Capítulo 2

1739 Words
Katiana Rodríguez salió a toda prisa de su habitación. Había pasado toda la noche chateando, viendo películas y hablando por celular. Mientras corría se lamentaba entre dientes por haberse levantado tarde, y culpaba a su madre y a Javier por vivir al otro lado de Villa Bolívar. La muchacha tomó su bolso; revisó que nada le faltara y se dirigió a la cocina. ―Buenas tardes Katiana ―dijo Andrés, su hermano pequeño. ―Buenos días, Andrés ―le contestó en seco―. Buenos días mamá, buenos días Javier. ―Hola cariño―contestaron al tiempo. ―¿Otra vez tarde? ―cuestionó Javier sin quitar la vista de su periódico. ―Lo siento, no volverá a pasar. ―Eso fue lo mismo que dijo ayer ―replicó Andrés batiendo la cabeza. ―¡Andrés, mejor cállate! ¿Sí? ―Katy, no le hables así a tu hermano ―le reprendió Lina, su madre, volteó hacia la mesa y continuó―: Katy, si vuelves a salir tarde para la escuela… tendré que castigarte. ¿Okey? ―Okey, okey. No volverá a pasar, lo prometo ―sonrió. ―Eso también lo dijo ayer ―volvió a decir Andrés. Katiana lo miró con disgusto y luego procedió a meter un par de panqueques en su boca, para después salir a toda prisa por entre el marco de la puerta. Su madre la llamó para que volviera y terminara su desayuno, pero ella se negó, ya iba muy tarde. La muchacha corrió por todo el camino. Llevaba quince minutos de atraso. Solo quince minutos eran suficientes como para que el maestro Mario Sáenz, la dejara fuera de clase o le pusiera algún trabajo de geografía. Odiaba la geografía, la filosofía, las matemáticas y algunas materias más. Pasados diez minutos de caminata, Katiana empezó a sofocarse. Se detuvo en el camino y descansó un poco. «¡Vaya creo que necesito un poco más de ejercicio! ―se dijo―. Me estoy cansando demasiado rápido» Miró hacia atrás y vio venir a una Toyota prado. Pensó un poco y no tuvo otra opción. «Le pediré un aventón». Ya se disponía a levantar su mano para indicarle a la camioneta que se detuviera, pero se arrepintió. Volvió la frente hacia al camino y continuó. Aun así la camioneta se detuvo frente a ella e hizo sonar la bocina. ―Vamos, sube ―dijo un joven desde adentro. ―¡Vaya! ¡Qué suerte la de hoy! ―exclamó llena de júbilo. Abrió la puerta y se introdujo en la cabina. Se acomodó sin mirar y dijo―: Hola, buenos días. Qué pena con usted señor, será que… ―Katiana enmudeció, se quedó perpleja al fijarse en el rostro de aquel joven. Tan perpleja que olvido lo que iba a decir. El joven la miró con simpatía y le brindó una atractiva sonrisa. Él era de cabello rubio y piel blanca; sus ojos eran verdes, su dentadura perfecta y de su nariz se podía decir lo mismo. ―Que… que… que… ―tartamudeó la joven, aún perdida en su mirada y en el encanto que le transmitía. Era la primera vez que se sentía tan atraída por alguien. No lo conocía, pero ya lo deseaba. Lo quería para ella. ―¿Sí?―dijo el muchacho. Katiana reaccionó y se llenó de vergüenza. Quitó sus ojos de sobre el joven y clavó su mirada en sus zapatos opacos. Sus mejillas se ruborizaron y apretó sus rodillas la una contra la otra. ―¡Ah! ¡Perdóname! ―se excusó el muchacho al notar el nerviosismo de ella―. Me llamo Brian. Soy un poco nuevo por acá ―le extendió la mano. Ella volvió a mirarlo y trató de controlar sus nervios. Tragó su expresión y trató de actuar normal. ―¡Sí! ¡Claro! mucho gusto Brian ―estrechó su mano―. Yo me llamo Katiana, Katiana Rodríguez. ―Es un gusto conocerte Katiana Rodríguez. ―Si quieres… ―sus mejillas se volvieron a sonrojar―. Puedes llamarme Katy ―bajó sus pestañas. ―Gusto en conocerte Katy ―dijo Brian volviendo a sonreír. Ella le devolvió la sonrisa y unos huequitos se formaron en sus mejillas―. Que linda sonrisa tienes ―musitó sin dejar de mirarla. Por un momento más Katiana lo volvió a contemplar. Su voz la extasiaba al igual que su sonrisa y los gestos de su rostro. Le parecía muy atractivo. Se preguntaba ¿Quién era ese tal Brian? ¿De dónde había salido? ¿Volvería a verlo? Su rostro le era un poco familiar ¿pero de dónde lo conocía? La mente de la muchacha siguió volando por varios minutos. Estaba tan embelesada que había olvidado su afán por llegar a clases. El auto se detuvo. ―Katy. Katy… ―dijo el muchacho, despertándola de su éxtasis. ―¡Eh! Sí, sí. ¿Qué pasa? ―preguntó confundida. ―Creo que debes entrar a tu escuela. ―¡Oh! Sí, claro. Es que… no tengo afán ―abrió la puerta y salió de la camioneta. Volvió a sonreír sin dejar de mirarlo. Su rostro le parecía una