2 | ¿Qué dicta tu corazón?

2739 Words
La cercanía de ambos era peligrosa para los dos por igual. Ella porque estaba casada. Él porque estaba comprometido a una relación y estaba consolidándose con una persona que lo esperó por muchos años. Eso estaba mal, no solo porque sentía que se aprovechaba de su vulnerabilidad, sino porque Asha no merecía que Lane se comportara de esa manera. No estaba comprometido, ni cerca de casarse, pero al entrar en una relación, debía comprometerse a dejar atrás el pasado que pudo destrozarlo. Lane se levantó de la cama y Verity siguió su cuerpo. Conocía la consecuencia de su cercanía, de lo que eran capaces, y que sus sentimientos por ella, esos que pensó estaban enterrados, estaban más vivos que nunca, apretando tan fuerte su cabeza que en lugar de sentirse mal por su pérdida de memoria, vio una oportunidad. —No deberíamos hablar de esto ahora —dijo Lane cuando carraspeó su garganta y se alejó—. No sé en que condiciones estás, ni el peligro de contarte todo lo que olvidase. Hay que ir lento. Verity sorbió su nariz, se limpió las lágrimas y lamió sus labios. Su cuerpo no dejaba de temblar, y le pidió a Lane que le diera un poco de agua. Él acercó el vaso con la pajilla a sus labios y la vio sorber. Sus mejillas estaban mojadas y sintió la necesidad de consolarla, de decirle que todo estaría bien, de llenar sus espacios vacíos. Quiso ser honesto por completo con ella, pero una parte de él, la parte egoísta, no dejaba de pensar que era un cuaderno en blanco y que era la clase de mujer que él había soñado tener. —¿Entonces quién es mi esposo? —preguntó cuando tragó el agua y Lane apretó el vaso—. No puedo creer que no seas tu. Lane alzó las cejas y las unió de nuevo. Ella no vio incomodidad en él, por eso continuó preguntando. Lane no le negaría algunas verdades, ni quien era su esposo. Marcell se comportó muy bien con él esos años, como para apuñalarlo por la espalda. —Estoy enamorada de ti. Solo quería casarme contigo —confesó cuando alzó la mano para acariciar los dedos de Lane que rodeaban el vaso—. Te amo desde que éramos niños. Ella lo miró a los ojos y por la suave caricia en su mano, el vaso de cristal estuvo a punto de caer. Lane tragó grueso de nuevo, dejó el vaso en la mesa y dio un paso atrás. Estaba cediendo a la magia Lee. Estaba cediendo a la chica que lo hacía una mejor persona. Estaba cediendo a esos deseos e impulsos insanos. Más de la mitad de Lane rezaba para que recuperase la memoria y esa pesadilla terminara, pero la otra quería reescribir su historia, una mejor. ¿Qué parte ganaría? —No es cierto —soltó Lane al final—. No me amas. —Sí lo hago —aseguró cuando lamió de nuevo sus labios—. Te esperé, Lane. Te esperé desde que te dejé ir, y no hubo un día que no me arrepintiera por no irme contigo. Hubiéramos tenido a Maddie, hubiéramos superado todo esto. Eres el único hombre de mi vida. Eres el único con el que pensé formar una familia. Verity sonrió cuando imaginó lo que sería su vida. —Este anillo —dijo cuando señaló su dedo—, debió ser tuyo. Lane cerró los ojos con fuerza y se apretó la cabeza. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué no tres años atrás? ¿Por qué no cuando él lo hubiera dejado todo por ella? Correr a los brazos de Verity en ese momento, era tirar por la borda un año de terapia, la aceptación, el seguir adelante. Era regresar a ese punto en el que fue infeliz porque ella no lo amaba. Lane no podía darse el lujo de ceder cuando ella podría recuperar la memoria en cualquier instante. ¿Entonces qué sería de él? ¿Estaría en el limbo de nuevo? —Hay mucho que no sabes —dijo Lane cuando miró abajo—. Hay mucho que no recuerdas, mucho que no manejarás ahora. Lane dio un paso más atrás y bajó la cabeza. —Será mejor que me vaya —susurró cuando la miró—. Tu esposo debe estar en camino. No quiero que piense mal de mí. Verity frotó sus manos y sintió el anillo en su dedo. —¿Lo conoces? —le preguntó—. ¿Conoces a mi esposo? Lane asintió con la cabeza. —Es un gran hombre —admitió cuando sintió de nuevo algo que le tiraba del corazón—. Tienes suerte de que te ame, y él tiene suerte de que lo ames. Son la pareja a la que muchos aspiramos. Eso confundió la mente de Verity. ¿Acaso Lane había dejado de amarla que se la cedió a otro hombre? ¿Por qué no luchó por eso que sentía? ¿No pensó en que ella solo quería estar con él? —Déjame entenderlo —susurró ella—. ¿Ya no me amas? Lane la miró a los ojos y ambos escucharon como algo se rompía. Para Lane no era sencillo responderlo, y menos cuando los ojos de ella se llenaron de lágrimas de nuevo. La estaba lastimando, y no quería hacerlo. Tampoco podía mentirle. ¿Qué carajos