La puerta de su coche se cerró con un golpe seco detrás de él. Se quitó el saco con brusquedad, dejándolo caer sobre su brazo. La rabia le hervía en las venas. Había andado recorriendo manzanas enteras después de salir de la oficina de Olivia para calmarse, pero no lo había logrado. Lo que más lo irritaba no era que Olivia lo hubiera echado; era que se negara siquiera a mirar las pruebas. Que se aferrara ciegamente a un hombre que no valía ni un centavo. Estaba tan furioso que ni siquiera le devolvió el saludo al portero cuando pasó frente a él y este lo saludó. Caminó hasta el ascensor, entró en él y continuó maldiciendo para sus adentros mientras esté subía hasta su piso. Cuando Gavin entró a su departamento, se encontró con una despeinada Emilia que venía saliendo de su habitación, l