ensalada entre simpático, atractivo, excitante y atrevido―. Bueno… yo te dejo. No-no… no te quiero retrasar ―tartamudeó―. Gracias por el aventón. ―Adiós Katy. Espero volver a verte ―hizo una señal de adiós, arrancó y se fue. Katiana caminó lentamente hacia el portón del instituto. Observó como la Toyota se hacía más y más pequeña por la distancia, pero cuando ya se hubo perdido de su vista salió disparada hacia el interior de la escuela. Corrió por los pasillos y se dirigió a su aula de clases. Sacó su celular mientras caminaba deprisa y leyó algunos mensajes de 10 minutos antes. Mensaje de Biky: Katy date prisa, Mario Sáenz ya entró al salón. Volvió a salir pero no tarda en regresar. ―¡Ay! ¡No puede ser! ―exclamó Katiana, aligerando el paso. Una vez más clavó la mirada en el celular y continuó con la lectura de los otros mensajes, sin notar que alguien se atravesó en su camino. Katiana chocó contra un regio y enorme cuerpo, y rebotó como una pelota para terminar cayendo sobre el piso. ―Debes tener más cuidado ―dijo una voz masculina. Katiana alzó sus ojos y vio a un chico alto, de piel trigueña; se veía acuerpado, musculoso y tenía una mirada entre atractiva y burlona. Le extendió la mano y la ayudó a levantarse. ―¿Eres nuevo? ―preguntó la joven, dolorida. ―Sí. Llegué hace unos pocos días ―contestó―. Bien, debo irme… ―dio media vuelta y caminó por el pasillo―. Que tengas un buen día. Ah, y no estrelles a más personas. Katiana lo observó mientras lo veía alejarse. Luego unos brazos la tomaron por los hombros y le dieron vuelta. ―¡Despierta cenicienta! ―dijo Biky, una hermosa rubia de ojos claros y de alta estatura. ―¿Qué? Esa era la bella durmiente ―refutó Katiana. Biky la tomó del brazo y la dirigió hacia el salón. ―¿Pero qué te ha pasado? ―le preguntó―. Otra vez llegas tarde. Katiana torció el labio y puso su mano sobre la cadera. ―Bueno… me trasnoche un poco, vi un par de películas por internet, le contesté un par de mensajes a Merson ¡y! estuve testeando contigo ―hizo una pausa y preguntó―: ¿No deberías estar en clases? ―¿No te has enterado? ―preguntó Biky asombrada. ―¿De qué? ¿Qué paso? ―preguntó intrigada. ―Pues de la muerte del padre de José ―susurró. ―¿Qué? ―Katiana ahogó un grito con sus manos―. ¡No puede ser! ¡Eso es terrible! ―murmuró mirando a lado y lado. ―Sí que lo es. Ambas muchachas entraron al salón. Todos allí estaban esparcidos en el aula, esperando a que el maestro Sáenz regresara de la dirección. Katiana y Biky caminaron con ligereza hasta sus puestos y siguieron platicando. ―¿Y cómo murió? ―preguntó Katiana. ―¡Lo asesinaron! ―gritó Samúel a sus espaldas. Amabas jóvenes emitieron un grito. ―¡Idiota! ¡Me asustaste! ―gritó Biky poniéndose la mano en el pecho. Katiana no dijo nada pero se mostró molesta. ―A nuestro profesor de matemáticas lo degollaron en el cementerio ―explicó el joven adaptando un tono de terror―. ¡Alguien le cortó el cuello! ―Eso es espantoso… ―musitó Katiana colocándose una mano sobre el pecho―. ¿Y nadie vio nada? ―No. Nadie vio, nadie escuchó… todo es una misterio. La policía dice que el asesinato fue cometido entre la una y las tres de la mañana… Biky torció el labio, el tono de terror de Samúel ya le comenzaba a fastidiar. En cambio Katiana le prestaba toda la atención posible y escuchaba atentamente cada detalle de la información. ―¿Y qué hay de José? ¿Dónde está?―preguntó mirando a cada uno de los presentes. ―Creo que no lo veremos por un tiempo. Esta mañana escuché al profesor Mario hablar por teléfono. José le decía que se iba del pueblo por un tiempo. Que quería desconectarse de la gente y del entorno de villa Bolí… ―¡Todos a sus puestos! ―exclamó el profesor Mario Sáenz, dándole un par de golpes a la puerta. Al escucharlo todos saltaron asustados. ―¡Sáenz! ¿Cómo se le ocurre asustarnos de esa manera? ―reclamó Biky indignada. ―Silencio señorita López. Acomode su silla y preste atención. Todos los que estaban en el aula se dirigieron a sus puestos e hicieron silencio. El profesor caminó hacia su mesa y se sentó sobre ella. ―Escuchen bien por favor ―dijo―. Debido a la trágica muerte de nuestro compañero, el profesor Luis Hernández, el rector ha suspendido las clases por el día de hoy; e insta y exige a la comunidad educativa, a asistir al sepelio del docente, hoy a las diez de la mañana. La asistencia será tomada después del entierro del educador. ¿Queda claro?  Todos asintieron.
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