Aquellas píldoras de sobre su escritorio parecían tener vida propia y lanzar una indiscreta insinuación al joven invitándolo a acabar con ellas de un bocado pero una lucha constante contra su sentido común se llevaba a cabo en su mente en un sinfín de pensamientos contradictorios entre ellos causando un caos descomunal.
—Tengo padres, un hermano, un hogar acogedor donde no me falta el amor ni el alimento pero no soy feliz, no tengo amigos ni ganas ni motivos de vivir— Reflexionaba desde sus adentros sentado sobre su cama, tomó una píldora y la engulló sin siquiera pasarla con agua, una sensación rasposa le lastimó la garganta provocando un lagrimeo en sus ojos cafés. Puso nuevamente aquel bote de píldoras de valium sobre su escritorio, volvió rápidamente a tomar aquel frasco y sacó un par de píldoras más dispuesto a llevarlos a su boca pero justo en el momento cumbre apretó su puño y volvió a colocarlo dentro del frasco, se dirigió hacia el contenedor de basura dentro de su habitación al lado de la puerta hastiado de tanta medicación y lanzó aquel recipiente con su contenido dentro dispuesto a renunciar a esa droga controlada para luego volver a su cama donde se dejó caer.
Estaba empezando a confiar nuevamente en las personas pero esa sensación de desapego a su triste monotonía se rompió por completo aquella tarde, se reprimía así mismo y reprochaba el jamás desconfiar de las personas, pues siempre terminaban haciéndole daño, se castigaba así mismo por dentro causando el dolor de mil púas hirientes en su débil corazón.
—En paz me acostaré y así descansaré, pues solo tú me haces dormir confiado— Recitó antes de cerrar sus ojos por completo mirando las tenues luces de las estrellas por su ventana mientras el efecto de la medicina lo obligaba a cerrar sus ojos a la vez que aquellas luces se tornaban aún más brillantes y amorfas como pequeñas y opacas orbes desvanecidas por el sopor del valium.
Adam despertó a las diez de la mañana y como primer cosa por hacer tomó su teléfono móvil al lado de él en su mesilla de noche.
Bram habíale mandado un sinfín de mensajes disculpándose por el conflicto anterior. El joven era presa de un mareo persistente que adormecía en cierta parte sus sentidos.
"Bloquear usuario"
"Confirmar"
Presionó Adam. Un mensaje emergente se hizo ver con la siguiente leyenda.
—Usuario bloqueado—
Adam puso el celular sobre su cama al lado suyo mientras miraba hacia el techo, miraba fijamente y una sensación de espirales se hacía presente en cada una de las diminutas protuberancias e imperfecciones del blanco techo raso.
Por un extraño motivo no podía dejar de pensar en aquel muchacho que dijo llamarse Mikel.
Se sentía afortunado y a la vez le parecía extraño que aquel hombre no hubiera hecho nada que le hiciese daño, pues al ser este en realidad un asesino que había matado y degollado a un joven hacia dos años atrás le resultaba lógico que también acabara con su vida mientras estaba inconsciente por aquella brutal caída que ahora le dejaba intensos dolores y moretones, la fortuna de haber sobrevivido a ello le brindaba un poco de esperanza pensando que la santa voluntad de Dios lo había librado de tan trágico final, cerró los ojos y agradeció sublimemente desde su interior a aquella deidad en cuál el confiaba y adoraba.
Se puso de pie y se dirigió hacia el baño donde se desnudó por completo para darse un baño.
—Quizás el agua caliente me alivie de estos dolores— Pensó.
Se miró al espejo de su habitación del baño, un espejo redondo de aproximadamente treinta centímetros que se adhería a la pared de azulejos por medio de varias ventosas que lo mantenían dijo a la superficie, lo retiró con cuidado y lo colocó por detrás de su espalda enrojecida, un enorme moretón rodeaba su espalda dándole un aspecto grotesco a su piel blanca, lo colocó nuevamente en la pared para luego abrir la regadera y esperar a que saliera el agua caliente para poderse bañar.
