Narra Brian Huston:
¿Quién habrá sido el idiota con el que acabo de chocar? A estas horas de seguro es uno de los estúpidos de la universidad en estado de ebriedad que acaba de salir de la fiesta que se daba en la fraternidad de los Bobo Bulls. Y yo que pensé que podría volver a mi departamento tranquilo...
Levanté la vista y lo primero que vi fue a una chica de cabello castaño que se sostenía la nariz. ¿Qué? ¿Tenía mal olor? Bajé la vista a su ropa y vi sangre, ella lloraba, así que me preocupé.
-Mierda, te hice daño -no pude haber sido tan bruto- Lo siento. -le aparté la mano y vi que su nariz sangraba a cántaros-
-No fuiste tú. -aclaró ella, yo la miré confundido- Tranquilo. -trató de caminar, pero le impedí el paso- Quiero volver a mi departamento. -me resultaba familiar-
-Pero... estás herida. -miré su nariz y saqué un pañuelo descartable de mi bolsillo, ya que siempre habían ebrios llorones en el bar- Límpiate. -agarró el pañuelo y comenzó a limpiar la sangre- Si no fui yo, ¿quién fue?
-En la fiesta de la fraternidad... -su llanto fue más fuerte- Nunca voy... ¿Por qué ahora que sí voy, me golpean así?
-¿Te golpearon? -ella asintió- ¿Quién?
-No vale la pena decir el nombre de ese estúpido. -dijo con rencor-
-¿Fue un hombre? -dije sorprendido- ¿Quién querría golpearte así?
-Ya no importa. Me voy a mi departamento. -volvió a querer pasar, pero yo seguía con curiosidad-
-¿Vas a dejarme con la intriga acerca de quién fue el bastardo y poco hombre que te pegó? -ella rodó los ojos y se limpió una lágrima-
-Francis Brown. -ese idiota- No quise acostarme con él y me llamó zorra. Supongo que haberlo abofeteado no fue una gran idea de mi parte.
-Eso no le da derecho a golpearte. -me di cuenta de que estaba hablando mucho- Me voy.
-¿Quién eres? Me resultas familiar... -ladeó la cabeza, estudiando mi rostro- ¿Vas a la universidad?
-Sí, soy Brian Huston. -ella frunció el ceño-
-Eres muy atractivo como para ser el "raro Huston" -murmuró para sí misma, yo enarqué una ceja y se sonrojó. Lo noté, por más que fuera de noche- Eh… Yo... Yo soy Miranda Cohen. -sonrió- Me voy a mi departamento. Es a una calle de aquí. -señaló la dirección contraria a la que yo me dirigía. Yo vivía a una calle pero del otro lado-
-Adiós... -dije y comencé a caminar-
-¡Gracias, Brian! -gritó cuando me alejé de ella-
No respondí, seguí caminando rumbo a mi cueva. Esta chica era muy entusiasta. Minutos antes estaba llorando como si la hubiesen acuchillado y ahora me sonreía. Espero que no crea que somos amigos ni nada por el estilo luego de esto.
Ese maldito idiota de Brown debería ser castrado. ¿Cómo puede sentirse con el derecho de golpear así a una chica? Eso es de poco hombre. Es una persona a la que no escupiría ni porque se estuviera incendiando. Vivía rompiéndome las pelotas en la universidad, llamándome "el raro Huston" por ser solitario y no tener amigos. Algunos hasta me tienen miedo porque dicen que soy un asesino. A veces hasta quiero reír por las cosas que inventan de mí. Creen que por ser solitario soy un bravucón. ¿A dónde voy? ¿Una universidad o una secundaria con problemas de pubertos? A veces hasta me dan ganas de hacer explotar una clase para irme de allí y volver a mi departamento a relajarme. Pero luego recuerdo que mis poderes son una mierda y que me prometí no usarlos. Hasta ahora lo he logrado, en los tres años viviendo aquí, no los he usado.
Al llegar a mi departamento no dudé en tirarme en la cama a dormir como es debido. Mañana (bueno, teóricamente es hoy) era sábado, así que podría dormir hasta tarde y luego ir al gimnasio de la otra cuadra a ejercitarme como siempre.
Traté de dormir, pero la cara de esa chica me lo impedía. Me resultaba muy familiar, sentía que la conocía de otro lado, pero no sabía de dónde. Es imposible que la conozca de otro lado, ya que no soy de aquí y soy un maldito huérfano que vivió toda su vida rodeado de monjas y niños. La debo haber visto en la universidad pero no le presté atención. Eso debe ser.
