Katiana caminaba por entre los pasillos de la mansión. Exploraba la gigantesca casa y miraba los cuadros que colgaban sobre las paredes.
Dos cuadros llamaron su atención. El primero contenía la imagen dos hombres: Sandy y Robert. Y en el otro estaba una imagen reciente de ella y Brian.
«Ay Brian. Nos me has mostrado algunas cosas ―pensó al momento que su rostro se iluminaba de simpatía al verlo a él junto a su padre―. De seguro esperabas a que yo misma me diera cuenta. Dices que tu padre tenía veintisiete años en esa época, pero la verdad se ve más joven. Pareciera que tuviera tu misma edad. Y al igual que tú, también se ve muy guapo».
Ella aún seguía reparando los cuadros, cuando Brian se acercó por el pasillo.
―Veo que los descubriste ―dijo amagando con una sonrisa.
―Sí, así es. Me veo muy linda, ¿cierto? ―volvió su rostro al cuadro en donde aparecía junto a él.
―Demasiado ―la abrazó por detrás y ella recostó su cabeza entre el pecho y el hombro del muchacho.
Varios pasos se escucharon por el pasillo, alguien se acercaba con mucha prisa. Ambos giraron sus cabezas y se toparon a Alex, quien portaba una cara de malas noticias. Una energía negativa penetró en los jóvenes y supieron que algo malo había pasado.
―¿Qué pasa Alex? ―preguntó Brian.
―Encontraron a un hombre muerto en el pueblo.
Brian y Katiana cruzaron sus miradas llenas de preocupación. Subieron a la camioneta y salieron rumbo al lugar de los hechos, mientras se preguntaban: ¿por qué las gárgolas habían vuelto a atacar si aún no era el tiempo para que se vieran obligados a hacerlo? La posibilidad de que el ataque fuera gárgola o golin era muy poco probable, pero no podían descartarlo del todo.
Pasaron por la iglesia del pueblo y a dos cuadras adelante de esta, encontraron a una multitud acumulada alrededor de un cinta amarilla que restringía el paso.
Brian parqueó la camioneta a un lado de la calle y luego salió del vehículo para ayudar a bajar Katiana, a quien aún le dolía un poco el pie.
―¡Katy! ―gritó Biky, corriendo hacia ella―. Disculpa que te allá dejado esperando en el río. Es que salí y me encontré con esto ―señaló la multitud.
Cierto. Se suponía que ella y Biky se verían en río. Habían quedado en pasear y darse un baño, pero Óscar había intervenido en sus planes. El recuerdo de tal mal momento dibujó un rostro sombrío en Katiana, pero se apresuró en borrarlo. Era algo que había decidido olvidar. Justificó a Óscar por ser un cazador de monstruos; él había pensado que ella no era humana, de lo contrario no la hubiera atacado.
A Katiana le pareció que el hecho de que Biky se hubiera entretenido con lo sucedido, le había favorecido. Si ella la hubiera dejado esperando en el río, de seguro la hubiera cuestionado por haber faltado al encuentro. Y decirle lo que había sucedido entre Brian, Óscar y ella, no estaba en sus planes.
―No, no te preocupes Biky ―dijo Katiana―, no pasa nada. Dime ¿Qué pasó aquí?
Biky volteó hacia la casa y luego regresó su rostro para decir:
―Encontraron a un cuerpo despedazado en el bosque, al pie de un barranco. Parece que resbaló y se hizo mucho daño. Luego fue devorado por las bestias. Era un muchacho. Se alojaba en la posada.
¿Un c*****r? ¿Accidente? ¿Ataque de bestias? ¡Vaya sorpresa! ¿Pero sería eso cierto? ¿Debían descartar el ataque de Eva y su colega? Tal vez sí, tal vez no. Los rostros de la pareja se llenaron de curiosidad.
―¿Qué? ¿Dice que resbaló? ―preguntó Brian, incrédulo.
