CAPITULO 01

2474 Words
BELLA. Un mechón de cabello se soltó de mí cola de caballo. Enseguida aparté el pelo de mis ojos y me levanté para ver mi obra de arte. Bueno, en realidad no era una obra de arte, era un exhibidor de productos de supermercado, distribuidos por color y tamaño. — ¡Excelente trabajo, Isabella!. — Levanté la vista para ver a mí jefe, parado muy cerca de mí. — Gracias señor Lambert. — Respondí distraídamente mientras limpiaba el polvo de mis manos. — Me gustaría hablar contigo en privado, podrías acompañarme a mí oficina. — Puso una mano en mi hombro y no pude evitar preocuparme, eran pocas las veces en que el gerente de la tienda me dirigía la palabra. — Si, señor. — Concedí.— Me senté temblorosa en la pequeña silla viendolo cruzar sus manos por encima del escritorio. — Sabes que no es ningún secreto que la tienda presenta graves problemas financieros, el mercado de valores ha tocado fondo y nosotros nos hemos tenido que apañar para poder salir adelante. — Traté de suavizar mí entrecejo pero ésto me sonaba a despido. — El asunto es... Que no puedo seguir pagandote un salario. — ¡Carajo! Lo sabía. «Pensé» A pesar de que era completamente conciente que el empleo era temporal, me ayudaba a pagar gran parte de mis facturas, infortunadamente, mi otro trabajo no era tan socialmente apropiado. Si bien obtenía buen dinero por hacerlo, no me sentía orgullosa de ello, pero las oportunidades laborales para una madre soltera cómo yo, en ésta ciudad eran casi nulas por no decir inexistentes. No pude culminar mis estudios, pues salí embarazada a los 16 años y cómo era de esperarse el chico mágicamente desapareció del planeta en cuánto le di la noticia, desde ése entonces sólo hemos sido Lizzie y yo, así que me las arreglé para mantenernos a flote durante ocho años. — Supongo que eso es todo, señor Lambert. De igual manera quiero darle las gracias por la oportunidad. — Le respondí a mí jefe tras quince minutos de haberlo escuchado. — Sabía que entenderías Isabella, no sabes cuánto lo lamento. — Me encogí de hombros y atravesé la puerta caminando directo a mí casillero para recoger mis cosas. Tan pronto como salí a la calle, respiré profundamente no me hacía bien pensar en algo que estaba perdido, solo necesitaba comenzar a buscar algo mejor. Pero no hoy. Saqué mí móvil para enviar un texto a mi vecina, no tenía mucho dinero para pagarle una niñera a Lizzie, por suerte tenía un ángel llamada Magda, y ella se encargaba de cuidar a mí pequeña por las noches. «Me han despedido de la tienda, haré doble turno en el club.» Una vez que guardé mí teléfono, levanté la mano y un taxi se detuvo. — ¿A dónde la llevo señorita? — Preguntó amablemente el hombre de mediana edad apenas me subí. — ¡A la avenida 120 por favor! frente a HELL'S CLUB. [...] Avancé con firmeza hacía el ascensor para ir hacia el último piso, en cuánto las puertas del ascensor se abrieron, mí segunda vida chocó frente a mí, con parpadeantes luces de neon entre azules y blancas. El club era uno de los lugares más buscado por los hombres en la ciudad, por supuesto era un sitio donde el alcohol y el sexo estaban al alcance de cualquiera, pero yo solo me limitaba a bailar, había quiénes me pagaban mucho dinero para que los entretuviera el tiempo que quisieran, sin colocarme un dedo encima. — ¡Buenas noches!. — Dijeron al unísono los chicos del personal de seguridad, dejándome ingresar a mí camerino. Sin perder tiempo cambié mi vestimenta por un body oscuro y brillante, con algunas correas plateadas a juego, abroché mis tacones de 18cm y finalmente me dirigí a uno de los siete escenarios disponibles. Justo en ese momento la play list comenzó a sonar y salí detrás de la cortina pavoneandome con sensualidad, hasta llegar a la barra de metal que acostumbraba utilizar rodeándola con mí pierna. Durante toda la coreografía fingí no ver a nadie, sólo movía mis caderas al ritmo de la música, bloqueando todos mis problemas del día. Apenas las luces brillaron me deslicé lentamente por el poste, recogí los billetes que habían lanzado a mi alrededor los ejecutivos presentes en la sala y finalmente regresé a mi camerino, esperando a que de nuevo fuera mí turno de salir. Básicamente éste era mi método: bailar y entretener por dinero. Hasta ahora había logrado pasar desapercibida de algún cliente que pensara que unos cuántos billetes demás significaba ir a un cuarto privado. Horas después, culminé mi turno y fuí directo a mí casa, Magda cómo siempre me esperaba despierta. — ¿Bella eres