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Dulce recuerdo

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Blurb

“Algunas personas son manchas en el tiempo, y otras son inolvidables”

La vida de Verity Lee y Marcell Kavanagh era perfecta. Con una promesa de renovación de votos, un bebé a punto de nacer, una presidencia ganada y la vida soñada, no imaginaron que un terrible accidente ensombrecería sus vidas, cuando la perfección se resquebrajara. Postrada en una cama de hospital, Marcell la esperó por más de dos años, hasta que una llamada lo regresó a ella. Todos imaginaron que era el final de la tortura, pero la mujer que conoció, de la que se enamoró y que lo amaba con pasión, desapareció cuando al despertar, olvidó por completo su vida.

Los últimos doce años de su vida fueron borrados en un chasquido, y en su memoria solo quedó aquello que deseó olvidar cuando el adolescente del que se enamoró la abandonó. Olvidó el hombre que la enamoró los últimos diez años, y el padre de su bebé, recordando solo a su gran amor de juventud, aquel que le rompió el corazón a los dieciocho y la dejó embarazada.

Despertando en un hospital, con los dos hombres que alguna vez amó, sin recordar a su hija adolescente, ni lo que vivió la última década, Verity transitará un camino borrascoso y doloroso donde el hombre que dio todo por ella, quede relegado por aquel que permaneció en su memoria aun después de todo el daño.

El problema mayor sucederá cuando Lane, su gran amor de la juventud, rehiciera su vida sin ella, y tenga que recuperar sus recuerdos para iluminarla. ¿Podrá continuar con su vida, su nueva novia y su trabajo, cuando la oportunidad de tener la vida soñada con su amor de la juventud se le presente una vez más?

¿Podrá el amor verdadero vencer los fantasmas del pasado? ¿O el pasado será más fuerte que el nuevo comienzo?

