Margaret bajó del carruaje abochornada, como si todo el mundo supiera lo que había pasado allí dentro, notando las miradas de todos sobre ella, aunque fuera todo invención de su cabeza. Aceptó dubitativa el brazo que el conde le ofrecía, acompañada de una sonrisa que lucía sin pudor alguno. Viéndolo así, con el sombrero puesto, erguido en su traje para la ópera, era sin duda como cualquier otro caballero que los rodeaban. Pero no, no era como ellos, a menos que los demás también se dedicaran a besar con tanta destreza a muchachas casaderas. Subieron unas escaleras que conducían a la zona de los palcos. Por supuesto, Will no era de la clase de gente que se mimetizaban entre la multitud, y si bien dependía de la situación de este en el teatro, era un lugar desde el cual podía admirarse sin