―Sí, eso parece ―contestó la rubia de ojos claros―. Pero no se descarta que alguien lo haya empujado, o que sea otra cosa lo que haya pasado. Dicen que el cuerpo no estaba completo ―soltó una bocanada de aire―. El inspector y el cuerpo de investigación están tratando de averiguar qué fue lo que pasó. Por ahora no dirán nada. Tendremos que esperar.
―Sí ―musitó Katiana, pensativa y preocupada. Buscó los ojos de Brian.
―¿De quién se trata? ¿Era de aquí del pueblo? ―siguió el joven Jackson indagando.
―Según el registro de la posada, se llama Mateo. Mateo P. es lo único que hay ―hizo una pausa, volvió su rostro hacia la posada y luego regresó para continuar. Los rostros de la pareja la miraban con atención y analizaban cada palabra que salía de su boca―. Isabel, la dueña de la posada, dijo que al muchacho le faltaba el dedo anular, y que tenía como dieciocho o diecinueve años. El cuerpo de investigación de la policía confirmó que hubo ataque animal. Tal vez sean perros salvajes o alguna otra fiera que ha arribado a los alrededores del pueblo, por eso Lucas ha prohibido adentrase en las montañas si no es acompañado y con el equipo necesario; eso hasta que se confirme que ya no hay peligro. Puede que las bestias sean las culpables. En fin.
―¿No encontraron la identificación de ese tal Mateo?
―No. Solo saben que se llama así porque puso su firma en el registro. La señora Isabel no es muy exigente al momento de tener huéspedes.
―¿Cómo supiste todo eso? ―preguntó Brian, negándose a creer la historia.
―Una parte se la dijeron al público para que estuviéramos informados y otras las escuche cuando Lucas hablaba con un policía.
―¿Y dónde está Lucas?
―Ya se marchó.
Tal parecía que las gárgolas no habían atacado. Lo que atacó al sujeto, o la caída del barranco, despedazó su cuerpo, dejando que la sangre se derramase; eso descartaba cualquier ataque de la pareja de asesinos.
―Pobre muchacho… ―se lamentó Biky, entristecida―. Debió de ser un turista que solo vino a buscar un poco de aventura y descanso.
El joven Jackson no se veía muy convencido. Katiana tampoco. Estaban casi seguros de que algo no estaba bien. Tendría que investigar por cuenta propia. En ese momento una motocicleta se detuvo a varios metros de ellos: era Óscar. Bajó de la máquina y caminó hacia el grupo de jóvenes. Se veía un poco avergonzado. Ya no era el mismo demente que hace unas horas había intentado matar a la joven Rodríguez.
Brian al verlo apretó los puños y se encaminó hacia él, estaba dispuesto a darle otra paliza. Katiana lo sujetó del brazo y no se lo permitió. No quería otra pelea y muchos menos en ese lugar.
―Katy ―dijo Óscar. Se veía limpio y sin rasguños, como si nada le hubiera pasado.
―¿Cómo te atreves a venir hasta aquí y darnos la cara como si nada? ―inquirió Brian enojado.
―¡Eh…! ¡Chicos! ¿Qué pasa? ―preguntó Biky, alarmada.
―Eh… nada, nada―contestó Katiana, nerviosa―. Solo que… solo que Óscar me dejó caer de la motocicleta ―fue lo primero que se le ocurrió decir. Óscar frunció el ceño, luego disimuló y siguió la corriente―. Le dije que no fuera tan rápido, pero no me hizo caso y caí. Me torcí el tobillo.
―Katy ―volvió a decir el fortachón―. Vengo a pedirte disculpas ―bajó la cabeza―. Hubo un mal entendido… yo creí que tú…
―Óscar ―interrumpió―, Brian es mi novio y solo lo quiero a él. Tendrás que buscarte a otra chica. ¡Mira! ¡Conquista a Biky, ella se muere por ti!
