Gavin nunca había sido un hombre de perder el tiempo en lugares como ese club. Demasiada música alta, demasiadas luces intermitentes y un desfile interminable de rostros sonrientes fingiendo felicidad tras varias copas de alcohol. Pero esa noche, contra todo lo que dictaba su lógica, estaba allí. No lo reconocería en voz alta, ni siquiera para sí mismo, pero lo que lo había llevado hasta ese sitio no era otra cosa que un nombre: Emilia Burrel. Se había repetido mil veces que no le importaba, que ella era una empleada más, que su cercanía no significaba nada y que lo que ocurrió entre ellos debía quedar enterrado. Pero desde que Olivia plantó en su mente aquella semilla de duda —esa advertencia velada sobre que Emilia no era de fiar— algo dentro de él había empezado a bullir. Se convenció