Cuando logré dormir, soñé con mi vida en el orfanato. Cuando aprendí lo que podía hacer, cuando experimenté con el control de las personas... Sí, podía controlar personas, pero requería de mucha energía y concentración, ya que debía focalizarme en cada partícula del cuerpo de la persona a la que controlaba. Cuando lo hice, fue a Dan, él siempre era víctima de mis experimentos. Ese día hice que le pegara en la nalga a una de las monjas. Fue gracioso, aunque me sangró el oído por el esfuerzo. Casi me desmayo, tuve que comer una manzana. A Dan lo hicieron arrodillarse en el maíz como castigo. Me miraba con odio. Un año después lo adoptaron y dejó de maltratar a los demás niños. A mí no me decía nada, ya que me tenía miedo. Desde el día de lo del pie, no me dijo nada. Ese día no sólo descubrí mis nuevos poderes, sino que también aprendí a provocar daño que las personas consideran físico pero en realidad es psicológico. Todo está en su mente.
A los quince años logré hacer que las personas vieran ilusiones. ¿Cómo hago lo que hago? Ni yo sé la respuesta. Cualquiera diría que mis poderes son geniales, pero en realidad son una maldición. Cuando los niños intentaron hacerse mis amigos, de una forma u otra salieron heridos. Ya sea por un incendio accidental, dolor psicológico (sin querer), no sabía controlar los puntos en mis yemas. Me obligué a mí mismo a alejarme de todos. Me hice solitario y marginado. Dejé que me maltrataran y me dijeran cosas horribles. Aprendí a cerrarme y a no tener sentimientos por nadie. Ni odio ni afecto. Lo más extraño es que por los únicos por los que me permito tener afecto, son Olga y Ron, mi gato. Sí, soy una maldita vieja con gatos. Bueno, es sólo uno.
Desperté y miré la hora, era mediodía. Me senté en la cama y vi una tanga en el suelo. Recordé la aventura con esa chica del bar hace dos días. Ésa era la única forma de relacionarme con las chicas. Por sexo. ¿Qué? Soy hombre, tengo veintiún años y necesidades presentes. No podía morir virgen.
Tiré la tanga por la ventana y me vestí para ir al gimnasio de la otra cuadra. Generalmente iba los domingos, no los sábados, pero el domingo tendría que estudiar para un examen. No era difícil, pero era mucho.
Fui al gimnasio a hacer unas cuantas pesas y vi a la chica de ayer, Miranda. Traté de evitarla, pero me miró y sonrió, luego comenzó a caminar en mi dirección.
-Hola, Brian. -saludó-
-Hola. -bajé la pesa- ¿Qué tal tu nariz? -pregunté por educación-
-Oh, mejor. -se mordió el labio. Ese gesto... Juro que lo vi en otro lado- Gracias por preguntar.
-De nada. -me levanté y comencé a caminar a otro lado-
-Oye, Brian... -la miré- ¿Te gustaría acompañarnos a Sam y a mí al cine? -debo admitir que me sorprendió escuchar eso-
-¿Por qué? -pregunté-
-Porque... -volvió a morderse la boca- Porque tú, por lo que dicen, nunca sales. Y creo que podría llegar a ser divertido conocerte.
-No quieres conocerme. Sólo quieres hacer caridad. -retomé el paso- No necesito a alguien que trate de incluirme en la sociedad, no estoy interesado.
-Miranda, siento llegar tarde. -escuché otra voz femenina- ¿Que tal te fue ayer? -no me molesté en ver quién era-
-Bien, Sam... -dijo desanimada. Las ignoré y fui en dirección al baño de hombres-
¿De qué iba esta loca? Se cree que todos los que no tienen amigos desean tener uno, no considera la posibilidad de que no quieren sociabilizar. De seguro era la típica niña estúpida, con dinero, que hace actos bondadosos por reputación. Sabía que, por lo de ayer, ahora creería que éramos amigos. Ilusa.
Seguí ejercitándome al otro lado del gimnasio para no tener que cruzármela. Cuando terminé volví a casa y le di de comer al gato.
-Ron, tú me entiendes, ¿cierto? -lo acaricié-
Ahora le hablaba al gato, lo que faltaba.