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1 | ¿Por qué te recuerdo?
¿Valentía? ¿Realmente cómo describiríamos la valentía? Una persona se considera valiente cuando actúa con decisión y firmeza, haciendo frente a sus miedos, inquietudes y dudas, cuando tiene coraje, cuando permanece firme ante las adversidades. La valentía podría considerarse una cualidad, pero, ¿qué persona no flaquea o teme perderla en algún punto de su vida? ¿Qué persona no siente en ocasiones que el miedo es el único sentimiento que puede devorar su frágil valentía? Solemos llamarnos valientes sin serlo en verdad. Solemos colocarnos palabras que no podremos cumplir. La valentía era algo que en la familia Kavanagh era un lema, un sello, una manera de vivir. No lloraban, no flaqueaban, no temían. El mundo entero estaba bajo sus pies, dispuesto a ser aplastado en cualquier instante. El valor de tomar lo que le pertenecía, de empujar para abrirse, de asesinar si era necesario, fue la marca que dejó el legado sangriento del apellido Kavanagh. El país entero podía arder como un infierno, pero ellos permanecían tan implacables como siempre, sin mostrar el mínimo sentimiento. “No puedes regir un país, sino controlas tus propios sentimientos”. Los Kavanagh nacieron del fuego, del dolor, de las promesas que nunca se romperían. Nacieron de la sangre, de las espinas, de la valentía. “Ni una lágrima. Los Kavanagh no lloran”. Ese pensamiento estuvo en la cabeza de Marcell por muchos años. La simple idea derramar una lágrima era impensable. Mostrar debilidad era de cobarde, de personas que no podían controlar sus emociones. Michael le dijo siempre que las personas con poder y dinero tenían el orden de su vida y la vida de los demás. Cuando su padre murió, se llevó consigo sus lemas, sus errores, sus pensamientos oscuros, y nació un nuevo Marcell, uno que no temía llorar, que no temía sentir, que no temía expresar amor ni pedir milagros. Cuando lo llamaron esa mañana, pensó que era un milagro, que sus plegarias habían sido escuchadas. Pensó que era el final de dos años y medio de dolor y angustia; de despertarse cada mañana y preguntarse si algún día despertaría y si volvería a ser la misma de antes. Ese temor que los Kavanagh no podían permitirse, Marcell lo tuvo y aumentó exponencialmente cuando el doctor le contó que su esposa no solo había despertado, sino que no lo recordaría al menos un tiempo, o quizá para siempre. —Por favor, le suplico que sea honesto conmigo —imploró cuando sus ojos se llenaron de lágrimas—. ¿Qué le sucedió? El doctor le explicó que debido a la caída, las fracturas y los hematomas, sufrió un daño masivo en la estructura cerebral que forman el sistema límbico, lugar donde se controlan los recuerdos. También sufrió daño el tálamo, el hipotálamo y los lóbulos temporales. El doctor la llamó amnesia postraumática. —Un gran movimiento del cerebro en cualquier dirección, puede provocar pérdida de la lucidez mental —informó—. Su esposa tuvo una caída de cuatro o cinco metros, con traumatismo craneoencefálico abierto. Ella no recuerda su accidente, ni el año en el que estamos, o que desayunó la última vez. Le realizamos los estudios pertinentes. Puede moverse, sabe escribir, puede comer, hablar, pero su memoria no es ni será la misma nunca más. Marcell respiró profundo cuando el hombre lo invitó a que lo siguiera para mostrarle los estudios. Le mostró su cerebro cuando estaba en coma, cuando ingresó al hospital, y como se encontraba en ese momento. Le indicó los puntos iluminados, las manchas, los huesos rotos que arreglaron. Era un milagro que viviera. —¿Cómo sabe que no me recuerda? —preguntó Marcell—. Puede solo ser un efecto secundario. Tiene que verme. Me recordará, lo sé. Esto que hizo fue un gran trabajo, pero no puede asegurar que mi esposa no me recuerda, ni que olvidó a su hijo. El doctor bajó la mano. —Los estudios… —¡Al carajo lo que digan los malditos estudios! —gritó. Sus fosas nasales se ensancharon. —Mi esposa no me olvidó —dijo cuando retrocedió a la puerta y los hombres de seguridad estaban en el pasillo—. Me niego a creer que todo lo que vivimos sea borrado de su mente. Marcell alzó la mano y lo señaló con dos de sus dedos. —Ella me ama —aseguró con un nudo en la garganta y la voz quebradiza—. Ella me ama, y no me olvidará. Sus pies se tropezaron cuando dio un paso atrás, y frotándose las mejillas para limpiar las lágrimas que derramó, sorbió su nariz y batió su traje cuando se encaminó a la habitación de Verity. Era una mentira, un error. Eso tan lindo, lo que tanto trabajo les costó construir, no se caería a pedazos por un daño cerebral. El cerebro era un órgano poderoso. Controlaba todo. Muchos decían que el corazón lo era todo, pero sin el cerebro, el corazón no servía. Marcell no