―¡Que! ―exclamó Biky, como si hubieran revelado su secreto más grande.
El fortachón se quedó mirando a la rubia con los ojos entrecerrados. Luego dio vuelta y caminó.
―Okey, ya me tengo que ir ―dijo.
Subió a su moto y se marchó. Biky estaba sonrojada y la pareja de novios se veían muy pensativos.
―Katy, tenemos que hablar un minuto ―dijo Brian caminando hacia la Toyota.
―Sí ―afirmó la muchacha, mientras lo seguía―. Biky, te veo luego ―Se despidió.
―Okey ―dijo la rubia volviéndose a la posada, donde ya eran pocos los curiosos que se hallaban.
Katiana y Brian se recostaron contra la camioneta; se miraron pensativos, analizando toda la información. Por varios segundos ninguno de los dos dijo una palabra.
―¿Crees que haya caído del barranco y luego las bestias lo hayan devorado? O… ¿Qué alguna bestia haya sido la causante de su muerte? ―preguntó la joven rompiendo el silencio.
―La verdad… ―Brian hizo una pausa, estaba dudoso―. No lo sé. Si el cuerpo es despedazado, la sangre se derramará. Además, según nuestros cálculos, aun no es tiempo para que la gárgola y su amigo busquen sangre. Parece que no fuero ellos.
Katiana dio un par de giros de manera lenta. Alzó la vista al cielo y medito un poco.
―Okey. Pero digamos que si fueron ellos ―supuso Katiana―. No quiero descartar nada todavía.
―De ser así, solo lo mataron por diversión ―dedujo el muchacho―. Como dije, aun no tienen la necesidad de beber sangre. El ataque por muy pronto, debía ser mañana por la noche. Según nuestros cálculos el efecto desaparecerá de dos a tres a días. Pero nada tiene sentido, la víctima fue desangrada. El forense dice que hubo ataque animal, pero cualquier animal pudo encontrar el cuerpo inerte y comerlo y llevarse el resto para después.
La chica dejó que su espalda se apoyara sobre la camioneta y un resoplido salió de su boca.
―Pero aunque la víctima haya sido desangrada sin intensión de obtener su sangre, pudieron beber un poco de ella; por lo menos un litro o dos.
―Eso es muy posible ―dijo Brian, asintiendo. Luego se quedó en silencio, analizando como por ocho segundos; estaba a punto de descubrir algo, algo que no habían tomado en cuenta― ¡Cielos! ―exclamó el muchacho.
―¿Qué? ―preguntó Katiana inquieta, luego de dar un pequeño salto por la reacción del muchacho―. ¿Qué descubriste?
―Eva y su compañero aún no tienen la necesidad de beber sangre…
―¿Sí?
―Todo este tiempo hemos especulado que son dos gárgolas o que quizás es una gárgola y un golin ―la joven asintió deduciendo a donde iba. Él prosiguió―: Tal vez… tal vez no son dos sujetos…
―¡Son tres! ―completó ella.
―Y de verdad espero que el tercero y el segundo no sean gárgolas, al igual que Eva.
Una expresión de sorpresa cubrió el rostro de Katiana. Había recordado algo. Levantó su mano a la altura de su cuello y chisteó sus dedos, para luego decir:
―¡Tengo al sospechoso! ¡No hay duda! ¡Es él! ―Brian aguardó ansioso a que la joven revelara de quien se trataba―. Es Milar, el amigo de Estefany. Nunca lo había visto hasta que apareció en la fiesta de Elena. Tiene una mirada malvada; es trigueño y levanta su cabello en forma de púas ―hizo una pausa y luego exclamó―: ¡rayos! ¿Cómo no pude darme cuenta? Ayer por la noche apareció en uno de los kioscos del parque. Yo esperaba a mi madre y él comenzó a coquetearme y a decirme cosas desagradables. Me enojé con él y le dije que se largara. Él se marchó pero no sin antes decirme que esa noche no saliera, no después de las 10:00 pm. Él ya lo tenía planeado.
