1.1

1777 Words
Gina quiso gritar.  Pliega los labios en una mueca de desagrado, es obvio que Massimo se cree lo máximo (un terrible juego de palabras, lo sabe), pero en realidad no es más que otro hijito de papi que no sabe ni limpiarse el culo solo. —Paso— responde después de unos segundos con una imitación mejor de su sonrisa. Mantiene su postura firme frente a él, la barbilla en alto y los ojos refulgentes. No tiene otra opción en realidad, Massimo pasó un brazo por detrás de su cintura para mantenerla pegada a él. A pesar de que tiene el vestido puesto, hay mucho de su cuerpo que aún puede sentir y no sabe si eso la asquea o excita. Gina intenta soltarse de su agarre sacudiendo el cuerpo, pero eso tan solo sirve para que él la apriete más contra sí mismo. Un gemido ronco vibra en su garganta al sentir cómo los pechos de Gina se presionan contra su torso. Quería, necesitaba, de su cuerpo junto al suyo por el resto de su vida si era posible, aunque se conformaría con solo tenerla por el resto del día. Gina pone una mano en su nuca y Massimo sonríe. Ella lo imita, pero su sonrisa es un poco más maniática y peligrosa. Entiende el porqué cuando agarra esos pelos en la base de su cuello y tira de ellos, su cabeza sigue el movimiento.  —Suéltame— le ordena ella. Él no obedece, por lo que Gina tira de su pelo de nuevo. Sisea ante el dolor, pero luego se relaja, casi soltando una carcajada. —No esperes que te haga caso si eso significa dejar de sentir dolor. Gina le da una mirada confundida, sus labios se entreabren cuando comprende el significado de sus palabras. Inhala apenas un hilo de aire antes de que sus labios se sellen y luego estiren en otra sonrisa maliciosa. Lo suelta bruscamente, pero sus manos están sobre él segundos más tarde. Una va directamente a la que tiene él sobre la cintura estrecha, la otra baja hacia su m*****o. El pecho de Massimo se infla con orgullo, hasta que los dedos femeninos presionan ese punto exacto de dolor en su muñeca y las uñas afiladas se clavan en sus bolas. —Auch— da un brinco hacia atrás —. Loca. Gina le da una sonrisa cínica. Levanta el dedo medio en su dirección y luego se gira sobre sus talones, decidida a dejar la habitación cuanto antes. —No actúes como si la noche anterior no hubiera sido la mejor de tu vida. Ugh, igual de cliché que el resto de los hombres. Entorna los ojos y se vuelve tan solo para que él pueda ver su rostro y la seriedad con que habla cuando dice: —Más bien tan banal que ni siquiera puedo recordarla. Debes mejorar tu juego, Max o ni siquiera el dinero de tu papi hará que quieran dormir contigo.  Estira sus labios en un puchero falso que rápidamente se transforma en una sonrisa arrogante. » ¿Oh, ¿insulte tu hombría? Lo siento, supongo— dice encogiéndose de hombros al final. Massimo gruñe, irritado por su indolencia. Quiere estampar su bonita cara contra la puerta; quiere besarla y luego dejarla con las ganas; quiere tomarla ahora mismo y demostrarle que está equivocada, que él será el mejor polvo que tendrá en toda su vida. Mas no hace nada, porque cuando se mueve para acorralar, ya está lejos de él, cerrando la puerta a su espalda. Gina abandona el departamento sin mirar atrás. Con la esperanza de que su auto este en el estacionamiento da varias vueltas desactivando la alarma hasta que lo encuentra en una pésima posición. Duda que ella haya manejado, ni siquiera recuerda irse del bar en que estaban, probablemente Massimo los trajo, quizás él también estaba ebrio o demasiado desesperado para coger como para dedicar unos segundos extra a estacionarse decentemente. De todas maneras no le importa, no volverá a pensar en él nunca más, esa sí es una promesa que puede cumplir.  Revisa que el auto no tenga ni un rasguño y luego se sube. El ronroneo del motor es un ruido blanco que la tranquiliza y la suavidad del Audi ayuda a que se desvanezca el mal rato que tuvo con Massimo.  —¡Frances! ¡Llegué! — grita apenas pone un pie dentro de su departamento, su propia voz le causa dolor de cabeza. Se frota el espacio entre las cejas, cuelga las llaves donde corresponde y se mete a la cocina en busca de un necesitado vaso de agua y una barra de proteínas. Bebé el agua en segundos, así que lo rellena antes de ir a su cuarto. Se quita los zapatos, dejándolos en la caja que les corresponde, luego agarra la toalla y va en dirección al baño. Requiere de una ducha con urgencia, para quitarse el sudor del baila de la noche anterior, del sexo. Para deshacerse del aroma masculino pegado en su piel. Frances sale del baño, su rostro redondo con esos grandes ojos aguamarina que Gina encuentra tan bonitos la observan analíticamente, recorren su cuerpo, notan las marcas en su piel y luego se vuelven a centrar en su cara. —Buena noche, ¿eh? — dice con