Recuerdos amargos de un idiota

1955 Words
Si en dos años no habíamos oficializado lo que teníamos ¿por qué lo haríamos luego de que él dejara el colegio? El último mes había sido un caos: ya no cumplía sus promesas, ya no me daba lecciones de guitarra, ya no me abrazaba, ya ni me miraba. Y, cuando nuestros caminos se encontraban en los pasillos del colegio, pasábamos de largo, como si no nos conociéramos. ¿Por qué? Nunca tuve ni la más mínima idea. No entendí el motivo, sólo sé que nos distanciamos y nunca lo conversamos. Actuábamos como idiotas orgullosos, suponiendo que era el otro quien debía acercarse a aclarar las cosas. —Es un idiota maricón — había dicho mi amiga Jessica. Bueno, eso suponía yo también. Sus actitudes me mataban muchas veces, me desconcertaban, me frustraban… tanto, que comencé a actuar igual que él conmigo. Comencé a guardarle rencor y él también a mí, por ser la copia de él mismo. ¿Irónico, no? Encima de todo, casi al final del año escolar él formó una banda musical con amigos que iban a la universidad, así que dedicaba su tiempo completo a ello. Dentro de la ciudad tuvieron mucho éxito, tanto, que su mundo se convirtió en presentaciones, fiestas, borracheras… Si es que alguna vez le importé, dejé de hacerlo… y a mi hermano también. Gabriel también lo extrañaba, en su inocencia de niño hasta lloraba por él… igual que yo. Lo quería. Y por eso mis amigas, mis buenas amigas, intentaron ayudar. Con su complejo de Cupido, quisieron dar un empujoncito a nuestra extraña e informal relación. Fue entonces cuando mi mundo se hizo trizas. “Lo paso bien con ella, es divertida, me hace mucho reír. Sin embargo, siento que se nos acabó el tiempo. Mi mundo es muy distinto al de ella, ya no podemos hacer nada. Yo necesito a una mujer de verdad a mi lado, no a una niña. Una mujer que no tenga miedo de decirme lo que siente, que me escuche y que se atreva. Ya no pasará nada entre nosotros, para mi seguirá siendo un cristal que no quiero romper” ¿Cómo pueden unas palabras escritas por chat doler tanto? Lo que más me escocía en la sangre era que ni siquiera esas palabras me las había dicho directamente. ¡Se lo había dicho a mi mejor amiga! ¿Tanto le costaba enfrentarme? ¿Tan cobarde era para no decir que no me quería, que había jugado conmigo? Idiota de mí, pensando durante tanto tiempo que era un chico tímido y que me amaba realmente, pero no se atrevía a confesarlo. ¿Para qué si no me había buscado e ilusionado? ¿Qué esperaba? ¿Que yo le rogara por algo que él había empezado? Él necesitaba a una mujer… sí, y yo necesitaba a un hombre, uno que no se diera por vencido por haber esquivado su beso la única vez que intentó besarme. Sí, esquivé su beso. ¿Cómo iba a permitir que me besara si jamás me daba seguridad? Lo quería como una tonta, pero no quería que mi primer beso sucediera así por sí nada más. Sentía que era un hecho muy importante en la vida de una chica, no podía entregarle mis labios a alguien que aún no sabía si realmente me quería. Quería vivir mi estúpida fantasía de amor como la adolescente cursi y sentimental que era. Lo nuestro era casi idílico, a veces sentía que me amaba, y a veces no. A veces yo existía para él, y a veces no. A veces era bueno conmigo… y otras me humillaba. Me humillaba hasta hacerme llorar. Su indiferencia me hería, su despreocupación me mataba. Muchas veces me había abandonado por ahí de noche, cuando salíamos con amigos, sin ninguna explicación. ¿Y si no llegaba a casa a salvo? ¿Y si alguien me atacaba? Parecía no importarle, él simplemente se iba por su cuenta. ¿Cómo iba a aceptar entonces que me besara? Aunque me doliera, no quería ser su juguete. Podía estar muy enamorada y permitir que me ilusionara, pero no que me utilizara cuando quisiera como a un trapo viejo. Quería besarlo, sí. Pero, si me besaba una vez, iba a querer hacerlo de nuevo, y de nuevo… y sólo Dios sabe dónde podríamos haber parado. Yo no quería eso. Yo quería estabilidad, amor, confianza. ¿Era eso mucho pedir? Era una tonta enamorada, pero no una tonta profunda… Cuando realmente quise morir fue cuando leí: “Creo que he encontrado a la mujer ideal para mí. La invité a nuestra junta grupal en el cine, espero que no les moleste. Tú que la conoces, ayúdame a conquistarla, Anabel realmente me gusta”… ¿Anabel? ¿Una de mis amigas? ¿Adam le estaba pidiendo a mi mejor amiga que lo ayudara a conquistar a otra de mis mejores amigas? ¿La había invitado a nuestra junta en el cine? ¿A esa que se suponía que sería para aclarar las cosas y “reconciliarnos”? ¿Pretendía que yo asistiera a la cita después de saber que iría con… mi “amiga”? Oh, claro que no. No esperaba que yo fuera, sino todo lo contrario ¿no? Quería sacarme de su camino. “¿Irás con Anabel? ¿Sabes que irá Graciela con nosotros verdad?”, preguntó mi amiga Jessica. “Sí, ¿tú crees que le moleste?”, respondió el muy… poco hombre. No, de seguro no iba a molestarme, tomando en cuenta que tanto Jessica, como Natalia y Ana irían con su respectiva cita. ¿Qué pretendía? ¿Humillarme más? Sí, fui una tonta después de todo, una tonta tremenda. Las pruebas estaban delante de mí, sus palabras y sus acciones seguían doliéndome en el alma, pero a pesar de todo, de él y de mí misma, hasta el