Al terminar de bañarse se volvió a vestir sus mismas ropas pues estaban limpias, tan solo las había utilizado para dormir. Salió de su habitación y arregló su cama a pesar de aquel interminable vértigo que lo aquejaba..
Una especie de letargo invadía su mente mientras mantenía su mirada sin rumbo dijo y sin enfocar cualquier objeto, tan solo miraba hacia la pared, su habitación olía a jabón de baño y su cabello desprendía un aroma a durazno, las aves cantaban afuera de su ventana hasta que un fuerte golpe en el cristal lo despertó de su profundo letargo.
Su cuerpo estremeció repentinamente acelerando su corazón, se levantó de su cama dirigiéndose hacía la ventana, colocó sus rodillas encima de un enorme cofre sobre el piso debajo de la ventana y pegó su rostro en la ventana para ver qué había golpeando el cristal.
Un enorme gato naranja y rechoncho perseguía un pichón sobre el tejado que le costaba volar, el gato dió una vuelta sobre su cuerpo envolviendo a aquella paloma que luchaba por sobrevivir atacando al enorme felino con las garras de sus patas y con su pico pero ésto parecía no siquiera causarle el más mínimo estrago al hambriento animal.
Adam abrió la ventana empujándola hacia arriba y sacó parte de su cuerpo para espantar al animal pero este en la repentina expresión del joven cayó desde arriba del tejado junto con la rechoncha ave, la culpa invadió inmediatamente la consciencia del joven empático que mostraba aprecio hasta por la vida más pequeña sobre la tierra, cerró la ventana nuevamente produciendo un leve rechinido al bajar nuevamente. Bajó del enorme baúl y puso sus pies en el suelo nuevamente, dispuesto a bajar a la cocina a desayunar pues el comedor estaba al lado de esta. Intentó dar unos pasos pero sus pies trastabillaron obligando al joven a sentarse sobre la tapa de madera fina de aquel mueble.
Cerró sus ojos respirando como pez para luego volver a ponerse en pie, se dirigió hacia su escritorio sin vacilar en su andar y tomó aquel bote de píldoras que hacían sido su compañía y soporte durante los últimos meses.
"Diazepam 10/MG". Estaba inscrito en aquel bote plástico, se dirigió Adam hasta el cuarto de baño y abrió la tapa del recipiente inclinándolo hacia el inodoro con la intención de tirarlas al desagüe, su rostro se tornó pensativo y meditabundo, agitó la cabeza de lado a lado y volvió a colocar aquella tapa en su lugar. Salió a su habitación y depósito aquel envase en la cajonera de su escritorio, cerró aquél cajón con brusquedad y sus dedos quedaron atrapados causándole un inmenso dolor que le provocó las lágrimas en los ojos. Sacó los dedos lentamente y sopló sobre ellos como si eso fuera el remedio para el agudo dolor que experimentaba. Aquellas píldoras causaban en él una especie de letargo que en ocasiones le resultaba un impedimento para llevar el día con normalidad. Una mueca de tristeza recorrió sus labios y sus lágrimas empezaban a fluir humedeciendo solamente sus lagrimales. Caminó hacia la puerta de su habitación, apagó la luz presionando el interruptor y se decidió a bajar. Caminaba paso a paso tomado de la baranda de las escaleras, la cocina olía a una mezcla de pan con mantequilla y tocino frito lo cuál provocó que su apetito se abriera en un santiamén.
—Padre nuestro que estás en los cielos...— Mencionaba en su mente, quizás para rogar a Dios que lo librara de la mala actitud de su padre.
Pasó por la cocina hacia el comedor, su madre estaba de espaldas pero pareció no percatarse de esto, su mirada se centraba hacia ningún punto en específico, sentíase pues como un hombre sin vida, como en una especie de sueño que adormecía sus extremidades y sentimientos impidiéndole siquiera sentir dolor, decepción, dolor o amargura.
Llegó al comedor, su padre estaba sentado en la mesa de espaldas leyendo el diario del día, Alek le daba leves golpes en la espalda espabilando sus sentidos repentinamente, ambos se sonrieron.
—Hola, mi amor. ¿Cómo amaneciste?— Mencionaba su madre quien le plantaba un beso en la mejilla para luego dejar un plato de comida sobre la mesa.