cedería a la presión del doctor, ni dejaría que unos estudios hablasen por ella. Era la versión de su esposa la única que creería. No llegó hasta esa maldita silla presidencial, por creer en el primero que le decía algo poco fiable, y sí, era uno de los mejores neurocirujanos que trató a Verity desde que entró al hospital. Conocía su historia mejor que nadie, pero hasta no llegar a la fuente, no creería que la controladora de Verity lo perdiera todo. Eso no tenía cabida en el absurdo control que tenía por todo. La mujer que le controlaba hasta el color de los calcetines cada día, no perdió sus recuerdos, ni se olvidó de sus hijos. Una madre como ella, no olvidaría a Maddie, ni la desampararía. Sus zapatos resbalaban sobre el piso del pasillo, cuando su esposa, sentada en la cama, miraba a su ex novio de la juventud tener el mejor cambio de toda su vida. Lucía diferente, radiante, maduro. Tenía el cabello largo atado en una especie de cebolla, y llevaba una de esas chaquetas negras que solía usar cuando eran jóvenes. Había cambiado tanto, que ella se miró las manos y solo vio sus dedos más alargados y delgados. A parte del anillo en su anular, no sentía que hubiese cambiado, mientras él tuvo un golpe de adultez tan grande, que se preguntó cómo lucía ella al espejo. ¿Quién era la nueva Verity Lee? —Entonces —dijo cuando él no respondió la pregunta por temor a dañarla más—. ¿Eres mi esposo? Lane Daniels, el hombre que la conocía desde que tenía seis años, el que la vio crecer, que la embarazó y se marchó más de trece años atrás, estaba al pie de la cama, con los brazos colgados y un enorme signo de interrogación en su cabeza. Durante años, lo único que deseó fue que Verity fuese su esposa, que ese anillo fuese él quien se lo colocase. Durante años, lo único en lo que pensó fue en formar una familia con ella y su hija. Deseó que ella lo amase de la misma forma que cuando se entregó a él. Deseó que ella abandonara su matrimonio y huyera lejos con él, a crear nuevos recuerdos y vivir nuevas aventuras. Lo único que Lane Daniels quería, era alcanzar su máxima felicidad con ella, pero cuando Verity eligió mantener su matrimonio y seguir con su vida, Lane se marchó y no miró atrás. No volvió a imaginar una vida con ella. Cerró esa puerta y arrojó la llave al fondo del pantano. Apagó su amor por ella, pero cuando lo llamaron para informarle que había despertado, corrió con su novia al hospital y se encontró con la misma chica que dejó trece años atrás. No había memorias, no había recuerdos de todo loque hizo en el pasado. Era el borrón que tanto deseó, pero que de cierta forma no era lo que pidió. Esa Verity lo quería, lo amaba con fuerza, no como aquella que lo insultó y le dijo que era igual a su padre en la fiesta de su hija. No era la que le dijo que no lo amaba, y por la que entró a la bebida y terminó un año en terapia psiquiátrica. Cuando la miró a los ojos esa mañana, no encontró a la misma Verity que lo odiaba, sino a la jovencita que accedía a que la besara las veces que lo quisiera, que fue su primera vez y la madre de su única hija. Era el recuerdo que atesoró como un regalo, era la mujer que soñó. El problema era que él no era el mismo. ¿Cómo podía serlo después de todo lo que vivió? Quería decirle que sí era su esposo, que ese anillo era suyo, que tenían una casa blanca de ventanas rosadas, con un jardín regado y una casa para el perro llamado Rufus. Quería decirle que construyó una casa del árbol para su hija, y que cada noche bailaban en la cocina mientras se decían que se amaban. Hubiera dado lo que fuera por decirle eso, pero esa no era su vida. —No, Verity —susurró Lane con el corazón anudado y un ligero temblor en el estómago por la verdad—. No soy tu esposo. La decepción se mostró en su rostro, y Asha, la mejor amiga de Verity, se levantó de la cama y se paró cerca de la pared. Ella solo era la espectadora. Siempre sería la espectadora. Ese amor que sentía por Lane, el que guardó porque su mejor amiga deseaba tener una familia con él, revivió cuando Lane la eligió. Por una vez sintió que pertenecía, que alguien la elegía. Lane le propuso mudarse juntos, y lo hicieron. Aun tenían cajas llenas en la sala y solo armaron un par de muebles para la pared, pero estaban formando un hogar. Su casa tomaba vida, cuando de nuevo se convirtió en la espectadora de un amor que estaba lejos de acabar. Verity sintió la decepción en el pecho cuando mirándola a los ojos le dijo que él no era el hombre que ella pensaba, que no volvió por ella, que no le colocó ese anillo, que no tenían la casa y el perro. Todas esas ilusiones y esperanzas que estaban frescas en su cabeza, eran recuerdos lejanos en la de Lane. ¿Cuánto tiempo transcurrió desde la última vez que se vieron? —¿Qué edad tienes? —le