tú? — Pregunta antes de quitar el pasador de la puerta. — Sí, Magda soy yo. — Le confirmo. — Lo siento tanto cariño, estoy segura que encontraras algo mejor. — Me abraza y procede a colocarse una chamarra. — Gracias ¡Que pases una buena noche! — Digo mientras ya va cruzando el pasillo para entrar a su departamento. Dejo mis cosas en el salón y voy directo a la habitación de Lizzie, ella está profundamente dormida, me senté con cuidado en el bordillo de la cama y luego noté que está abrazando su libro de cuentos favorito. Lo retiré lentamente para no despertarla pero en el medio de sus páginas había un papel doblado. Era un examen escrito de hace tres días, había sacado la calificación máxima. Supongo que ella deseaba que lo viera pero con dos trabajos, más la rutina del día a día, me ha sido imposible ocuparme de éstas cosas. «Soy una mamá terrible» — Lo siento cariño, estoy tan orgullosa de ti. — Susurré, antes de dejar un beso en su frente. Mañana será otro día, estoy completamente segura que encontraré un empleo grandioso. * * * * * * * * * CIRO. — ¿Señor Marshall? Un placer soy la directora del centro de acogida. Danna Riddick. — Una mujer regordeta de mejillas rosadas y cabello rizado se acercó hasta mí. — Si, si el gusto es mío. — La saludé y comencé a seguirla por el lugar mientras que escuchaba su pequeño discurso. — Más de medio millón de niños están en centros cómo éste, normalmente han sufrido abusos toda su vida o fueron abandonados a su suerte. Pero no podemos quedarnos con todos ellos, el sistema está desbordado, por eso cuando surge una oportunidad cómo la que usted y su esposa desean brindarle a uno de nuestros pequeñitos, nos sentimos muy felices de poder guiarlos y ayudarlos a crear el vínculo entre ustedes y su futuro hijo... — Se queda en silencio observandome. — ¿Disculpe y su esposa? — Indagó. — En este momento ella se encuentra fuera del país, pero yo estoy aquí para encargarme de todo. — Le respondí con tranquilidad mientras escaneaba el lugar con la vista, habían niños corriendo por doquier, de todas las edades y tamaño. — ¡Hey cuidado! — Unos chicos gritaron pero su pelota ya había impactado contra mi pecho ensuciando mi camisa con un poco de lodo. — Lo siento, señor. — Grito un chico. Extendí mi mano en son de paz, mientras sacaba un pañuelo para limpiarme. — No ha pasado nada, tranquilos. — Me alejé muy rápido hasta acercarme de nuevo a la señora. — Muy bien, señor Marshall, quiero que sepa que éste camino no será fácil, los chicos son realmente difíciles y sacaran lo peor de ustedes. — Alce las cejas sintiendo confusión por sus palabras. — Pero ya no hablemos más de eso, por que mejor no me dice que clase de niño o niña están buscando. — Nos gustaría adoptar a un chico entre siete y ocho años, sería lo más ideal. — Asintió gentilmente y me guío hasta un área de recreación, dónde se encontraban otros chicos. — Chicos, quisiera presentarles al Señor Marshall. — Les dice con voz calmada, mientras me presenta. — Hola. — Saludé con la mano, pero no dejaba de sentirme incómodo, nunca he hablado con ningún niño. — Mi nombre es Lily, tengo seis años, me gustan los animales y quisiera tener una familia. — Yo soy Zac, tengo siete años, me gusta el fútbol.... — Si, si... Yo soy Robert... Todos comenzaron hablar al mismo tiempo y no entendía absolutamente nada. — Me da un momento por favor. — Me disculpe con la directora y caminé hacía uno de los pasillos principales mientras sacaba el móvil para comunicarme con Alexandre: — ¿Cómo estás Ciro? — Pregunto desde el otro lado de la línea. — ¿Y cómo he de estar? Entre la espada y la pared, además de cansado. — Refunfuñé. — ¿Si? Y eso que aún no eres papá. — Se rió con fuerza. — No es gracioso Alex. Debo admitir que lo he pensado mejor y no creo poder con ésto de la adopción. — Pronuncié con pesar. — ¿Al menos hiciste el intento de entablar una conversación con los chicos?. Ése es el paso más importante crear un vínculo. — Preguntó con un tono de voz más serio. — Algo así, pero es mejor no recordarlo. — Mentí, la verdad es que ni siquiera había interactuado con ellos. — No sé si te haya quedado claro que debes hacer ésto, no puedes tirar todo por un caño y dejarlo en manos del idiota de tu hermano. El cuál debo mencionar que tiene una hermosa esposa y hace un mes nació su segunda bebé. — Apreté mis puños, él tenía razón mí hermano era un idiota, pero un idiota con una vida familiar justo lo que deseaba mí difunto abuelo. — ¿Sabes qué? A la mierda... No es tan fácil como