—¡Bien mamá!— Respondió dibujando una tenue sonrisa.
—¿Andas borracho, verdad?— Mencionó mientras le servía el desayuno a su esposo.
Adam se rió levemente tomando asiento del otro lado de la pequeña mesa justo enfrente de su hermano dejando el asiento libre al lado de su padre para su mamá.
Su hermano meneaba la cabeza sonriente mientras llevaba el tenedor a sus labios, le parecía cómica la actitud del joven cuando el valium dejaba ver sus efectos secundarios.
Lanzó luego Adam una mirada escrutadora hacia su padre quien ni siquiera se dignaba a mirarlo. Dejó el periódico doblado en medio de sus piernas dispuesto a tomar su alimento.
Volvió su madre nuevamente colocando un plato de comida que consistía en huevos fritos con tocino y una salchicha azada, luego puso un plato de pan francés con arándanos y crema de avellana.
—A ti te traje tu desayuno favorito para que te endulces la vida—Pronunciaba Margaret con una hermosa y tierna sonrisa que Adam devolvió.
—¿¡Nosotros comemos huevos y tocino y encima premias a tu hijo a pesar de su inadecuado comportamiento de ayer!?— Dijo Richard soltando el tenedor y cuchillo sobre el plato provocando un sonido de tintineo grave.
—Richard, sabes bien que me gusta consentir a mis hombres— Dijo tomando su lugar al lado de su marido y al lado de su marido.
—¡Yo también quiero Pan francés!— Mencionó Richard en un reclamo.
Margaret se levantó de su silla.
—Iré a prepáratelos— Mencionó con la intención de consentir a su marido pero éste se lo impidió.
—¡Siéntate mujer!— Se puso de pie para alcanzar el plato de Adam y se lo retiró, el joven solo miraba ésto indignado y aceptando la desición de su padre. Puso el plato de su lado y en cambio puso su plato con huevos, tocino y salchicha frente a Adam quien miraba el alimento seriamente sin levantar la mirada.
Margaret tomó su lugar y cortó un pedazo de salchicha para llevársela a la boca mientras miraba a Alek quien a su vez la miraba a ella como buscando algún signo de intercesión para Adam con Richard.
Adam cortó un pedazo de tocino y lo clavó en el tenedor para luego clavarlo en la salchicha y cortar un pedazo para llevárselo a la boca.
Su padre deslizó el plato de comida hacía dónde estaba Adam chocando con el plato del joven.
La mirada de Richard estaba centrada en Adam, éste centró la suya en su padre quien empezaba a dibujar una leve sonrisa en su rostro serio, el hombre tomó el plato de Adam, mismo que antes le había cambiado y lo pido en su lado de la mesa.
—No quiero, no importa comer huevos con tocino— Mencionó tímidamente ofreciendo el su desayuno a su padre quien a su vez puso su mano sobre el dorso de la mano de su hijo.
—Es tuyo, también yo quiero consentir a mi niño— Mencionó en un gesto amable que conmovió las fibras más sensibles del corazón de su hijo menor que en cuyo interior se suscitaba una lucha interna entre el sosiego y un llanto de felicidad.
Su madre le acariciaba el rostro con el dorso de la mano.
Richard llevaba un pedazo de salchicha a su boca y empezó a masticar lentamente mientras miraba a Alek sin parpadear.
—Tú no te me vallas a poner celoso, tu eres mi chico grandote— Mencionó apuntando con su tenedor a Alek quien comenzó a reír, Adam mostraba una enorme sonrisa sin mostrar los dientes pues tenía comida en la boca.
Los ojos se Margaret destellaban en brillo y vivacidad, sentíase la mujer más afortunada del mundo.
La mañana era calida y hermosa, las calles en su mayoría tenían basura y serpentinas, botellas rotas y botes de cerveza de metal.
Un viento fresco de la llovizna anterior se elevaba por el aire llevando consigo el dulce aroma de los tulipanes y tierra mojada.
Aquel mal momento de la anterior noche parecía tan solo un sueño lejano y oscuro que era mejor olvidar nuevamente.