haría? —Dime, Lane Daniels —exigió ella—. ¿Dejaste de amarme? Ni con una lobotomía. Mi muerto dejaría de hacerlo. Esa era la verdad. Verity ocupaba un lugar en su vida que nunca le daría a nadie más. Asha era linda con él, era su novia, pero ni siquiera tenía la fuerza de decirle que la amaba porque no sentía lo que sintió con Verity. Llameémoslo cariño, recuerdos, pasado, pero la huella que Verity dejó en él, era una que nadie podría borrar. El asunto fue que él no respondió, y Verity no supo qué le dolió más. Si el que no le dijera nada, o que sus ojos lo dijeran todo. Lane siempre fue muy expresivo, sobre todo sus ojos, y en esa pupila encogida, en ese iris hermoso, estaba la verdad. Nada ni nadie jamás eliminaría un amor que nació a los siete años. La pregunta era por qué no estaban juntos. ¿Por qué Lane la abandonó? ¿Acaso lo que ella pensaba era una fantasía? Ella pensó que él volvió, pero, ¿si no lo hizo? ¿Sería por ello que se casó con otro? Quería respuestas, muchas, y Lane se negaba a darlas. —Si tu no eres mi esposo, ¿quién lo es? ¿Por qué no eres tú? —Porque estabas enamorada de mí —dijo una voz detrás de Lane justo cuando se apartó—. Hola, Verity. Soy tu esposo. Los ojos de Verity se agrandaron y su corazón se detuvo. —Dios mío —soltó cuando su aliento quedó atrapado en su pecho y sus ojos no creían lo que veían—. ¿Qué hace aquí, señor? Marcell había escuchado todo detrás de la pared. Había escuchado cuando le preguntó a Lane por qué no era su esposo, por qué la niña no estaba con ellos, por qué no luchó por ella. Su corazón quedó destrozado en ese pasillo, y apenas pudo mover sus pies para desplazarse al interior de la habitación y decirle quien era él. Para todos era difícil, pero Lane retrocedió aun más cuando Marcell arribó. Marcell era un hombre imponente, elegante, respetable, y era alguien que ella conocía de años atrás. Por eso cuando ella lo llamó señor, él frunció el ceño y su nariz se movió tan solo un poco. Ella planchó la sábana sobre sus piernas y se limpió el residuo de las lágrimas de las mejillas y el mentón. No podía creer lo que le acababan de decir. Era evidente que se hombre no era su esposo, que alguien como él jamás se fijaría en alguien como ella, y menos con el corazón ocupado. La Verity triste cambió por una divertida por la escena. Todo eso era parte de una mala broma. Un hombre con el apellido Kavanagh no podía estar en su habitación, ¿o sí? Verity miró a Lane, quien la miró de regreso. Verity sonrió más grande porque Lane solía ser el rey de las bromas. Era un hombre con un sentido del humor oscuro, y nada gritaba más broma que esa. —Esta es una buena broma. Tiene mucho tiempo libre para hacer esto —le dijo a Marcell justo cuando deslizó los ojos a Lane y sonrió más grande—. ¿Ahora eres amigo del señor? Marcell frunció el ceño y miró a Lane. Lane se sentía cada vez más incómodo con todo eso, y cuando Marcell le preguntó con la mirada qué carajos le había dicho, Lane dio un paso hacia los pies de Verity y colocó sus manos en el borde de la cama de metal. —Él si es tu esposo —aseguró. Verity sonrió más grande y sus ojos se llenaron de lágrimas. —No, claro que no —dijo ella—. No recuerdo tener un esposo, y si estoy casada, estoy segura que no es usted, señor diputado. Marcell despegó los labios y soltó aire entre sus dientes. —¿Me recuerdas? —preguntó en un hilo de voz. —De la televisión —dijo ella cuando tragó y sorbió su nariz porque las lágrimas salían—. Hace campañas para ser gobernador. Mi abuela y yo las vemos todo el tiempo. Aparece en anuncios, en carteles en la calle. Su rostro esta por todo Vancouver. Verity le sonrió. —Mi abuela dice que votará por usted, que es bueno. Marcell mantuvo la vista en ella y su corazón se detuvo. La maldita esperanza que tenía murió cuando su esposa le aseguró que solo era el diputado que sería elegido para ser gobernador. —Usted es el diputado Marcell Kavanagh —agregó ella cuando sorbió su nariz—. Todo el mundo lo conoce. Es importante. Marcell no sabía qué decir, si moverse o no, si maldecir o no. No sabía qué responder a lo que la mente de Verity le dio. Un puto diputado. Hacía más de doce años que no era un maldito diputado. Ni siquiera recordaba cuando comenzó a trabajar para él, ni la manera en la que se acercó a ella poco a poco para hacerla su esposa. ¿Por qué? ¿Por qué de pronto le hacían eso a él? Verity miró a Lane, quien no sonrió en ningún momento y solo bajó la cabeza. No era justo que la persona que más despreciaba, fuese la que recordase, y la que dio todo por ella, lo rezagara en el rincón, donde ni la luz de la memoria lo iluminaba. ¿Cómo hablaría con ella? ¿Cómo la abordaría cuando no sabía ni