preguntó. —Treinta y tres, igual que tú —respondió Lane. Verity pestañeó varias veces y su mirada cayó de nuevo en su anillo. Cerró los ojos y tragó cuando su último recuerdo era su bebé recién nacida, acunándola en sus brazos. Su último recuerdo era una Madeleine de meses, llorando y riendo en sus brazos. —Significa que… —Hizo una pausa al calcular el tiempo que olvidó—. Olvidé trece años… de mi vida. Verity sintió que su garganta se cerraba y que su pecho se apretaba. El escozor en sus ojos fue escalando y sus manos temblaron ligeramente. Dejó de sentir los dedos del pie y su cabeza dolió tanto, que apretó sus manos en puños sobre sus muslos. Un escalofrío recorrió desde su coxis hasta su nuca, y un sudor frío arropó su frente. No podía exponerse a emociones fuertes, pero el primer descubrimiento la sacó de su zona de confort. La golpeó, la tiró al piso, hizo que sus encías sangraran. —No debes alterarte —dijo Lane cuando se acercó un poco a ella. Quiso tocar sus pies, pero se detuvo—. No debería contarte nada. Esto no es bueno para ti. Acabas de salir de un coma largo. Verity abrió los ojos y las manchas llenaron su visión. Vio a Lane borroso, miró la sábana palpitar como un corazón, y sintió calor en la nuca. Cerró de nuevo los ojos y el recuerdo de su hija regresó a ella. Era una bebé. Su Nana estaba cargándola mientras ella preparaba la fórmula. Estaban sentadas en el sofá del recibidor, mirando la televisión y cantándole alguna canción de cuna. Trece años. Trece años. Trece años. Se repetía una y otra vez en su cabeza, como propaganda política. Se repetía, zumbaba, pulsaba, penetraba tan hondo que ella se quejó y Asha salió para buscar una enfermera. Lane vio sus labios temblar y su rostro palidecer. ¿Dónde estaba Marcell cuando se necesitaba? ¿Dónde estaba el Dios que decían que existía? ¿Dónde estaba el milagro por el que tanto rezaron? Lo que Lane miró fue a una mujer adolorida, confundida, preocupada, con más preguntas que respuestas y los ojos llenos de lágrimas. —Mi hija —susurró ella cuando abrió los ojos y las lágrimas bajaron—. ¿Dónde esta nuestra hija? ¿Dónde esta mi Maddie? Lane se acercó un poco más al caminar por el espacio entre la cama y la pared, y tentando al destino, atrapó su mano entre la suya y sintió el temblor y la piel fría. Estaba helada de miedo. —Madeleine esta bien —aseguró Lane—. Es una adolescente. Verity meneó la cabeza varias veces y las lágrimas continuaron goteando. Ella intentaba ser una buena persona. No merecía eso. —¿Soy una mala madre, Lane? ¿Por eso no recuerdo a mi hija? Lane hubiera querido tener las respuestas, pero no las tenía. Estaba igual de confundido que ella, preguntándose cómo fue posible. Estaba igual de catatónico que ella, y cuando la tocó, ella sintió la calidez de su palma, con el mismo sentimiento de antes. Verity cerró sus ojos con más fuerza y Lane se sentó a su lado para apretar más su mano. Llevaba años sin ver a una Verity sentimental, con las mejillas rojas y dolor en el corazón. Lane fue fuerte para ella, para que los dos no cayesen, pero ese agujero n***o los estaba engullendo. No tenía la fuerza para pelear. —No pude a ver olvidado a mi pequeña —dijo cuando gimoteó y sus labios temblaron—. No puedo olvidar a mi niña, Lane. Las lágrimas calientes caían en su bata de hospital, y Lane bajó la mirada a la mano que intentaba que no temblase. —¿Qué clase de madre olvida a sus hijos? —preguntó cuando el llanto explotó en su pecho y su voz tembló. El corazón de Lane también se estrujó, y hubiera dado todo lo que tenía para privarle ese dolor. Verity era una buena mujer que no merecía eso. Cuando finalmente encontró la felicidad, le fue arrebatada de la forma más cruel. Intentaba ser valiente, pero cuando ella le dijo entre llanto que su hija no merecía esa vida, ni estar sin su madre, Lane alzó su mentón y las lágrimas resbalaron por su mano y cayeron de su muñeca. La punta de su nariz estaba roja, y no podía culparse por algo que no podía controlar. Los ojos llorosos de Verity encontraron los de Lane. —Eres la mujer más valiente y maravillosa que conozco —dijo cuando pasó su pulgar por su mejilla y limpió el residuo de sus lágrimas—. No caes con facilidad, y controlas cada aspecto de tu vida, que no dudo que recobrarás la memoria muy pronto. Lane pasó sus dedos por su mejilla, y los ojos de Verity miraron los azules de Lane, los mismos de su hija, y en los que caía rendida todo el tiempo. La vida de Verity era un desastre, tenía mucho dolor, y sus manos sudaban, pero la persona que amaba, por la que sufrió y que nunca olvidó, regresó a ella. ¿Era una señal? —Si lo olvidé todo, ¿por qué te recuerdo? —preguntó—. ¿Acaso mi vida perfecta no sería con nadie más que contigo?

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