Adam en su interior trataba de convencerse de que no debía de confiar en nadie más que en si mismo pues hasta la misma familia solían traicionarse entre ellos. Se lamentaba por lo ocurrido pues Bram le parecía un buen chico quien en todo el tiempo de convivir con él en clases y en la escuela se había comportado totalmente leal y respetuoso. Le entristecía sublimemente el saber que Bram era tan solo uno más del montón y que no había en él nada singular, ningun color que lo diferenciara entre la enorme multitud en blanco y n***o.
La sensación calidez de los rayos del sol sobre sus brazos desnudos provocó que su piel se erizara, miró hacia el cielo con los ojos cerrados, aquel calor abrazador le inundó el blanco rostro percibiendo una relajación sublime que se le antojaría sentir cada momento de su vida, abrió la puerta del cuarto de herramientas y sacó su bicicleta para colocarla al revés con las llantas hacia arriba, cogió una llave para aflojar las tuercas y quitó la llanta delantera, sus manos estaban manchadas de aceite y se limpiaba con un trapo blanco que había cogido de aquel cuartucho. El sol le quemaba las espaldas y empezaba a sudar. Margaret salía hacia el patio con un cesto de ropa húmeda para tenderla en los tendederos de cuerda que había afuera amarrado entre dos tubos firmes en forma de "T" tendió una sábana delgada y al agacharse a tomar otra prenda se percató de que su hijo estaba allí, cerca del cuarto de herramientas de su padre pegado a la pared externa del garaje. Margaret no pudo evitar sonreírse secó la humedad de sus manos en su ropa seca y se dirigió hacia el joven quien giró la cabeza al escuchar sus pisadas poniéndose de pie.
Adam se sonrió mientras su madre lo miraba con una expresión amorosa como la virgen María con su amado hijo Jesús.
—¿Así que estabas con unos amigos?— Soltó tiernamente su madre.
Adam borró su sonrisa y luego volvió a dibujar una sonrisa apenas perceptible.
—¡Sí!— Asintió rascando su mejilla tímidamente.
—Nos pareció un poco raro porque normalmente nunca sales y no te conocíamos amigos. Pero cuéntame, ¿son de tu escuela? ¿Son compañeros de salón?— Mencionaba impaciente.
—¡Sí! Somos de la misma escuela y salón. Andábamos festejando el nacimiento del rey Willem—
La expresión de su madre causaron un deseo de volver a introducir aquellas palabras en su boca y no haberlas pronunciado jamás, el rostro alegre de su madre había cambiado a una expresión de sorpresa e intriga lo cuál el percibía como una nueva reprimenda aproximándose.
—El rey... ¿Willem? ¡Adam! Nosotros no debemos festejar eso, nuestras creencias nos impiden involucrarnos en asuntos mundanos.— Adam abrió sus ojos lo más que pudo mordiendo sus labios.
—Este es un secreto entre nosotros, te recomiendo que no le digas nada a tu padre.—
Guiñó un ojo
— ¿Pero cómo te fue? ¿Te divertiste?—
Nuevamente una sonrisa en ambos se hizo presente calmando toda la tención entre ellos.
—¡Excelente! Mamá, ¿Sabías que hacen ventas en las calles y en algunas colonias tienen música en vivo? Había niños por doquier, jugando y disparando agua con sus pistolas de juguete, la mayoría de la gente vestía color naranja y me encantó, creo que por un momento desee no ser hijo del pastor— Mencionó dibujando una sonrisa triste.
La mujer se encogió de hombros.
—Todo nos es lícito, hijo mío.—
—Pero no todo nos edifica—
Mencionaron ambos al unísono.
—Te contaré un secreto: yo no le veo el problema con que salgas con amigos ya sea a fiestas o a celebrar alguna fecha importante, pero sabes que tu padre no piensa igual.—
Adam resopló.
—Me alegro que te hayas divertido. Voy a terminar de tender la ropa— Se despidió con un beso en la frente de su hijo.
