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Entre él y tú

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Blurb

Graciela está decidida a liberarse de toda atadura que la ligue a su pasado. 

El fantasma de un mal amor que marcó su corazón en los últimos años de su vida, sigue presente como parte de sus más dolorosos recuerdos, sin embargo, en esta nueva etapa no está dispuesta a dejarse abatir ni seducir por nada ni nadie.

Pero… existen propósitos que no dependen de nuestra voluntad; su pasado aparece, Adam vuelve después de años, con la intención de reivindicar sus malas decisiones en el pasado, buscando perdón y una nueva oportunidad. 

El intentará reconquistarla, pero no será el único, ya que un hombre llegará a la disputa, dispuesto a conquistar el duro corazón de Graciela sin titubear y sin importar quién se le atraviese en el camino.

Tendrá que elegir entre pasado y presente, entre dolor e incertidumbre, entre recuerdos y sueños.

¿Qué decisión tomará?

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Prólogo
Prólogo Mañana. Mañana es el gran y esperado día, el día gracias al que me he estrujado las neuronas durante un año, y por el cual mi nivel de estrés ha alcanzado niveles nunca antes vistos en mi vida. Dicen que la universidad es un cambio rotundo, algo a lo que seguramente debería temer, pero, considerando cuánto me jodí la existencia para pasar el examen de admisión, y cómo me olvidé de vivir para obtener esa bendita y vanagloriada beca, sinceramente, siento que es una bendición. Desde mañana se supone que empiezo a luchar por mi sueño, ese que ya no se trata sólo de ser una profesional y blablablá, mi sueño ahora traspasa fronteras y océano atlántico. Mi sueño es irme a Inglaterra; comenzar con ganarme la beca de intercambio, y seguir estableciendo relaciones allá, para una vez teniendo los medios, irme definitivamente. No, mejor dicho, comenzar con aprender inglés. No es que tenga un débil conocimiento, pero realmente mi base en el idioma es pésima. Se lo debo a un colegio que lo único bueno que tenía, era el prestigio mal otorgado y un par de profesores que se desvivían por los alumnos. Sip, no soy muy buena haciendo elecciones. Pero mi sueño de futuro no es lo que me mantiene inquieta y no me deja dormir… al menos no del todo. Lo que me tiene hecha un nudo de nervios, es que sé que a partir de mañana tendré que lidiar con él. Maldito hijo de puta. ¿Teníamos que elegir la misma universidad? De acuerdo, él ingresó hace dos años, así que técnicamente soy yo la que debió elegir otra alternativa… ¡pero esta universidad siempre fue mi sueño y él lo sabía! Además, es la única en que la carrera de Traducción e Interpretación es un privilegio en cuanto a calidad de aprendizaje y de docentes. Entonces, ¿debía yo renunciar a mi sueño por él? Lo siento, pero no. Que se joda. No obstante… mi facultad es la misma suya; Facultad de Humanidades y Lenguas Modernas. Maldita la hora en que surgió ese afán suyo por la pedagogía. Con esa forma de ser que tiene podría haberse dedicado a manejar el camión de la basura, para que se sintiese en familia. Dios, yo no debería hablar así. No tengo nada contra los señores que recogen la basura, al contrario, ¡gracias señores por hacer el trabajo sucio! Pero es que él… ¡él es un desgraciado! ¿Por qué lo detesto tanto? Bueno pues, para resumir; Adam fue mi maldito y estúpido amor durante los últimos tres años de colegio. Sólo mi amor, no mi novio. ¡Pero ese no es el problema! El problema principal es que él tiene la culpa de que yo cayera a sus pies como si él fuera un ser ultra maravilloso, o bueno, casi toda la culpa. Él se me metió por los ojos y aún hasta hoy no logro entender el porqué. Yo jamás hubiese volteado a verlo, si no hubiera sido precisamente él quien me buscó. Me buscó durante meses, con sus galanterías, sus atenciones, sus serenatas en el patio del colegio, su romanticismo… aún cuando yo me negaba rotundamente a amar. Él me buscó, pero huyó del noviazgo como si tuviera la lepra. El noviazgo, no yo. Se acercó a mis padres y se hizo el mejor amigo de mi hermano pequeño; jugaba con él cada vez que podía, cada vez que él lo buscaba, ejerciendo voluntariamente el papel del hermano mayor que él no tuvo. —Vamos, Gabriel, te voy a enseñar a andar en bici con solo una rueda —recuerdo hasta el tono de su voz. —Ni se te ocurra —alcé un dedo a modo de advertencia. Lamentablemente, después de conocernos Adam y yo en el