El restaurante estaba iluminado por luces cálidas que caían como hilos de oro sobre las mesas. Olivia había elegido aquel lugar porque era discreto, elegante, perfecto para un encuentro privado para el fin de semana. Quería sorprender a Alejandro, darle un respiro de la tensión en la firma, recordarle que siempre estaba a su lado y cuánto lo amaba con locura. Él llegó con retraso, pero con la misma sonrisa encantadora que siempre lograba desarmarla. Esa sonrisa que le hacía creer que todo tenía sentido y que la enamoraba más y más. Olivia lo recibió con un dulce beso en la boca, una sonrisa radiante y el corazón palpitándole con fuerza. —Llegaste tarde —dijo en tono suave, sin reproche real. Alejandro se encogió de hombros, quitándose el saco con parsimonia. —El tráfico, ya sabes. Adem