crees. — Dije exponiendo mí punto de vista. — Éstos chicos vienen con traumas incluídos, son rechazados por la sociedad. Simplemente no puedo y creo que Astrid tampoco está preparada. — Me disponía a cortar pero de nuevo me hizo entrar en razón. — Hey Ciro... ¡Espera! No puedes renunciar estando tan cerca de lograrlo. Solo vuelve de dónde huiste y has el intento de hablar con uno. Además siempre está la opción de regresar al chico a los de servicio sociales. Pero por ahora lo que importa es mantenerte en la constructora. — Pasé mi mano entre mí cabello un par de veces, parece que no tenía otra opción. — Está bien lo haré. — Dije para luego finalizar la llamada. Cuándo estába apunto de marcharme un par de ojos verdes me veían desde el pie de las escaleras. Se trataba de un niño de no más de ocho años. — Oh, hola amiguito. ¿Quieres jugar? O ¿comer un helado? — Pregunté amablemente. — ¡No! no quiero. Escuché toda tu conversación, no tienes que venir y ser hipócrita. — Añadió con recelo. — Si, pues, ¿cuál conversación, no sé de qué hablas?. — Ignoré sus palabras. — La conversación dónde te quejabas y decías que los sin hogar venimos con traumas y somos unos rechazados por la sociedad. — Me quedé en silencio sintiéndome apenado. — Niño... Yo... — No me interesa, puedes marcharte y buscar a otros niños. Sólo, no los invites a comer "helado" o a "jugar" te oyes cómo un pervertido. — Me dejó con la palabra en la boca y se marchó hacía el jardín principal. No sabía que responder al respecto, el chico además de rechazarme, me había impresionado demasiado. En la distancia pude observarlo sentarse en una banca alejado de los demás niños, solo los veía jugar, pero ni una vez se acercó. Llevaba puesto un gafete con su nombre: « James » Unos segundos después los aspersores se activaron de la nada y todos los chicos incluyéndo a las demás personas en el jardín recreativo terminaron con su ropa empapada por el agua... Todos menos él, que se reía a carcajadas. En ése momento me dí cuenta de la conexión que tanto hablaba la directora Danna. ¿Acaso sería posible? [...] — Así que ha elegido un chico.. ¡Enhorabuena! — Preguntó la directora Danna, entrando a su oficina mientras se secaba con una toalla. — Sí, solo he hablado con él un minuto pero me causo muy buena impresión. — Bueno, señor Marshall... — Se sentó detrás del escritorio. — ... James es un tanto peculiar, tiene diez años, entró en el sistema cuándo tenía cinco años y desde entonces está con nosotros. — ¿Porqué nadie lo ha adoptado? — Le pregunté sorprendido, a simple vista se notaba que era un chico listo. — No voy a mentirle señor Marshall, es un niño difícil... — Dice mientras teclea algo en su ordenador. — ¿Qué tan difícil? — Pregunté y ella apretó los labios antes de contestarme. — Prendió fuego a la casa de su primera familia sustituta, para con la segunda se quitó la ropa en pleno servicio cristiano y con la tercera les hizo creer durante un mes que su casa estaba embrujada. — ¡Demonios! Pensé. — Después de allí ha sido una constante entre ir y venir del juzgado familiar, ninguna familia ha querido adoptarlo. Y desde entonces, nos a costado mucho convencerlo de volver a participar en los días de visita, tiene problemas para confiar en las personas. — Sacó unos folders y me los entregó con toda la información del chico. — ¡Dios! No me extraña que no confíe, de hecho yo tampoco lo hago. ¿Que sucedió con su madre? — Indague mientras hojeaba aquél largo historial. — Ella lo abandonó en un parque cerca de aquí, con la promesa de regresar pero eso nunca pasó. — Negué con mi cabeza, que mala suerte la del chico. — ¿Y el padre? — Se rió de mi pregunta apenas me escuchó, cómo si fuese un chiste. — ¿Y el padre? Pues está cumpliendo una sentencia en la cárcel del condado. Ninguno de los padres de James solicitó la reunificación, ni han intentado contactarlo durante todo éste tiempo. — Vaya, eso es horrible. — Le entregué de nuevo el folders. — Sí. Lo sé. Pero, señor Marshall, no lo recomendaría si no creyera que con un poco de organización, disciplina y amor, James podría ser un niño maravilloso. — Expresó.— No me convenció del todo. Por una parte sentía que estaba cometiendo un error por otra sentía una sensación de vacío extraña, por algún motivo quería ayudar aquél chico. — Directora Danna... Es que... — Solo le pido una oportunidad para este chico. — Lo pensé durante unos segundos y que ¡Rayos! ¡Lo haré! — Muy bien, pues comencemos con el trámite.
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