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Vendida al magnate

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Blurb

Una jaula de oro. Un contrato firmado con sangre. Un corazón que no pidió enamorarse.Perla Álvarez siempre soñó con un amor que la hiciera temblar... pero nunca imaginó que el primer hombre que la besaría sería su propio esposo por contrato.Cuando la ruina cae sobre su familia, sus padres la obligan a casarse con Gabriel Montenegro, un magnate frío como el acero y poderoso como el mismo infierno. Dueño de un imperio hotelero y con conexiones turbias con la mafia rusa, Gabriel no cree en el amor… y mucho menos en redención.Perla es belleza, fuego y coraje. Gabriel, poder, oscuridad y secretos. En medio de lujos, amenazas y traiciones, nace un deseo que ninguno de los dos esperaba.Pero cuando el pasado de ambos los alcance, ¿será suficiente el amor para salvarlos? ¿O terminarán devorándose entre mentiras, lealtades rotas y un matrimonio que comenzó como un castigo?Porque a veces el amor no se encuentra… se sobrevive.

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Capítulo 1 – La jaula dorada
Italia, Florencia. Villa Montenegro. Perla jamás pensó que su primera vez en Europa sería así: vestida como una muñeca cara, encerrada en un auto n***o con vidrios polarizados, camino a una mansión que parecía sacada de una película de miedo… o de mafia. Apretó el borde de su vestido azul celeste con las manos sudadas. El cuello le picaba, el corazón le latía en los oídos. Frente a ella, su madre, Paola Miramar, no dejaba de arreglarle el cabello. —Por favor, Perla, no vayas a abrir esa bocota. No estamos en México. Esto es Italia. Aquí se juega a otro nivel —murmuró con voz venenosa, perfumada de Chanel y orgullo rancio. Perla no respondió. Su padre, González Álvarez, miraba por la ventana sin decir palabra, como un hombre que había vendido su alma… y la de su hija. La puerta del auto se abrió. Afuera, el aire olía a cipreses, piedra antigua y peligro. Un mayordomo los recibió en la entrada de la Villa Montenegro, una construcción imponente, blanca como un fantasma, de columnas altísimas y ventanales góticos. Y ahí, en lo alto de las escaleras de mármol… lo vio. Gabriel Montenegro. Traje n***o. Camisa abierta. Sin corbata. Manos en los bolsillos. Mirada que quemaba. Era más joven de lo que imaginaba —y mucho más peligroso. Tenía esa clase de belleza que se veía cara… y letal. —Así que tú eres la niña —dijo, sin bajar los escalones. Su voz era grave, como si hablara desde un sótano. —Y usted el hombre que me compró —respondió Perla, sin pensarlo. La frase salió sola, como un disparo. Silencio. Paola se atragantó. González tragó saliva. El mayordomo fingió no oír. Pero Gabriel… sonrió. Lento. Sádico. Luego bajó un solo escalón. —Te equivocas, princesa. Yo no compro mujeres. Yo firmo contratos. Y tú… ya estás firmada. Perla sintió cómo algo dentro de ella se rompía. No eran lágrimas, ni rabia. Era fuego. Ese hombre, ese extraño con acento italiano y apellido temido en medio mundo, era ahora su esposo por obligación. Y ella… la pieza más valiosa en un tablero que aún no entendía. Pero si algo tenía claro Perla, era que no pensaba ser una víctima. Y si Gabriel Montenegro creía que podía domarla… estaba a punto de conocer a la bestia. Punto de vista de Perla Me vendieron. Así de simple. Sin flores, sin promesas, sin cuentos. Como se vende una finca, una joya robada o un secreto vergonzoso. Y sin embargo, aquí estoy… en la cuna del arte y del pecado, con un vestido que no elegí y un apellido que no es mío. Gabriel Montenegro. Su nombre pesa como una maldición. Dicen que tiene negocios en cada rincón del planeta. Que la mafia rusa lo llama “hermano”. Que su sonrisa vale más que la vida de un hombre. Y ahora es mi esposo. Pero que no se equivoque. No me voy a quebrar. Si este juego es de poder, entonces aprenderé a jugarlo. Y si algún día me toca huir… me iré con su corazón en la mano. Punto de vista de Gabriel Ella tiene fuego en los ojos. Cuando habló, sin miedo, supe que no era como las otras. No era sumisa. No era débil. Era una bomba de tiempo envuelta en seda. Perla Álvarez. La última carta de una familia en ruinas. La moneda de cambio perfecta. Una muchacha criada entre lujos… pero con la sangre caliente de los que han perdido algo. No pedí esto. Pero no estoy en el negocio de pedir. Estoy en el negocio de mandar. Y si esta niña cree que puede venir a desafiarme en mi propia casa, va a aprender lo que es ser la esposa de un Montenegro. Y sin embargo… Por un segundo, solo uno… deseé que no me mirara con odio. “Un palacio sin alma” Esa noche, la villa estaba tan silenciosa que se oían los latidos del mármol. Perla no había cenado. No bajó al comedor. No saludó a los empleados. Solo entró a la habitación que le asignaron: amplia, elegante, perfectamente decorada… y helada. En la cama, sobre las sábanas de lino blanco, había un sobre dorado. Lo abrió con manos temblorosas. “La espera será larga, pero valdrá la pena. —G.M.” —¿Es un juego? —murmuró Perla, arrugando la nota con rabia—. ¿O una advertencia? Tocaron la puerta. No fue un sirviente. Fue él. Gabriel Montenegro entró sin pedir permiso. El traje impecable. El reloj caro. La mirada asesina. Llevaba una copa en la mano, y el veneno en los labios. —Pensé que querrías hablar —dijo, cerrando la puerta tras de sí—. Tu silencio está haciendo demasiado ruido. Perla se cruzó de brazos. No le mostraría miedo. Ni pena. Ni hambre. Aunque lo sintiera todo junto. —¿Y qué se supone que debo decirte? ¿Gracias por convertirme en una esposa decorativa? ¿Por encerrarme en esta jaula con vista al infierno? Gabriel no se inmutó. Dio un sorbo a su copa. Caminó hasta la ventana y se quedó mirando la oscuridad de la Toscana. —¿Sabes cuántas mujeres habrían matado por estar en tu lugar? —¿Y cuántas han muerto por estarlo? —disparó ella, sin pensar. Gabriel giró el rostro lentamente. Esa sonrisa de lobo apareció de nuevo, pero esta vez… con algo más. ¿Interés? ¿Peligro? ¿Deseo? —Tienes boca de reina y corazón de guerra, Perla. Vas a meterte en problemas. Ella alzó la barbilla. —Tal vez ya estoy en el más grande de todos. Silencio. Luego, sin aviso, él cruzó la habitación y se detuvo frente a ella. La miró desde lo alto. Tan cerca que pudo oler el perfume de su miedo… y su furia. —No me provoques —murmuró él—. No esta noche. No en este lugar. —¿Y si lo hago? Gabriel bajó la mirada a sus labios. Solo por un segundo. Un relámpago que lo delató. —Entonces te vas a enterar de lo que soy capaz. Y sin decir más, dio media vuelta, salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí. Dejó atrás el silencio. Y un corazón a punto de estallar. Perla cayó sentada sobre la cama. Gabriel Montenegro no era un hombre. Era un campo minado con traje de gala.

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