―¿Dijiste que se llama Milar? ―preguntó Brian, aun procesando la información.
―Sí. Siempre que me lo he topado es de noche, pero durante el día nunca lo he visto. ¿Tú lo conoces?
―No ―contestó. Guardó silencio por un momento y volvió a hablar―: Muy bien, quédate aquí ―subió a la camioneta―. Ve con Biky. Yo iré a buscar más información. Necesito saber cuál es su paradero. Buscaré al inspector.
―No Brian ―meneó la cabeza―. Yo voy contigo.
―No es necesario, Katy. Iré solo. Te llamaré o te buscaré en cuanto sepa algo.
Katiana intentó protestar, pero Brian arrancó. La muchacha hizo un gesto de disgusto y se encaminó hacia la posada.
Ya había caminado varios metros cuando vio a Biky acercarse junto a una figura muy familiar: era un amigo suyo.
―¡José! ―exclamó sorprendida.
―Hola Katy. ¿Cómo te ha ido? ―le dio un beso en la mejilla.
―Bien gracias, ¿dónde has estado? Hace días que no te veíamos… más o menos desde que pasó lo de… ―cortó la oración y bajó la mirada, entristecida por la pérdida del muchacho.
―No te preocupes Katy. Estoy bien―sonrió.
―José, yo… lamento lo de tu padre.
El joven asintió y ella le dio un abrazo.
―¿Dónde te habías metido, muchacho? ―le preguntó Biky.
―Solo estuve unos días en Santa Marta, pensando y reflexionando un poco. Necesitaba estar solo ―ensanchó los labios―, pero aquí estoy otra vez. ¿Ahora qué les parece si vamos a comer un helado y conversamos mejor?
―¡Sí! ―gritó Biky―. ¡Qué falta me hacías!
Los tres jóvenes rieron.
Había pasado una hora desde que Brian se había ido. Hasta el momento no había llamado ni se había hecho presente. Mientras tanto el trio de amigos se encontraba sentado en la heladería. Habían conversado un buen rato, y ahora tan solo se dedicaban a ver una película de terror.
―¿Son ciertos los rumores? ―preguntó José, mirando a Katiana.
―¿Qué rumores? ―preguntó ella, al desviar su mirada del televisor para ver al muchacho.
―¿Qué tienes… novio? ―preguntó, incomodo.
―¡Ah! ¡Sí! Así es. Brian Jackson ―contestó sonriente. Volvió a mirar la televisión.
―Que afortunado ―guardó silencio por un par de segundos―: entonces Merson quedó en la historia.
―¿Merson? él ni siquiera fue historia para mí ―dio una exhalación―. Yo era una tonta, no sé cómo me sentí atraída hacia él.
―¡Rayos! ―exclamó Biky, dándole un golpe a la mesa. José y Katiana saltaron de sus puestos, pero más grande fue el susto de Katiana quien era la única que estaba concentrada en la película de terror―. ¡Olvidé que tengo que ir a la ciudad con mamá!
―¡Estúpida! ¡Casi me matas de un susto! ―exclamó Katiana enfadada. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el baño.
―¡Oye! ¿Adónde vas? ¿No vienes conmigo? ―le preguntó. Katiana batió su cabeza en señal de “No” y desapareció tras la puerta del baño de mujeres ―Muy bien… ―miró a José―, entonces me voy. Te cuidas, por favor.
José sacudió sus dedos en señal de adiós y recostó sus puños sobre la mesa. Un minuto después Katiana salió del baño y volvió a sentarse junto a él después de brindarle una sonrisa con amabilidad. Ella y José habían sido muy buenos amigos desde pequeños. Él se sentía muy atraído por ella, pero ella siempre lo consideró como su amigo de infancia. Después de los trece años la amistad cambió y se alejaron un poco.
