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El corazón del diablo

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Blurb

Su belleza siempre a sido de lo que más ha estado orgullosa y nunca le ha traído más que beneficios, hasta que una noche comete el error de dormir con un hombre peligroso. De ahí en adelante, su hermosura no será más que una maldición.

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1. Romper la regla
Arruga el rostro, suelta un quejido y se reprocha el no haber cerrado bien las cortinas la noche anterior. Parpadea con lentitud, intentando acostumbrarse a la luz que se cuela y le da directo a los ojos. Gruñe, debatiendo si debería levantarse o no, pero al final opta por dar media vuelta. Listo, problema resuelto. Sus ojos se someten a la oscuridad y así está listo para volver a dormir. Estira una pierna y luego el brazo, que cae sobre una superficie blanda y tibia. Se arrima contra lo que cree es su almohada, pero al poner la mejilla sobre ella, se da cuenta de que no es un cojín. La piel es suave, algo pegajosa, y huele a cítricos, incluso después de haber pasado la noche anterior follando como condenados. Para él siempre ha sido un misterio cómo se las arreglan las mujeres para oler bien permanentemente, como logran que el perfume se les pegue a la piel y jamás las abandone.  Relame sus labios, pasando a llevar el pecho de su compañera, quien media despierta, con el cuerpo demasiado sensible, se remueve y arquea la espalda, ofreciéndosele, anhelando más de esa caricia húmeda y superficial.  Massimo abre los ojos por completo. Una sonrisa se extiende en su boca luego de darle un vistazo al cuerpo junto a él y recordar la  preciosura exótica que se llevó a la cama la noche anterior. Se toma un segundo para apreciar su belleza; la piel marcada con sus mordidas  —manchas que ya se estaban tornando moradas—, su busto grande, aquella cimas fruncidas suplicando por una mordida, la cintura estrecha, su abdomen sutilmente marcado. Joder, se había llevado una modelo a la cama y no de esas desnutridas que apenas podían llenar la copa A, no, ella debía ser por lo bajo como C y sus caderas eran igual de amplias. Su cuerpo reacciona a la mujer durmiendo a su lado. Las manos le pican por tocar su piel de nuevo, recorrer sus curvas y sostener en ella esos pechos hermosos o su trasero bien formado. Se inclina sobre ella, la mano que puso sobre su estómago sube perezosamente hasta alcanzar su pecho y pellizca el pezon al mismo tiempo que entierra los dientes en la curvatura de su cuello, lo que significa que su nariz se presiona contra la piel, inundando sus fosas nasales de un aroma femenino y seductor. Se arrima sobre ella un poco más, sus dientes marcando un nuevo lugar en su cuerpo, sus manos tomando vida propia y disfrutando de la figura esbelta y delicada bajo él. Todavía algo adormilada, Gina responde al placer. Su cuerpo se arquea, de sus labios escapa un pequeño gemido y ubica su mano sobre la de Massimo, instándolo a seguir con sus caricias. Con media mente todavía durmiendo, su cuerpo actúa por si solo, la hace girarse hacia Massimo y poner una mano sobre su torso, la misma que luego desciende por su abdomen marcado hasta el m*****o largo y erecto entre sus piernas. —Buongiorno— ronronea Massimo sobre su piel oliva, sabiendo que el italiano siempre le sirve para conquistar a las mujeres. La palabra va acompañada de un beso duro, lento y sensual que le derrite el cerebro. Sus párpados revolotean y se cierran, rindiéndose ante el placer de sus bocas juntas y la mano que magrea su pecho. Intenta acercarse un poco más hacia él, pone una mano en su cuello, queriendo arrebatarle el control del beso, pero no funciona muy bien. Massimo la agarra de la nuca, manteniendo su cabeza firme, obligándola a seguir el ritmo que él quiere; la otra mano la desliza por su cintura, llega a su trasero y después de darle un apretón baja un poco más, hasta tener la mano en su muslo, el cual agarra y lo pone sobre sus piernas. La nueva posición es mucho más placentera. Su clítoris queda directamente contra el muslo de Massimo y puede frotarse fácilmente en él. Los gemidos femeninos reverberan en el cuarto y se transforman en un jadeo de sorpresa cuando Massimo rompe el beso y, sin advertencia, la pone por completo sobre él. Para evitar caer sobre él, pone una mano a cada lado de su cabeza, quedando en frente a Massimo. Por primera vez tiene la oportunidad de observar su rostro, sobria al menos. La verdad es que no tiene ni idea de con quién paso la noche, tan solo recuerdos vagos de un increíble maratón de sexo.  