de sus cuerpos. Malditos cobardes. Todos ellos, esos hijos de puta con la cola entre las piernas, incapaces de decidirse entre hundirse con Damián o echarse a correr a la primera oportunidad para salvar sus pellejos. El tipo estaba ahí, latiend

