La puerta del departamento se cerró tras ellos con un suave clic que resonó en el silencio del vestíbulo. Emilia dejó el bolso sobre la consola de madera, soltó un suspiro profundo y se volvió hacia Gavin, cruzándose de brazos. Su mirada, aunque dulce, destilaba reproche. —No puedo creer que no me hayas dicho nada —le reclamó, con una mezcla de enfado y alivio—. Casi me da un ataque de nervios de camino a la oficina de tu hermano, imaginando que quería despedirme. Te lo juro, me sentí al borde del colapso. Gavin dejó las llaves sobre la mesa, se quitó la chaqueta del traje y la dejó caer con descuido sobre el respaldo del sofá. Una sonrisa ladeada apareció en sus labios. —Te conozco bien, gatita. Sé que si te lo hubiera dicho antes, te habrías negado una y mil veces. —No es cierto —rep