colegio, descubrimos que vivíamos sólo a cuatro calles de distancia, lo que facilitó que los lazos entre él y mi familia se estrecharan como no debían hacerlo. Verlo cerca de Gabriel, apreciar su lado infantil cuando compartía con él, salir de paseo juntos los tres durante los fines de semana, ser testigo de ese prematuro instinto paternal que él irradiaba cuando me ayudaba a cuidar de mi hermano, a protegerlo como si fuésemos sus padres y Gabriel nuestro hijo… todo eso, hizo que finalmente cayera enamorada de él como boba. —Un día quisiera tener una familia y un niño como este —dijo Adam con voz grave y dulce, casi paternal. Lo que más me alentaba a deducir que me quería, era que en todo ese tiempo jamás mantuvo un romance con nadie; parecía ser el príncipe perfecto, salido de una novela romántica clásica… como si solo tuviera ojos para mí y en cualquier momento fuese a dar el siguiente paso. Esperé mucho tiempo oír un “te quiero” de sus labios, pero esa simple frase jamás se materializó. Nunca. Alucinaba cuando su fascinante voz llegaba hasta mis oídos en forma de melodía, cuando con su guitarra reproducía hermosos acordes que viajaban hacia mí directo a mi corazón, haciéndome sentir amada, haciéndome sentir mujer; una mujer bonita, lo suficientemente atractiva como para que un hombre apuesto y talentoso como él, se pudiese enamorar. Todas fueron creencias sin fundamentos. Yo nunca fui lo suficientemente mujer, menos aún bonita o atractiva. Era una niña, ¿no? Nunca fui para él lo que me hizo sentir que era. Todo fue un engaño. ¿Disfrutaba ilusionándome? Sí, al parecer lo hacía. Durante un año nos mantuvimos así, conociéndonos, acompañándonos y “amándonos”, o al menos eso creí yo. Estuve mucho tiempo soportando la misma situación; enjaulada en esa mirada fría que a mí me parecía cálida y bondadosa. Toleré que él me rompiera el corazón tanto como quiso, imaginando ingenuamente que algún día él aprendería a quererme. —¿Quieres aprender? —me preguntó una vez. Sus ojos siguieron la dirección de mi mirada clavada en las cuerdas de su guitarra. Estábamos sentados bajo el follaje de un viejo árbol, en el extenso patio verdoso del colegio. Él también podía adivinar mis pensamientos o quizás yo era muy obvia. —¿Quieres que te enseñe a tocar guitarra? —insistió. Fui feliz. Durante ese fugaz momento, fui muy, muy feliz. Él quería enseñarme algo que yo creía jamás lograría aprender. Sólo por ese gesto, tontamente creí que yo le importaba. —No creo que pueda, soy muy torpe, no tengo oído musical —dije apenada. —Yo te enseñaré. Sonreí. No había forma de que yo pudiera saber que él me estaba regalando una sonrisa a cambio de mil lágrimas. Esa tarde, luego de las clases, nos quedamos juntos en el mismo lugar, sentados en el césped hasta que cayó la noche; él enseñándome acordes, y yo tratando de concentrarme en su lección. Fue una tarde mágica. La primavera estaba llegando y junto a ella, mi alegría florecía. Esa fue también la primera vez que él se atrevió a abrazarme y a caminar conmigo tomado de mi mano hasta el autobús. Fue la primera vez que se acurrucó a mi lado en el asiento trasero y durmió aferrado a mí durante todo el camino a casa. Fue la primera vez que besó mi frente al dejarme en las puertas de mi hogar. Fue nuestra primera vez juntos como algo más que amigos, mas no como novios. Luego vino el siguiente mes, en el que yo me creía la mismísima reina de Inglaterra. Afrodita, la diosa del amor, su Julieta o algo así. Él me hacía sentir en las nubes aunque… no me besaba. Un mes después, aún no lo había hecho. Nunca. Intenté convencerme de que quizás tenía miedo a mi reacción; yo solía ser demasiado tímida, y nunca, nunca, nunca hablábamos sobre nuestros sentimientos… sólo actuábamos como dos enamorados, casi, y a mí con eso me bastaba. Qué ilusa. Cada tarde de vuelta a casa me impregnaba de su perfume, abrazada a su pecho en el último asiento del autobús. Aspiraba de él su esencia para grabarla en mi recuerdo, por si algún día me faltaba. Maldita la hora en que se me ocurrió hacerlo. Cuando ya no estuvo a mi lado, creía oler su perfume en las calles, en mi alcoba, en el aire, en cada lugar… y el corazón se me encogía. Terminó todo una tarde de diciembre, el día de su graduación… y lo más penoso, es que no me convencí de ello hasta el último momento. Algo me decía que ya era demasiado tarde para nosotros, pero no quise escucharme a mí misma.

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