tono jocoso. —Sinceramente, no lo recuerdo— suelta una risita mientras se mete al baño. Recarga su cadera en el marco de la puerta, acomoda la toalla en sus brazos y con una molesta vergüenza evita la mirada de Fran. —Dormí con Massimo Amadore— confiesa, porque no le puede esconder nada a su amiga. Los ojos de Frances alcanzan tamaños estratosféricos. Las palabras le dejan un sabor amargo en la boca y una sensación extraña en el pecho. No es que se arrepienta de lo que hizo, porque en realidad pocas veces se arrepiente de dormir con alguien y porque los destellos de la noche anterior que le llegan cuentan buenas cosas. El problema es que Massimo no es un buen hombre y está metido en una mafia a la que ella juro nunca pertenecer y el hecho de que incluso Frances lo conozca, siendo que ella no tiene ni idea del mundo oscuro en Vegas, demuestra su poder en esta ciudad. Su amiga chilla y la sacude, haciendo que el malestar en su estómago y cabeza se asiente. Gina la aparta con una mueca. —Espera— Fran se relame los labios y hace una mueca adorable, la misma que pone siempre que está analizando algo —¿Massimo padre o Massimo hijo? —El hijo, por supuesto— dice ofendida. —No me mires así, contigo nunca se sabe, una vez te escuche gritar "papi"— dice encogiéndose de hombros con una sonrisa burlona. —Se llama juegos de rol, para tu información— le habla sacudiendo la cabeza con una sonrisa burlona —, podrías intentarlo alguna vez, porque yo siempre que te pillo estás en el misionero y eso, amiga— tuerce los labios —no es bueno ni divertido. Es el turno de Frances de fruncir los labios entre ofendida y avergonzada, más de lo segundo porque se le sonrojan las mejillas. —No es mi culpa, son ellos que siempre me ponen así— intenta defenderse, pero acaba empeorándola. «Ellos siempre me ponen así» pensó Gina para sí misma con disgusto. No es que ella sea una dominatriz ni que siempre esté haciendo posiciones extrañas, pero sí es una mujer que sabe muy bien lo que quiere y si algo no le gusta lo cambia, sobre todo en el sexo. La gracia es pasárselo bien, si vas a estar con alguien que no lo hace rico, entonces, ¿para qué seguir con él? —Eso es deprimente— le da una palmadita en el brazo —, tienes que cambiar eso amiga, no pueda ser que tengas veinticuatro y estés teniendo mal sexo. Fran se sonroja mucho más, escandalizada por lo que Gina le ha dicho con tanta naturalidad. Sigue sin entender cómo es que tiene tan poca vergüenza para hablar de todo; si Gina tiene algo en la cabeza pronto está saliendo de su boca. —¿Por qué estamos hablando de mí? — dice en un tono que después de años Gina puede interpretar como nerviosismo —Tú eres la que acaba de acostarse con Massimo Amadore. Ese hombre calienta más que el sol de verano— suspira. Gina quiere protestar, porque en realidad no es tan guapo. Abre la boca dispuesta a decir un montón de cosas en contra de él, pero la vuelve a cerrar cuando nuevas imágenes aparecen en su mente. Esa mañana no había querido notar el cuerpo masculino de Massimo, pero definitivamente lo había hecho. Se relame los labios cuando más flashes llegan a ella; dedos callosos recorriendo el borde de su busto, besos húmedos de boca abierta por toda su piel, toques ansiosos, esa mirada hambrienta que conoce tan bien y que en él parece tan diferente, mucho más intensa. —Uy— chilló Fran, la morena se cubre los oídos, su cabeza no preparada para tal sonido —, parece que estuvo muy bien. Gian bufa y cierra la puerta del baño en la cara de su amiga. Prende la ducha y se desviste. No puede evitar apreciar las marcas en su piel. La dentadura de él impresa en su hombro izquierdo. Los chupones en sus pechos, aquellos en su estómago, otra mordida en su muslo interno.  Cuando el recorrido de sus dedos sobre su cuerpo se vuelve lascivo y necesitado, aparta la mano de golpe y se mete a la ducha, sin importarle que el agua no esté tan caliente como le gusta. No va a permitirse fantasear bajo las memorias de lo que Massimo le hizo, ni siquiera recuerda mucho, pero las pocas imágenes que van llegando… uf, de solo pensarlo le daban ganas de repetir. No. Era cosa de una vez, no podía permitirse volver a caer en su trampa. Existen millones de hombres en Vegas que deben coger igual o mejor que Massimo y lo más importantes,: ninguno de ellos es hijo del capo de Vegas o está involucrado de alguna manera en la mafia.  Había sido difícil escapar de ese mundo, no iba a volver a insertarse en él por una cosa tan estúpida como sexo con alguien igual de invaluable como Massimo. Sería pan comido no repetir el error, tan solo debe mantenerse lejos de su pasado y todo saldrá bien, porque ahora que conoce el sabor de la verdadera libertad, se ha hecho adicta a él.
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