último segundo antes de su egreso del colegio, mantuve la esperanza de oírlo pidiéndome ser su novia. Aún cuando la tristeza me carcomía por dentro, yo creía en él. —Qué estúpida soy —sollocé en brazos de Jess. —Es mejor que lo olvides, no vale tu tiempo ni un solo pensamiento tuyo —dijo mi amiga, irritada—. Lo que más me molesta es que Anabel se preste a esto, que le haga caso luego de lo que te hizo. —Lo sé… —suspiré, sacándome las mejillas. Esa tarde de su graduación, cuando yo, la tonta tremenda, me di cuenta de que haber ido a darle mi apoyo en ese momento tan importante de su vida era innecesario, fue demasiado tarde. Ahí estaba Anabel, la que decía ser mi amiga, tomada de la mano de él, llorando emocionada por su gran logro, como si lo hubiese conocido desde hacía mucho tiempo, como si hubiese vivido tanto a su lado como yo, como si lo hubiese acompañado durante los momentos difíciles de su vida en el colegio como yo lo hice. En cambio yo, parecía estar a miles de kilómetros de distancia, acompañada de mis verdaderas amigas, mirando la emotiva escena desde las graderías con rostro inexpresivo, tragando saliva y mordiéndome la lengua para no liberar más sollozos. Firme, imperturbable. Odiándome por amarlo, y odiándolo por hacerme amarlo. Lo odié, pero me odié mucho más a mí misma por haberme echado al olvido, por preferirlo a él antes que a mí. La impotencia fue mi fuerza para dejar todo atrás. Ella me acompañó en mi duelo, porque sí, a pesar del daño que él me hacía, sufrí mucho por “perderlo”. Pero no me dejé vencer. Comencé a amarme a mí misma otra vez, después de que él se ausentó de mi vida. Todo ese espacio que él dejó vacío, lo llené de sueños y propósitos, lo llené de esa parte de mí que había reducido para darle cabida a él, con sus falsas esperanzas de amor. Tenía sólo dieciséis años. Era una niña aún, ¿no? Él sólo había sido mi primer amor; mi primer, desastroso y tormentoso amor. No iba a echarme a morir… pero tampoco volvería a querer como lo había hecho. Diga lo que diga la gente, cuando uno ama por primera vez a alguien, una pequeña parte de uno se la lleva esa persona. Se lleva el lado amable de nuestra ingenuidad, gran parte de la alegría de alimentar una ilusión y un buen trozo de nuestra capacidad para confiar. Durante los dos años que vinieron después… me olvidé de él. Logré hacerlo, aunque por cosas de la vida y del mismo Adam, mi pasión por la guitarra creció tanto, que durante mucho tiempo me dediqué a la música en mis tiempos libres. Llegué a pisar grandes escenarios, en los que sin querer me encontré con él y su banda de vez en cuando. Era extraño, ambos formábamos parte de esa gran familia que conformaba la música local, aún cuando lo último que yo quería era seguir unida a él de alguna forma. Repudiaba tanto su recuerdo, que durante dos años evité caminar por la calle en la que él vivía. Más extraño aún era que cuando llegábamos a encontrarnos por casualidad, él corría hacia mí con su sonrisa cínica, me saludaba cariñosamente como si le alegrara verme, como si aún me quisiera... o como si de verdad alguna vez me hubiese querido. Já. ¿Cómo no iba a portarse bien conmigo al verme, no? Si después de que su relación con Anabel no funcionó, de que me jodió la adolescencia y borró de mi pobre mente cualquier intención de volver a amar, seguramente se sintió solo, perdido, y necesitó de mi compañía para “divertirse”. Sin embargo, yo ya no estaba ahí para él. No estaba ni volvería a estarlo. ¿Me extrañó? Sólo Dios sabe. Los papeles se invirtieron y entonces, yo me convertí en el témpano de hielo que él había sido cuando yo suspiraba por él. Después de un tiempo, Adam pareció entender que mi indiferencia hacia él, no se esfumaría como él lo había hecho de mi vida. No volví a verlo en los escenarios ni en ninguna parte, como si se lo hubiese tragado la tierra. Actualmente, hace mucho que no sé nada de él. Yo también desaparecí de los escenarios locales, porque me cansé de la loca vida de artista no reconocido. Me cansé de la corrupción en los festivales musicales, de los eventos nocturnos, de los peligros de los pubs, del humo de cigarrillo y de los borrachos peleoneros. Me cansé de las fiestas y de todo ese mundo del que yo me sentía ajena, al que me exponía sólo por amar la música. Amo la música, pero también amo la tranquilidad… Tranquilidad que desde ahora en adelante probablemente pierda otra vez. Sé que a partir de mañana tendré que enfrentar diariamente la presencia de Adam, eso es lo que me tiene inquieta, eso es lo que aún me indigna. No porque lo quiera, sino porque verlo a él me hace recordar lo estúpida que fui, me hace degustar aún un pequeño dejo de todos los tragos amargos que soporté por él. No quiero tener que saludarlo una vez más como si tal cosa, cuando en realidad, me esté mordiendo las ganas de agarrarlo a puñetazos si corre hacia mí con esa sonrisita falsa. No me hago la idea de tener que lidiar más con personas como él, pero si de algo estoy segura, es que desde mañana comienza para mí una nueva vida; una donde él no está contemplado, una en el que mi objetivo es buscar sólo mi felicidad. Y él ya no forma parte de ella desde hace mucho.
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