Massimo empuja sus caderas hacia arriba y Gina sigue el movimiento, por el placer sus ojos se entrecierran, pero cuando los vuelve a abrir comienza a reconocer el rostro bajo ella. Sus cejas pobladas, la mandíbula marcada, sus labios rosados y por último esos ojos. Sus miradas se encuentran, oro fundido contra el mar más frío que Gina ha visto alguna vez. Aquellos iris transmiten tanto y a la vez tan poco que no sabe muy bien cómo enfrentarse a ellos. Témpanos de hielo que jamás se derriten, unos que ella conocía muy bien. La realización de a quién tiene debajo la golpea tan fuerte que le es difícil esconder su sorpresa. —Oh, mierda— sale de la cama con un brinco. Se pasa las manos por el pelo, luego lleva el pulgar a su boca, mordiendo la uña perfectamente pintada. Oh, mierda.  Se frota el rostro con frustración. ¡Tenía una sola regla, por Dios! ¡Una maldita regla! Y no solo la había roto, al acostarse con alguien de la mafia, sino que la había cagado de manera monumental cuando ese alguien era Massimo Amadore. —¿Qué pasa? —¿Dónde está mi ropa? — pregunta con un dejo de desesperación en su voz que odia. Toma una respiración profunda para poder tranquilizarse, después vuelve a su tarea de mirar por todo el piso intentando reconocer alguna de las prendas que uso la noche anterior. Suspira llena de alivio cuando encuentra el par de zapatos alineados a la perfección junto a los pies de la cama. Borracha a morir y todo, pero sus tacones siempre están intactos al día siguiente, a veces en mejor estado que ella. Massimo se irgue, apoya el peso en sus codos y observa con atención cómo Gina se mueve por el cuarto buscando lo que sea que estaba usando la noche anterior. Se pasea desnuda sin preocupación alguna, no tiene problema con tomar todo el espacio que necesita para moverse o de mostrarle ese rollito que se le hace cuando se agacha para recoger el vestido.  Humedece sus labios, clava los dientes en el inferior, conteniendo una sonrisa animal que Gina igual nota. Con los zapatos en mano se gira por completo hacia él, la panorámica de su cuerpo desnudo, recostado en esa postura tan segura genera cosas en su interior que desaparecen cuando se da cuenta de como Massimo la contempla. Ese interés peligroso,  un depredador analizando su nueva presa. Aquella mirada de cazador arrogante la hace resoplar. Por eso no se acostaba con hombres como él, creían que podían tener a cualquiera que quisieran, el "no" era un reto para ellos y se creían demasiado. Pestañea y en un segundo Massimo está fuera de la cama y acercándose a ella. Mierda, debía dejar de mirarlo, el hombre estaba prohibido y no era lo suficientemente bonito como para que rompiera su regla por segunda vez, sobretodo ahora que está sobria. Mete la cabeza en el hoyo del vestido que corresponde y cuando sale del otro lado, se encuentra a Massimo frente a ella. Un jadeo ahogado es la única prueba de que la ha tomado por sorpresa, más allá de eso su rostro sigue siendo igual de apático. Aquello le llama la atención, pero se lo toma como un reto personal, ver su cara contraerse por las emociones que él le causa. Estira la mano para alcanzar su cintura, pero ella lo detiene con un agarre demasiado firme para ser mujer. Sus uñas se clavan dolorosamente, haciendo sonreír a Massimo. Gina intenta girar su muñeca en una maniobra que él conoce bien, por lo que se le adelanta, volteándola por completo y dejando el brazo pegado a su espalda en una posición algo incomoda, probablemente dolorosa. La manera en que se le adelanto la sorprendió, pero es la dominancia con que la sostiene y su respiración pesada cosquilleando en su oreja la que la distrae y hace que su mente viaje a lugares inadecuados. Debería estar luchando, intentando escapar de su agarre, dandole una buena patada en las bolas por haberla manipulado de esa manera, pero en vez de eso está intentando convencerse de que no le gustaría que la presión de aquellos dedos sobre su muñeca fuera más violenta ni de que fantasea con dar vuelta la situación y castigarlo por tocarla sin su permiso.  Su mente obvia por completo a Massimo, hasta que ya es demasiado tarde y lo tiene respirando en su oreja, apartando su cabello de un hombro, dejando paso a sus labios cálidos que se presionaron firmemente contra su piel y siguen el mismo camino que la noche anterior, deteniéndose en la oreja de Gina. Abre la boca exhalando una respiración húmeda y ardiente sobre su cartílago sensible.  Sus dientes raspan la piel sensible y puede sentir como las palabras se van formando en sus labios, pero antes de que pueda decir algo, Gina da media vuelta quedando frente a él. Nariz contra nariz se enfrentan, sus labios apenas a milímetros de distancia, y lo único que puede pensar es que Massimo no tiene mal aliento, mientras ella teme abrir la boca.  Vuelve la atención al hombre frente a ella. Sus miradas chocan, de nuevo ese encuentro bélico entre los iris opuestos, una representación de sus personalidades, de lo que querían del otro. Pero mientras más pasan los segundos y ninguno de los dos aparta la mirada o siquiera se atreve a pestañear, Gina comienza a temer que no son tan diferentes. —Mueve ese lindo cuerpo devuelta a la cama— susurra con una sonrisa arrogante bailando en sus labios.

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