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Gabriel Montenegro
Salgo disparado por el pasillo, sin esperar permiso, sin importarme si interrumpo. La bata del médico aún está manchada. Lo agarro del brazo.
—¿El bebé? —le espeto—. ¡DÃgame si el bebé está bien!
Él me mira con ese rostro frÃo de los que juegan a ser dioses.
—El embarazo continúa con normalidad. No fue afectado. Ella es fuerte. Muy fuerte.
Siento las rodillas aflojarse. Me apoyo en la pared y cierro los ojos un momento. No sé si llorar o gritar. Van a ser dos vidas las que casi pierdo hoy.
¿Quién fue? ¿Quién tuvo los cojones?
Y entonces me golpea la memoria, como un disparo en plena frente.
Los rusos.
Malditos bastardos.
Ese ataque fue su respuesta. Su advertencia.
Pero yo ya habÃa enviado la mÃa.
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El silencio en la finca era tan profundo que se podÃ