Estaba Adam ya terminando de arreglar la bicicleta, tan solo era cuestión de apretar las tuercas para que quedara nuevamente en buen estado, tarareaba una canción en su mente, las aves brillaban pacíficamente coloreando un día aún más idílico.
Su hermano se acercó a él dándole un leve golpe con la punta del pie a la suela de sus zapatos pues este se encontraba posado sobre sus rodillas.
Ambos se sonrieron pues un leve susto había estremecido a Adam.
—Voy a ir al centro, ¿necesitas ir o que te traiga algo?—
Adam arqueó la ceja.
—Mi papá que dijo que te preguntara— Aclaró, Adam meneó la cabeza hacia los lados poniendo los ojos en blanco.
Se limpió la grasa ennegrecida en el trapo sucio y luego se puso en pié limpiándose el sudor de la frente con el brazo.
—Ya acabé de arreglar la bicicleta, podrías darme un aventón hacia el centro, no sería necesario que me esperes pues iré a varios lugares y tardaré un poco, puedo llevar mi bicicleta en la parte trasera del coche— Sugirió, Alek asintió sin parecer del todo dispuesto.
Volvió Adam a volar la bicicleta sobre sus llantas y la colocó bajo la sombra para luego entrar apresurado a su casa y luego a su habitación para cambiarse las ropas y lavarse las manos y cara, todo ésto le tomó aproximadamente media hora, el joven bajó hacia la sala donde su hermano ya lo esperaba conversando con su padre entre risas.
—¿Listos?— Mencionó el padre al ver a Adam llegar.
—¡Listos!— Sonrió Adam.
Alek se puso de pie e hizo una seña con la cabeza a su hermano indicándole que se le siguiera.
—Maneja con cuidado— Advirtió su padre quien volvía a poner su atención sobre un libro que había sobre la mesa.
—¿Que le ocurrió a tu bicicleta?—
Pronunció Alek sin dejar de mirar hacia enfrente después de varios minutos en completo silencio en los cuales la música secular era lo único sonido entre ellos.
—Tuve un accidente, me caí el jueves cuando venía de la escuela—
—Ha ha ha. ¿Cómo fue eso?—
—No miré un enorme bache que había enfrente de mí y me fue inevitable caer, traté de mantener el equilibrio pero el manubrio no accedía, parecía una bestia poco dócil— Bromeaba Adam haciendo ademanes y expresiones simulando perder el control del manubrio de la bicicleta.
Ambos reían y esto les parecía tan raro a ambos que pensaban que en realidad entre ellos no había rivalidad alguna, sino simplemente no convivían lo suficiente.
El joven no dejaba de ver la mano vendada de su hermano y los gestos que hacía en su rostro cada vez que utilizaba su mano para girar el volante.
—¿Te duele mucho?—
El hermano negó con la cabeza.
—En realidad, no tanto. Cada día duele un poco menos, lo que pasa es que siento que no tengo fuerza en esa mano—
—¿Y tú cómo te caíste?—
Alek se encogió de hombros y una risa nerviosa lo delató, no sabía que decir, paró el coche en un semáforo en rojo.
—Estábamos en una fiesta... Y me caí—
—¿Te caíste? ¿Solo así?—
Preguntó Adam con un tono que hacía notar su incredulidad tanto en su mirada como en la modulación de su voz.
—¡Sí! Solo así—
Respondió abruptamente.
—Es solo qué... Creí que te habías peleado con algún chico, o algo así.—
Adam miraba hacia su lado de la ventanilla intentando evadir la mirada de su hermano pues le incomodaba que viera en él un rastro de duda mientras hacía temblar una de sus piernas.
—¿Y a tí quien te dijo eso? ¿Con quién hablaste?—
—¿Como? No, no entiendo—
Alek sonrió lanzando una leve risa.
—Solo bromeo, hermanito.— Concluyó acelerando el coche al pasar la luz roja mientras su hermano sentíase obligado a sonreír.
Alek llevó a Adam hasta afuera de una vieja tienda de vinilos y antigüedades, bajó la bicicleta de la camioneta y la amarró con una gruesa cadena al apartado de motocicletas y bicicletas afuera de dicha tienda mientras veía como su hermano se alejaba.