en qué punto estaba? Marcell miró a Lane de nuevo, y Lane mantuvo la cabeza baja. Marcell entendía que no era su culpa, pero por Dios, como quería apretarle la garganta hasta que dejara de respirar. —¿Tan popular es mi caso que vino a verme en persona? —preguntó Verity—. Es que eso de la esposa no lo creo, así que debe estar aquí por otra razón. Pensé en postularme para trabajar con usted, pero siempre pensé que nunca podría tener oportunidad. Lane sorbió su nariz y respiró profundo. —Debería irme —susurró cuando levantó la cabeza. El corazón de Verity saltó cuando pensó que la dejaría con él. —No. No me dejes con él —imploró nerviosa—. No lo conozco. Marcell sintió otro golpe que lo noqueó. ¿No podía sentir algo por él? ¿Se estaba cerrando a lo que solo recordaba? Era su esposo, era el hombre al que le entregó a sus hijos. ¿Cómo podía temerle? —Nunca te haría daño —susurró cuando quiso acercarse para tocarla, y ella alzó las manos y le suplicó que no lo hiciera, que no lo conocía. Marcell miró el anillo resplandecer en su dedo cuando se cubrió el rostro, y sus ojos se llenaron de lágrimas, preso del dolor de que ella no pudiera recordarlo—. Yo coloqué ese anillo en tu dedo hace tres años en la biosfera de Montreal. Marcell apretó su mandíbula y respirando profundo retrocedió. —Te llevé poco antes de nuestro aniversario y te propuse matrimonio de nuevo —susurró con la voz entrecortada—. Dijiste que sí, y fue una de nuestras mejores noches. Verity dejó de cubrirse el rostro y de apretarse, y lo miró a través del hueco del codo. No sabía por qué le temía. Solo no le gustaban los extraños, y menos lo que pensaban que la conocían. —Nos casamos hace diez años —agregó Marcell cuando le mostró el anillo de oro blanco en su dedo—. Eres mi esposa. Verity volvió a mirar el anillo, y miró a Lane. Lane le desvió la mirada y miró a través de la ventana. Ella tocó la base del anillo con el pulgar y lo rodó un poco. Lucía caro, de alguien con dinero, alguien como el hombre que le decía que era su esposo. La pregunta era por qué. ¿Por qué un hombre como él la miraba a ella? —¿Por qué lo haría? No lo entiendo —susurró ella cuando bajó la mano y alzó un poco el mentón—. No entiendo nada. La enfermera llegó a la habitación justo en ese momento, y encontró una Verity consternada, rodeada de personas, con miedo en el mirada y posiblemente dolor en la cabeza. —La señora ha tenido una mañana difícil —dijo la mujer cuando se acercó a la máquina para revisar sus signos—. ¿Podrían dejarla descansar? Necesitará tiempo para adaptarse. Verity miró a los dos hombres en la habitación, y tragó. —No necesito tiempo —reclamó—. Necesito respuestas. Verity miró a Lane, quien se acercó a Asha, y Marcell, quien permaneció en su lugar sin mover un centímetro el pie. —Si dice ser mi esposo, ¿por qué se casó conmigo? No tengo su dinero, su prestigio, su apellido. Solo soy una madre soltera que vive el día, y que cuida de su abuela enferma —dijo sin respiro—. No soy millonaria, ni provengo de una familia opulenta. Marcell miró como sus ojos buscaban respuestas. —¿Por qué yo? Verity nunca le hizo esa pregunta. Nunca se cuestionó qué quería de ella, ni si era o no digna de un Kavanagh. Marcell siempre le habló con la verdad al principio, y con el tiempo la verdad se fue apagando y quedaron las mentiras. Las mentiras construyeron ese muro que los dividió por un tiempo, y cuando la barrera cayó, ella cayó en coma y de nuevo se alzó la muralla. Verity solo preguntaba por qué ella, por qué una mujer tan común como ella podía tener la atención y el interés de ese hombre. Debía haber una razón si eso era verdad, y necesitaba saberlo. —La pregunta no es porqué me casé contigo, ni porqué te elegí —susurró cuando la enfermera monitoreó su máquina—. La pregunta es si nuestra historia de amor merecía este final. Verity despegó los labios cuando lo escuchó. ¿Historia de amor? ¿Ella fue capaz de enamorarse de nuevo? ¿Cuándo? ¿Cómo? Marcell miró como ella movió los ojos, buscando dentro de sí. El dolor de cabeza agudizó y la enfermera le dijo que descansara. Ella meneó la cabeza y cerró los ojos. Algo debía llegar. Alguien debía estar enterrado debajo de toda esa oscuridad. Había más. —Hurga un poco dentro de ti, y dime qué sientes —pidió Marcell cuando se acercó y ella volvió a encogerse por su cercanía—. ¿Qué te dicta el corazón? ¿A quién amas? Verity mantuvo sus ojos cerrados unos segundos; eternidades para Marcell, y cuando los abrió, brillaron como el diamante en su dedo. Había encontrado algo, algo poderoso que la regiría. —Lo amo a él —dijo señalando a Lane—. A usted no lo conozco.
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