La ciudad amaneció junta, pero engañosa. El ruido era el mismo de siempre, pero debajo de ese puto sonido cotidiano había algo que se movía con fuerza: una corriente soterrada de miedo, de incertidumbre y de mierda a punto de explotar. Clara lo sabía bien y lo olía en cada rincón: la prensa estaba al acecho, con la boca abierta y las garras listas, esperando un solo movimiento en falso para destrozar a Vértice y a todos los que aún respiraban dentro de esa jaula. Pero Clara no había llegado hasta ese infierno para ser presa. Ella era cazadora, y el arte de manipular la realidad era su mejor arma. Desde temprano, la oficina de prensa de Vértice estaba en modo supervivencia absoluta. Clara tomó el mando con una tranquilidad que parecía fuera de lugar, como una reina en medio de la guerra.