―Me alegra que lo tuyo con Merson nunca resultara ―dijo el joven tratando de ocultar la sonrisa causada por la noticia.
―Yo me alegro mucho más ―dejó salir una risita.
―Sí, Merson es un idiota. No te merece.
Unos brazos morenos envolvieron el cuello de José y lo arrastraron por el suelo. Merson lo había sorprendido y ahora le haría pagar por hablar mal de su persona
―¿Quién es un idiota? ―preguntó el muchacho, mientras lo sujetaba por el cuello.
―¡Merson no! ―gritó Katiana, angustiada.
Dos colegas del joven Beltrán sujetaron a José por los brazos, mientras el joven fortachón le daba golpes en el estómago.
―¡Merson para! ―volvió a gritar la muchacha, esta vez con ira― ¡Para por favor! ¡Que alguien haga algo! ―gritó.
Un tipo alto y musculoso salió del interior del local y sujetó el brazo del joven Beltrán.
―Hola Merson ―dijo el tipo, con voz gruesa. Merson intentó librarse del brazo del sujeto pero no pudo. Era demasiado fuerte―. Largo de aquí muchacho. No querrás que tu padre el inspector se entere de esto, ¿verdad? ―enarcó una ceja.
Merson tomó una bocanada de aire y procedió a expulsarlo; sacudió su brazo para liberarse del sujeto y luego tomó un poco de distancia.
―¡Larguémonos de aquí! ―vociferó enfurecido.
El joven Beltrán salió de la heladería, y sus secuaces lo siguieron. Volteó hacia la pared de vidrio y le lanzó un beso a la muchacha. Ella lo ignoró dándole la espalda.
―José, ¿Estas bien? ―preguntó Katiana, mientras lo ayudaba a levantar.
―Sí, sí. Estoy bien. Solo me duele todo el cuerpo―dijo tratando de ser gracioso.
Katiana rió.
―Por cierto José ―dijo ella―, tienes mucha razón sobre Merson… es un idiota.
El joven se mostró sonriente y luego sobó su brazo, acomodó la silla donde había estado sentado y volvió a reposar sobre ella. Él teléfono de Katiana comenzó a timbrar y ella se apresuró en sacarlo de su bolsillo.
―¡Hola mamá! ―contestó― ¿Qué? ¿Qué dices? Okey… okey. Bien… que les vaya de maravilla… ¿y qué hay de Andrés? ¿Estará en casa de su abuela? Ah, bien… listo. Adiós ―colgó la llamada y enfocó a José―. Parece que tendré que pasar la noche en casa de Biky. Mis padres irán a la ciudad.
―Déjame adivinar ―dijo él―: noche romántica, sin hijos, sin estrés, un hotel frente a la playa o en un sitio bonito.
―¡Wao! ¡Adivinaste! ―guiñó un ojo.
―Pero… Biky también se ha ido a la ciudad con su madre. No sabes a qué hora va a regresar o si se quedará.
―¡Ay no! ―exclamó, desilusionada―. Tendré que esperar a que regrese. Ojala que no se quede en Santa Marta. No quiero quedarme sola en casa, no después de lo que ha pasado.
―¡Katy!―exclamó sonriente―. ¿Qué te parece si hoy hacemos algo?
―¿Algo? Mmmm… no lo sé, ¿tú qué propones? ―preguntó.
―Bien. Podemos pasarla juntos esta noche: tú, Samúel, Biky, yo… y cualquier otra persona a la que inviten ―hizo una pausa y bajó las cejas―. Estos días han sido devastadores. Quisiera cambiar un poco el ambiente. Podríamos hacer algo de comer y ver una película.
Katiana no estaba segura de aceptar o rechazar la idea. Lo que si sabía era que el muchacho estaba pasando por una situación difícil y que sería bueno distraerlo un rato. Pensó por unos segundos más y aceptó con la condición de que harían la reunión si Biky volvía antes de las 10:00 p.m.